lunes, 6 de julio de 2009

Encontrado

Os dije que el último post sería controvertido, que destaparía escándalos y desvelaría secretos... pues bien, sólo era una estrategia de marketing para manteneros enganchados. Este último post será soso tirando a sentimentaloide.
Primero, cosas prácticas: me gusta escribir el blog, pero no voy a seguirlo porque sería muy tonto escribir en “Lost in Roskilde” que me desperté y fui a comprar el pan a Pan y Dulces Carmen la Espiga. Sin embargo, y os aviso ya, puede que haya días que vuelva a subir algún post: por ejemplo, en fechas relacionadas (“... hoy hace dos años que llegué a Roskilde, debido a lo cual ahora estoy en el manicomio...”), y en temas derivados; por ejemplo, si resulta que me caso con una erasmus en el futuro y decido celebrar mi boda en Korallen, reservando todas sus habitaciones para mis amigos, pues la crónica de esos días la escribiría en el blog, en plan meloso. Aprovecho este párrafo meta-bloguil para agradecer a los comentaristas que, incansables, habéis examinado palabra por palabra cada post para así poder hacer vuestra aportación, a veces insolente, a veces desenfadada, pero siempre bienvenida.
A pesar del lenguaje, de los precios elevadísimos, del clima cruel, de las noches o extremadamente largas o extremadamente cortas, Dinamarca fue una elección excelente. De no haber elegido Roskilde no habría conocido a la gente que he conocido, que es lo más importante. Gran parte de la experiencia Roskildiana se basa en Korallen, esta residencia maldita en la que vivo, y que no sabría si recomendar encarecidamente o todo lo contrario. Es cara, sucia, con un janitor saborío, las paredes sin pintar y una banda de narcotraficantes residiendo en ella. Sin embargo, todo lleva a lo mismo: la gente. No sé si mantendré el contacto con ellos, pero, oye, la experiencia ahí queda. Quizás en otro sitio nunca hubiera conocido la dulzura de Marianne, el pesimismo extremo de Pasquale o la corrección gramatical de Fer. No puedo más que estar contento de estar en Roskilde, y de habérmelos encontrado aquí.
Pues eso, que se me acaba el chollo. No han sido diez meses de Erasmus, sino diez meses de mi vida, con sus buenos y sus malos momentos; sus días extrardinarios y sus días anodinos. La vuelta a España no me la tomo como algo malo; seguiré teniendo buenos y malos momentos, días anodinos y días extraordinarios. Eso sí, la experiencia en Dinamarca me ha dejado tocadillo para una buena temporada. Después de diez meses perdido en Roskilde, vuelvo a Tahivilla. Y seguiré perdido.

p.d. En el concierto de Coldplay finalmente no llovió nada; si acaso unas lagrimillas.

domingo, 5 de julio de 2009

Más música

Amaneció mi último día en Dinamarca, que también es el último día del Festival de Roskilde, y que los dioses satánicos han querido que sea nublado, frío y lluvioso. Con el paso de los días, el festival va cambiando: cada vez huele peor, cada vez hay más porquería por las calles, y cada vez hay más gente. Sin embargo, ahora hay menos gente borracha que al principio, supongo que porque quieren ver la música. Hablando de la música, el sonido del Orange Stage es tan potente que ayer se podía escuchar desde Korallen, a cinco kilómetros de distancia.

Vayamos por partes. Antesdeayer fui, con una bici, a ver algo de música. Vi un poco de Oasis en el Orange Stage, que estaba llenísimo de gente. Luego fui a ver Röyksopp, un grupo de música electrónica noruega bastante raro y con tintes de ultratumba. Cuando ya estaba pensando volverme a Trekroner, vi, entre todos los estandartes que ondeaban, la bandera del Cádiz. Me acerqué y charlé un rato con el colega, un gaditano to gracioso que me dijo que si alguna vez me encontraba solo no tenía más que buscar la bandera en el horizonte, y ya tendría compañía. Reconfortado, volví a Trekroner. Los caminos que conducen al festival están siempre atestados de gente que van o vienen o venden bebidas frías en puestecillos improvisados.
Ayer por la tarde volví al festival, y por fin pude contactar con Fer; nos dimos una vueltecilla y vimos algún concierto juntos. Primero paseamos un poco por entre las carpas, viendo música variada. Por si os interesan los nombres, vi trozos de Gogol Bordello, Klovner i Kamp, Amadou & Mariam y Tony Allen; de ninguno de los cuales sabía nada, ni sabré nada.
Sólo vi dos conciertos enteros. Slipknot (“nudo corredizo”), una banda de rock muy duro, cuyos músicos subieron al escenario con máscaras grotescas y sólo decían palabrotas. Más que un concierto aquello fue un espectáculo, con un sonido abrumador, el batería dando vueltas en el aire, uno dándole con un bate de béisbol a un contenedor, y llamaradas enormes saliendo del escenario.

Hicimos un intermedio para comer un sandwich y ver el campamento donde se queda Fer. Visité mi bici, que después de un día abandonada ya está cubierta por una capa de polvo. Luego fuimos al Arena Stage, donde presenciamos un bello espectáculo de luces, láseres y sonidos profundos y relajantes, del grupo Fever Ray.
Después de este hipnótico show, volví a Trekroner. Me he despertado esta mañana esperando volver a sentir el sol quemando mi piel; pero está nublado. Maldita sea, como llueva en el concierto de Coldplay me cargo a alguien.
Es curioso que ir al festival (cosa que no tenía nada segura) ha hecho que el final de mis desventuras en Roskilde haya llegado de manera suave y desapercibida. Ahora, sí, esto ha llegado al final. Me hace feliz que estés aquí conmigo. Aquí al final de todas las cosas, Sam.

sábado, 4 de julio de 2009

Fer y María

Es muy difícil describir a Fer y María, entre otras cosas porque cuanto más tiempo pasan juntas las personas más se confunden unas con otras, y más difícil es separar qué pertenece a cada quién.
Fer y María son radicalmente distintos uno del otro. María es exhasperante, saltarina, impulsiva y brutalmente sincera. Fer es meticuloso, pensador y de palabras lentas. Cuando Fer habla es como si se parase el tiempo, como si buscase en un diccionario mental qué palabra es la más adecuada en cada caso, cómo ordenarla gramaticalmente para que se entienda su correcta acepción, y cómo pronunciarla adecuadamente para reducir al máximo la posibilidad de error. María cuando habla muchas veces es como si escupiese rocas que, pulidas adecuadamente, podrían ser joyas (o no).

Yo he pasado incontables horas con Fer y María, charlando, escuchando música psicodélica en la cueva. La cueva (o silo) es el cuarto de María, iluminado mortecinamente y con las paredes cubiertas de pósteres de masas nauseabundas, rostros desencajados y viñetas grotescas. Además, a María le encanta acumular cosas de menaje. Vasos, cubiertos, platos... un cucharón, por ejemplo, es el regalo perfecto para ella.
Fer tiene colgados en su cuarto un póster de una actriz, una bufanda del F. C. København, y un mapa de Dinamarca. Suele tener la cama hecha y alisada. En general es una habitación ordenada, a excepción de alguna que otra fiesta en que acabó reventada; pero eso es ley de vida en Korallen. Era.
Fer es un auténtico relaciones públicas. Conoce a muchísima gente. Ha habido fiestas en las que yo apenas conozco a nadie, y él va saludando a todo el mundo con perfecto conocimiento de, al menos, el nombre, la nacionalidad y la ocupación de cada uno de ellos. Queda con algunos para ir a jugar al fútbol, con otros para salir en Copenhague, con otros para jugar al póker...; a pesar de ello, muchas veces (y no le gusta que se lo digan, a pesar de que sea esto lo que más carisma le da) está en la parra.
María, ponferradeña hincha del Barça, adicta a varias series televisivas, cocinera experta del delicioso botillo; ha pasado magullada gran parte de su Erasmus porque va dándose golpes con todo. Todo se le ha magullado excepto, eso sí, la lengua, a veces afilada como un cuchillo. Fer, golfista malagueño, adicto a comprar en el Netto, guardador de secretos de medio Korallen; avasallado en ocasiones por Jose K, que quiso hacer de él su esclavo.

- FER CON IRENE EN LAS MAZMORRAS DE HAMLET -

Como veis, los tres apenas sí nos parecemos. Pero compartimos la Rutilla Noruega, ese viaje inolvidable a Trondheim. Y Kiruna. También hemos compartido interminables noches (conversando me refiero). Y compartimos hasta el final este Korallen tan vacío. Y María se fue hace un par de semanas, y se vació la cueva. Y Fer está ahora en el festival. Quedaré con él para ver algún conciertillo.

viernes, 3 de julio de 2009

Primeros conciertos en el festival

Noche del miércoles: asisto a mi segundo turno de trabajo en el festival. El trabajo es el mismo: apagar fuegos y controlar que nadie se salte la valla en el sector M. La noche es tan tranquila que pasa a ser tediosa. Espero ansioso al final de mi turno – seven in the mornin – para ir a Korallen y dormir clandestinamente en la habitación 32.
Duermo toda la mañana y parte de la tarde, haciendo un intermedio para ir a Roskilde a arreglar unos papeles y prepararme un arroz a la pimienta verde.
A las cinco de la tarde del jueves empezó lo que es el festival en sí: se acabó el calentamiento y empieza la música. Me arreglé (término éste muy relativo) y tiré para el festival en bici. Sobre la bici, y sobre su posible final drástico, hablaré al final de este post.
Llegamos al festival sobre las seis. Aparcamos las bicis y nos dimos un paseo por todo el recinto, que es enorme. Hay miles de tiendas de campaña ocupando cada porción de terreno permitida. Hay dos lagos, uno para pescar y otro para nadar; ambos probablemente contaminadísimos de orín y kebab. Hay cientos de personas (sobre todo hombres, pero también algunas mujeres) alineadas en la valla, usándola como meadero. El Festival de Roskilde es una ofensa a todos los sentidos, incluído el sentido común. Gente borracha siendo transportada en carromatos por gente borracha, gente durmiendo rodeada por sus propios residuos, recolectores de latas ganándose la vida (a día de hoy se han recogido del suelo 270.000 latas vacías, y aún así se siguen apilando miles al borde de los caminos), el horizonte sembrado de estandartes y banders y, lo más impresionante, un murmullo, un retumbar de fondo que le hacen a uno preguntarse qué no estará pasando aquí.

Cruzamos un puente vertiginoso sobre las vías del tren – el festival tiene su propia estación – y se llega a una parte con más tiendas de campaña, esculturas, graffittis, y paneles con información sobre el medio ambiente; todo muy bien montado. Cruzamos de vuelta y nos dirigimos, con la marea humana, al área del festival propiamente dicha.
El área del festival es otra explanada enorme donde hay siete escenarios donde van tocando sin pausa los diferentes grupos. Enseñamos nuestros brazaletes, nos hacen tirar una botella de plástico y empezamos a ir de escenario en escenario. Aún se escucha la música de uno cuando se empieza a escuchar la del otro. Es muy impactante.
El primer escenario que vemos es el Astoria, en el que el público y la banda están bajo una misma carpa. Aquí caben 3.400 personas. Un cartel luminoso no deja de avisar que no se permite “crowd surfing”, es decir, tirarse a la multitud. No nos gusta la música y salimos. Vamos al escenario más grande de todos: el Orange Stage, la nave insignia del festival, muy bonito. La banda toca bajo una carpa naranja, y el público (60.000 personas) está al aire libre. Ahora tocaba Volbeat, una banda de rock danesa que sacó mi vena más jebi y me hizo hacer los cuernos. El sonido era perfecto y los juegos de luces increíbles.

Acabó Volbeat, y salimos del área del festival a tomarnos un sandwich al ágora M. Luego volvimos al Orange Stage, y vimos el apoteósico principio del concierto de Kanye West, un rapero americano que debe creerse Dios.

Tras tres o cuatro canciones, fuimos al Arena, otro escenario con el público y la banda bajo una misma carpa (caben 17.000 personas). El grupo era uno danés muy famoso, Mew. Este concierto nos lo tragamos entero; fue muy bueno, acabamos exaltadísimos, y el final fue muy emocionante. Salimos con un río de gente como nunca lo he visto. Era de noche y volvimos a Trekroner, cansadísimos.

Esta mañana me tocaba mi último turno de trabajo. Llegué veinte minutos tarde porque me quedé dormido. Ha sido entretenido, porque al ser de día hay más gente despierta y con ganas de cachondeo y/o/u/e bronca. Por primera vez hice uso del aparato para apagar fuegos; lo utilicé para refrescarme la frente y la nuca. Cuando acabó el turno, a las tres de la tarde, tragedia: había perdido las llaves de mi bici. Tuve que volver andando (una hora y media de marcha, aproximadamente). Llegué a Korallen quemado, con ampollas en los pies y totalmente exhausto.
Ya os seguiré contando sobre el festival y mis últimos días en Dinamarca; por ahora he de decir que está siendo una experiencia increíble y un tanto surreal.

miércoles, 1 de julio de 2009

La hábil estrategia

Hoy me han echado de Korallen. La habitación 32 no me pertenece anymore. Y, sin embargo, escribo esto desde la habitación 32. Efectivamente, gracias a una hábil estrategia, he conseguido colarme en el cuarto; y quizás consiga quedármelo, sin pagar ni una corona, hasta que me las pire definitivamente el lunes que viene. La estrategia implica a una llave encontrada en una cocina, un sobre grande, un certero juego de manos en un momento crítico, y un pequeño vacío legal en las normas de la residencia... cuando tenga más tiempo os contaré.
Ahora no tengo tiempo porque a las 11 me espera mi segundo turno en el festival (a propósito, la música empieza mañana). No sé cómo me irá la cosa, pero creo que la gente está desfasando mucho. Ayer por la tarde vi a unos chavales en una cocina de Korallen que estaban utilizando un extintor y un cubo de agua para intentar enfriar cervezas de manera rápida y eficaz. He de decir que ayer estuve toda la tarde empaquetando y limpiando, y que ahora mi cuarto está super pelado.
Bueno, pues me voy. Un saludo a Irene y Rocío, las únicas coraleñas que se embarcaron en la aventura de vivir unos meses en Copenhague, y que a estas alturas disfrutarán del asfixiante calor andaluz. Ojalá pueda dedicaros un post algún día, pero ahora estoy totalmente absorbido por mi trabajo de bombero y por interminables y sudorosas partidas de futbolín. Adiós.

lunes, 29 de junio de 2009

El primer turno de trabajo

El Festival de Roskilde es un evento anual en el que cien mil personas pagan doscientos cincuenta euros para acampar en una explanada gigantesca, emborracharse como cubas y de paso escuchar algún que otro conciertillo. La enjundia del festival no se encuentra, pues, en los escenarios, sino en las zonas de acampada. Lo que es el festival de música no empieza hasta el día 2. Ahora hay lo que se llama el calentamiento. Y ahí, en el núcleo de este vórtice de locura, es donde anoche trabajé yo.

23.00 a 0.00. La zona de acampada se divide en sectores: A, B, C... En cada sector hay una plaza o ágora, donde estan los servicios, las barbacoas y una torre de vigilancia. Los desgraciados del turno de noche comos convocados en el ágora M. Nuestro jefe, un chaval llamado Stephen, nos divide en parejas y encomienda a cada pareja la vigilancia de un subsector dentro del sector M. Mi compañera es Aiga, una chica letona silenciosa y muy bella. Cada pareja va equipada con un extintor, una linterna y un walkitalki.
0.00 a 1.00. Sin novedades. Nuestra principal misión es apagar cualquier tipo de fuego, a excepción de los extremos incandescentes de cigarros y porros. La gente tiene bien aprendida la lección, y todos iluminan sus chiringuitos con linternas eléctricas. Cada centímetro cuadrado del suelo está ocupado con sus tiendas, o en su defecto mesas y sillas. Todos beben y cantan y ríen.
1.00 a 2.00. Inspeccionando la valla, Aiga y yo encontramos un tramo que algunos vándalos han intentado forzar desde fuera para poder entrar. Por fin algo de acción. Por el walkitalki comunicamos a la torre que hay que reparar la valla, corto y cambio. Quedáos ahí esperando a que llegue una furgoneta a repararla, corto y cambio. Mientras esperamos, escuchamos ruido en la maleza y vemos a los miserables correr por la pradera que hay al otro lado de la valla. Les hemos ganado la partida.
2.00 a 3.00. El desperfecto en la valla ha sido reparado, y seguimos dando vueltas. El suelo se va llenando progresivamente de porquería. Los personajes, variados y abudnantes, nos gritan cosas en danés; pero todo suena muy amigable. Hay algunos que, visiblemente ebrios, nos desean una buena guardia y un feliz festival. Stephen nos llama por el walkitalki para que descansemos un rato haciendo un trabajo más light: reponiendo rollos de papel higiénico.
3.00 a 4.00. Una vez repuestos los papeles higiénicos, Aiga y yo entramos en la sala de descanso para los voluntarios (que es un cobertizo cutre con una nevera y una máquina de café) y nos tomamos un cafelito y unos sandwiches. Llega una chica muy nerviosa diciendo que hay un tío inconsciente en el suelo. Nos acercamos, ayudamos al colega a levantarse, le damos un poco de agua y le llevamos hasta su tienda, que está en el sector L (que, según nos dijo luego Stephen, es el más fiestero de todos, cosa evidente visto el etílico estado del infeliz). Contentos tras esta buena acción, y aburridos como ostras, nos tomamos otro sandwich.
4.00 a 5.00. Stephen nos vuelve a mandar a inspeccionar la zona de acampada. Es plenamente de día. Los borrachos duermen plácidamente en sus tiendas. El suelo está asqueroso, y muchas de las tiendas están ya completamente destruidas. Aburrimiento y hastío. Nos sentamos un ratito sobre la hierba a dormitar.

5.00 a 6.00. Volvemos al ágora, y Stephen nos da unas bolsas enormes de basura y nos ordena que limpiemos la zona. No nos provee de guantes, así que tenemos que aguantarnos el asco y recogerlo todo con nuestras propias manos (que, a fin de cuentas, han pasado por otros sitios igualmente sórdidos). Miles de latas, salchicas, servilletas, panes, son arrojados al contenedor. El cansancio empieza a apoderarse de nuestros cuerpos y nuestras mentes. Intentamos escaquearnos, pero llega Stephen con más bolsas.
6.00 a 7.00. Esperamos a que llegue el siguiente turno. Nuestra distracción es ver a una máquina succionar por un tubo el contenido de los WC. Por fin llega el cambio de turno. Nos quitamos los uniformes fosforescentes, me despido de Aiga, cojo mi bici y me encamino a Trekroner, donde tras escribir esta crónica pienso dormir como un tronco. Ha sido una noche muy larga, pero al mismo tiempo divertida y muy instructiva. Tengo el peesentimiento de que lo voy a pasar muy bien este festival. Adiós.

sábado, 27 de junio de 2009

33688

33688 es mi número de participante en el Festival de Roskilde. Hoy hemos ido Fer y yo a Roskilde a coger la pulserita, y luego hemos encaminado nuestras bicis hasta el sitio del festival, a ver qué pinta tenía eso. En el camino, y sobre todo a partir de la estación de tren, lo que había era una auténtica peregrinación de gente de todas las calañas, cargadndo con mochilas, tiendas de campaña, sillas, carros, equipos de música y cantidades industriales de cerveza, en dirección al festival. Lo que hay allí ahora es una masa impresionante de gente ocupando cada metro cuadrado de terreno, bebiendo cerveza, jugando al frisbi y orinando por doquier, esperando a que abran las puertas. El ambiente es bueno y sudoroso, y, como ya he dicho, lleno de personajes estrafalarios.
Las puertas abren mañana a las ocho de la mañana. A decir verdad, Fer y yo aún no tenemos ni idea de en qué consiste nuestro trabajo. De lo poco que sabemos, seremos una especie de relaciones públicas/vigilantes de seguridad, y también sabemos que tendremos que apagar fuegos (?). Qué mal rollo, macho. Dicen que el Festival de Roskilde es la quinta mayor ciudad de Dinamarca.
Los turnos los repartieron por internet esta mañana. A mí me han tocado unas horas intempestivas (aunque por suerte no trabajo cuando toca Coldplay, que es uno de los tres grupos que conozco; un número muy pequeño teniendo en cuenta que tocan 150). Empiezo mañana a las 23.00 horas. Estaré apagando fuegos hasta las siete de la mañana del lunes. Espero que esto no me impida escribir en el blog pequeñas crónicas de mis últimos días en Denmark; por si las moscas, he decidido escribir ahora el último post que colgaré, y que será publicado el día 5 ó 6 de Julio. Será un post controvertido en el que se desvelarán cientos de secretos y se harán polémicas valoraciones... un final fascinante para este blog infausto.
Bueno, aparte de todo esto, han pasado algunas cosillas. María, uno de los personajes más sorprendentes de Korallen, se marchó hace dos días (y yo me perdí su despedida por culpa de un cambio repentino de horarios). Otro día fui a un restaurante a cenar en Roskilde. El miércoles, Sandra Kim, Fer, Marianne y yo fuimos al Tivoli, y nos montamos en 20 de las 25 atracciones que hay, incluyendo “Vertigo”, que es nueva y consiste en una avioneta que los mismos que se montan pueden pilotarla. Lo último fue la montaña rusa; había tan poca gente que, después de la carrera, y como no había nadie esperando, nos dieron otra vueltecita de regalo. Nivel de ganas de potar: 85%.
Bueno, os dejo. Deseadme suerte en mis labores como guardia de seguridad. Adiós.

martes, 23 de junio de 2009

La invasión de la cocina 1D

Se nota que ha llegado el verano. Ha dejado de llover y la temperatura ha subido hasta los 12 grados. Por fin podemos llevar desabrochados los chaquetones.
El otro día mis pasos me llevaron a la cocina 1D, y allí me encontré a María rodeada de varios maromos. Inmediatamente, por la indumentaria y apariencia de éstos, pensé que era la Cobra Negra en persona. Me quedé ciertamente confuso, preguntándome qué tejemanejes se traían esos malhechores en la cocina 1D. Entonces vi entrar a Vianney por la puerta y lo entendí todo: Vianney había regresado de Lille, y se había traído a sus amigos.
Os pondré en precedentes. Vianney es un chaval francés muy majo, vegetariano, grandullón, bromista, siempre con pantalones cortos y gorra, que vive en una casa okupa en Lille. Vino a Roskilde para acompañar a Noémie, su novia, y juntos forman una estampa dulce y muy divertida. Hace un mes, Vianney tuvo que volver a Francia por temor a ser expatriado. Una vez arreglada su situación legal, decidió volver con su furgoneta, y se trajo a sus compañeros de la casa okupa.
Pues eso, que me encontré a estos cinco tíos con sus cazadoras, sus miradas torvas y su aspecto levemente siniestro, jugando a las cartas y fumando como chimeneas, y me quedé comprensiblemente perturbado.
Sin embargo, he de decir que con el paso de los días su paso por Korallen ha sido más beneficioso que opresivo. Me invitaron a cenar con ellos, me enseñaron a jugar al bakgammon, y hacían esfuerzos por hablar en una combinación francoinglesa muchas veces imcomprensible. Las neveras y armarios de la cocina ahora están llenos de fruta y demás alimentos en perfecto estado. Hace un par de días volvieron a Lille, y antes de marcharse dejaron la cocina ordenadísima y como los chorros del oro. Han hecho una pintada en la pared, pero se les perdona. Desde aquí un saludo a esta Cobra Francesa, donde quiera que estén, jugando al backgammon o quemando contenedores.
La noche que se fueron asistí a una fiestecilla en Roskilde. Era una especie de San Juan; en un jardín hicieron una hoguera espléndida, y la gente del vecindario estaba sentada alrededor, charlando, esuchando música, mirando al fuego hasta que asomase el sol. Todo muy tranquilo, a pesar de pequeñas rencillas con una amiga mía de la Blue Tower.

lunes, 22 de junio de 2009

Josema y las niñas de Hvidovre

Hace una semana se fueron Josema y Blanca. Un pequeño pero selecto grupo de amigos les acompañamos hasta al mismísimo control de seguridad del aeropuerto, para minimizar sus (y nuestros) sentimientos de pérdida.

Seas hombre o mujer, a la media hora de conocer a Josema ya te ha pasado la mano por el hombro (bueno, si eres chica sólo son veinte minutos). Josema ha sido, por méritos propios, el más ligón de Korallen: atento, educado, cariñoso... Otra característica suya es que es un fiestero nato y mártir. Nato porque apenas sí ha faltado a alguna fiesta en Korallen o en el Student House en Copenhague. Mártir porque si en el transcurso de alguna fiesta alguien se pone malo, sea por el motivo que sea, Josema acaba siendo el que acompaña al desdichado durante el resto de la noche hasta que llegue a su casa sano y salvo. No tengo dedos en las manos para enumerar las fiestas que Josema ha dejado a medias en beneficio de la salud de otros.
Josema es de Úbeda y estudia ingeniería informática a una ratio de curso por año. En RUC tenía una asignatura para programar a un robot, y a veces tenía al bicho en su cuarto y me enseñaba cómo seguía una línea negra pintada en el suelo o cómo salía de un laberinto.
Algo gracioso que una vez le pasó es que, cuando volvía de madrugada de acompañar a un amigo al aeropuerto, se quedó dormido y el tren se lo llevó hasta Helsingør, en el quinto pino. En el tren de vuelta no se le ocurre otra cosa que volver a quedarse dormido, y se despertó en el aeropuerto de nuevo. En resumen, su amigo llegó a España a la misma hora que él llegó a Korallen. Como última curiosidad, Josema tiene la propiedad de siempre salir de perfil en rlas fotos.

- JOSEMA CONDUCIENDO UNA MÁQUINA MORTÍFERA EN KIRUNA -

De Blanca no puedo hablar sin acordarme de Maite: las niñas de Hvidovre. Hvidovre (pronúnciese vidouá) es un suburbio de Copenhague, en el que además se encuentran los estudios de von Trier. Allí vivían, en un pisito muy cuco en el que la ducha estaba integrada en el resto del cuarto de baño (cuando digo integrada quiero decir exactamente eso). Las niñs venían mucho a Korallen, y cuando estaban en Hvidovre había una línea infromativa ininterrumpida llamada Skype.
Maite, que se fue hace varias semanas, será recordada por su genio y su flequillo. Está orgullosa de ser sevillana, a pesar de sus escasas habilidades para bailar sevillanas, como quedó demostrado en una ya lejana barbacoa. Cualquier conversación que mantuviese con ella acababa derivando en teorías sobre LOST. Su especialidad culinaria eran los brownies.
Blanca, del Puerto de Santa María, también es adicta a LOST, pero en menor medida. Ha viajado muchísimo con sus padres: desde la selva amazónica hasta Groenlandia. Además, no es algo de lo que te enteres al conocerla, sino lo descubres poco a poco en forma de pequeñas píldoras informativas. Una propiedad de Blanca es que muchas veces está en la parra.
Pues eso, que Josema y Blanca se fueron; y Rocío, Fer, Pasquale y yo nos quedamos un poco cortados. Hicimos un humilde picnic en un cespecito a las afueras del aeropuerto, y luego fuimos a Christiania a jugar al futbolín.

Siguen pasando los días y las horas en este Korallen tan vacío (pero aún querido, a pesar de todo). Me voy a cenar a un restaurante caro en Roskilde.

lunes, 15 de junio de 2009

La jam session

Ayer fui a la jam session de Christiania. La principal característica de ésta es que no es una jam session, pues por definición una jam se basa en la improvisación musical, y en la de Christiania se tocan sobre todo versiones de temas conocidos. La enjundia de la jam de Christiania está en la rutina musical que se ha creado, y en los peculiares personajes que la frecuentan.
La jam tiene lugar en un bar oscuro y en ocasiones asfixiante, el Christianias Børneteater. Los músicos tocan agolpados sobre un pequeño escenario. Hay muchas sillas (nunca suficientes para la multitud) y una barra. Todo es bastante rústico.
Como ya dije, lo interesante de la jam son sus personajes. Vayamos por orden. Primero viene el Blues Man, un tipo robusto y encanecido que toca la guitarra eléctrica canta como Mark Knopfler (ojo, mi cultura musical es bastante escasa; a excepción de un conocimiento exhaustivo de las discografías de la Penguin Cafe Orchestra y de Mike Oldfield). Toca muchas canciones, entre ellas The road to hell, Route 66, I am your huchi-cuchi man, Unchain my heart, y por último Stand by me, con la que el público, eufórico, se sube por las paredes. Ayer tocó Have you ever seen the rain, que me trae buenos recuerdos.

Al Blues Man le suele acompañar Marcos (?), en mi opinión el mejor músico de la jam. Es un tipo muy bajito que siempre lleva gorro y que toca el piano como nunca he visto a nadie hacerlo. Entra en una especie de éxtasis, se le ponen los ojos en blanco, y sin mirar a nada (ni siquiera a las teclas), toca de maravilla. Cuando acaba la canción vuelve de este trance y saluda al público haciendo un corazón con los dedos. Yo he hablado alguna vez con él, es muy tímido y viene de Costa Rica. A veces toca alguna canción solo, como Sound of silence, Knockin' on heaven's door, Where have all the flowers gone, Come together, Yesterday, Imagine y Let it be; se encienden los mecheros y se me saltan las lágrimas.
El Blues Man vuelve al anonimato de la barra a tomarse sus chupitos, y viene el que canta en español. Éste es un poco pesado porque sus canciones parecen eternas; mas hay que reconocerle el mérito de que es que el más gente consigue subir al escenario a tocar con él. Sus canciones son propias, y repiten hasta la saciedad estribillos pegadizos como como Canta conmigo, Oye no quiero que te vayas, Camino camino camino camino, etcétera. La gente se anima mucho y baila; yo aprovecho para salir un ratito a comprar un trozo de pizza y una galleta buenísima por 20 croner.
Se va el españolito o queda relegado a un segundo plano; y suben los cubanos y los rastafaris a tocar Guajira guantanamera, Get up for your rights y No woman no cry. A veces se forma una auténtica jam, es decir, pura improvisación, pero a mí me acaba hastiando.

Hay más personajes: uno gordo y con bigotito que toca el bajo durante horas sin alterarse lo más mínimo; el del labio gordo, uno de los jefes del cotarro y que a veces canta y toca el bajo (me encanta Fly little wing) y todos nos quedamos boquiabiertos; luego uno que se parece a Woody Allen y toca la batería o, en su defecto, las maracas; el trompetista negro que tiene la capacidad de tocar la trompeta fuertísimo y fumar como un carretero; el camarero que a veces toca la flauta travesera o el saxofón, y el rapero francés. Luego hay algún otro que se cree mejor de lo que es y se sube a cantar o a tocar la batería con poco éxito.
Respecto al público, también está nutrido de personajes peculiares. Hay una esquina que es la esquina de las bailarinas psicodélicas, que son chicas de pelo largo y ropajes airosos que bailan hipnóticas danzas al ritmo de la música. También hay hombres que bailan; uno se parece a Wolff el de Tintín, muy gracioso, todos los domingos al pie del cañón.
Sin embargo, y a pesar de que lo considere un evento lleno de encanto, la jam session también tiene sus sombras: por ejemplo, las pocas veces que he visto a mujeres tocar; el elitismo de algunos músicos y, por último, lo más terrible de todo: el chaquetón que me robaron un día lejano, con bono de transporte incluído. Malas puñalás les den a tós.
De vuelta a Trekroner, nos tuvieron esperando una hora y media dentro del tren en la estación central de Copenhague, porque alguien se había tirado a la vía. Qué final más truculento, macho.

- TREKRONER A LAS DOS DE LA MAÑANA -

viernes, 12 de junio de 2009

Las palmilleras de Korallen

Una vez alguien dijo que es una lástima que a los héroes les hagan los homenajes y las estatuas una vez que están muertos. En este blog yo he pecado de eso, solo que no espero a que se muera la gente, sino a que se vayan de Trekroner (que un poco es como morirse) para hacerles un pequeño homenaje. El domingo pasado una patulea de gente cargamos con cientos de maletas y una caja enorme hacia el aeropuerto de Copenhague, a despedir a dos heroínas.


Paula es sigilosa y sonriente. Sus habilidades culinarias son escasas, a pesar de lo cual ganó el concurso de tortillas contra Carlos. Sus dotes de cocinera aumentaron considerablemente, pero se quedó atascada en el quiche de jamón y queso (su especialidad). Paula, a pesar de ser aparentemente quebradiza, se apunta a un bombardeo; y ha ido a prácticamente todas las excursiones y fiestas que se han organizado. En sus últimos día solía salir al jardincito de detrás de Korallen a tomar el sol, a pesar de la amenaza permanente de los globos de agua.
Para entender cómo es Eva, lo mejor es describir su cuarto, “el Burdel”, llamado así porque la lámpara estaba cubierta por un paño rojo para atenuar la luz. “El Burdel” estaba permanentemente perfumado por velas aromáticas, la colcha estaba estampada de rosas, igual que los pósters en las paredes. Encima de las cajoneras había decenas de tarritos con perfumes, geles, cremas, fragancias, etcétera. Había un sofá my cómodo y un mueble lleno de cubertería y comida. La habitación entera se sometía a una limpieza exhaustiva una vez por semana (aunque la frecuencia aumentaba dependiendo del estrés de la propia Eva; estas sesiones se llamaban “limpiezoterapia”).
Así es Eva: perfumada, orgullosa, elegante (a excepción de las gafas sin cristal) y oyente fiel de canal fiesta radio. Era el predator de la habitación 18. El día que se vino, hace ya diez meses, le dijo a su madre que en menos de dos semanas estaría de vuelta.
Con Eva y Paula hay incontables anécdotas, dado que, como ya dije, han estado involucradas en cada evento que se ha organizado (fiestas de agua, fiestas destructivas, cumpleaños, etc). Son viejas amigas de Janitor.

Paula se pilló una bici genial en Copenhague, probablemente la mejor bici que hayamos visto. Decidió, pues, llevársela a Málaga. Compró una caja gigante, desmontó la bici y la metió. Yo me presenté voluntario para ayudar a llevar la caja al aeropuerto. Fer y Pasquale se apuntaron a la Bici's Team. Craso error por mi parte, pues acabé malherido.
La caja era enorme y muy inestable. La llevábamos sobre un carrito que no hacía más que desviarse. En el tren bloqueamos el paso en un corredor, y al hacer fuerza para girarla me hice un corte en el dedo corazón. Con la mano sangrando, aún había que llevar la caja por toda la terminal, esquivando gente y paredes por escasos milímetros. Finalmente, la caja fue entregada por la ventanilla de “equipaje grande”, y Paula nos prometió una cena en los espigones que no se me ha olvidado. Media hora después, sin armar un dramático y lacrimógeno pifostio, se marcharon. Fer, Pasquale y yo fuimos a ver los aviones despegar bajo una pertinaz llovizna.

- NO ESTAMOS DEL TODO SEGUROS, PERO HAY UN 80% DE PROBABILIDADES DE QUE EVA Y PAULA ESTÉN METIDAS EN ESTE AVIÓN -

Eva y Paula, las malagueñas de Korallen, capaces de hablar inglés con entonación de La Palmilla; Korallen está perdido sin vosotras. Vuestras canciones melosas no volverán a sonar entre estos muros. Nos vemos pronto.

miércoles, 10 de junio de 2009

El saneamiento de Korallen

Me estoy mosqueando un poco. El motivo es que la otra tarde, estando en pleno junio como estamos, tuve que salir a la calle con chaquetón. Además, tengo dolor de garganta, varios de mis amigos están resfriados, y tengo las zapatillas cerca del radiador porque ayer se me calaron con la lluvia.

Otro motivo para este resquemor es que, desde hace unas semanas, aquí ya nunca cae la noche cerrada: siempre queda en el cielo un cierto resplandor azul, algo incómodo para personas fotosensibles como los niños de “Los Otros” y yo. De todas maneras, siempre es mejor esto que las tinieblas perpetuas que viví hace varios meses.
Un último motivo para acrecentar mi incipiente mosqueo es que no tengo respuesta para mi solicitud de trabajar en el festival. El festival de Roskilde es algo muy tocho, y a mí, aunque no me gusten las multitudes ni la música rock, me gustaría trabajar para conocer el ambientillo. Y los desgraciados no me contestan. He de decir que de la respuesta depende, en cierta medida, mi fecha de vuelta a España, siendo como mucho el día 7 de Julio San Fermín.
Estas semanas en Korallen se han sucedido diversos eventos, en relación la mayoría de ellos con las despedidas de la gente. Ayer estuve hablando con Hugo de que tanto él como yo pensábamos que la despedida sería algo así como una macrofiesta brutalmente triste, y al día siguiente cada uno a su casa y dios a la de todos; pero está siendo distinta: escalonada, poco a poco, como una sangría lenta y dolorosa. Cada semana se nos va uno. Se organiza una cena, se le hace un regalito, se llora un poco (aunque en el tema del patetismo hemos mejorado mucho desde el primer cuatrimestre, y ahora nos andamos con menos tonterías), y el despedido/a en cuestión os abandona. Y no sólo eso, sino que también hay gente aprovechando estos días para viajar, así que Korallen está realmente extraño. Aún así, he de decir (!!) que los pocos que quedan siguen siendo buenos.
Estos días están transcurriendo de la siguiente manera: me despierto, hago un poco de 3D, luego voy a la cantina, luego me como un pastel, luego vamos a jugar al futbolín (siendo los equipos Marianne y yo contra Pasquale y alguien más, a no ser que juegue Fer, que entonces juego yo con él y Marianne con Pasquale, porque Fer y Pasquale son tan buenos que ponerlos juntos es una totnería), luego me doy un paseo por el lago y veo a los cisnes avasallar al resto de la fauna; luego me paso por las habitaciones de mis amigos/as (sea en Korallen o en otras residencias), luego vuelvo a hacer un poco de 3D, ceno, me quedo charlando y me acuesto maldiciendo la claridad que entra por la ventana.
Quiero aclarar, antes de despedirme, que no me he olvidado de mis lectores, ni de mi familia, ni de mis amigos más cercanos.
Me voy a duchar y a lavar el pelo para intentar deshacer unas cuantas rastas que el tiempo y el azar han ido formando en mi cabeza. Hasta luego.

sábado, 23 de mayo de 2009

Las noches azules (parte 3 de 3)

El tercer día en Hirtshals fue el último. Lo recogimos todo, saludamos a unos marineros curtidos y ebrios camino de la estación, y cogimos nuestra sucesión de trenes hasta Trekroner. El sol lucía en el cielo y en nuestros corazones.

- BLANCA Y JOSEMA POR LA MAÑANA -

En el tren lo pasamos muy bien, porque estaban casi todos los asientos ocupados, así que nos pegamos las seis horas de trayecto cambiando de sitio cada dos por tres. Esto, sumado a que íbamos a hacernos visitas o a ofrecer alimentos del fondo común, nos mantuvo entretenidos durante el viaje; y supongo que incluso pudo inquietar a los demás viajeros del tren, viendo tanto movimiento de personas y maletas en todas direcciones.
Paramos en Odense, ciudad natal de Hans Christian Andersen. El clima se había estropeado. Soplaba un viento frío y llovía. Salimos a dar un paseo, pero con este percal el paseo consistió en salir por una puerta de la estación y entrar por otra, con risas jocosas por nuestra parte. Cogimos otro tren hasta Roskilde (en esta parte del trayecto hay que cruzar uno de los conjuntos puente-túnel más largos del mundo, el Store Bælt, una construcción impresionante). En Roskilde esperamos cinco minutitos más y cogimos finalmente el tren que nos llevó a nuestro Korallen querido.

- EL MEGAPUENTE DEL STORE BÆLT-

Desde aquél día, varios eventos se han sucedido. Uno fue la despedida de Vianney, que se va a Francia por su propio pie o, por problemas burocráticos, será repatriado. Fue una fiestecilla muy amena, consistente en una cena y una batalla de agua. Ayer también nos habían avisado de que había una fiesta en RUC. Yo no quería ir, pero, presionado por Pasquale, nos acercamos. Por suerte la fiesta había terminado, así que volvimos a Korallen, él enfadado y yo aliviado.
Hace un par de días acompañé a Pasquale al centro comercial porque se le había antojado un monopatín (“... si los niños pequeños pueden hacerlo, para mí será incluso más fácil”). Lo rompió in situ, tres minutos después de comprarlo, mientras lo probaba en un parking. Lo descambió y se compró otro. Horas después, cuando acababa de sacarlo del plástico, Vianney se montó y lo destrozó. Un motivo más para continuar con la perpetua infelicidad de Pasquale.
Y los días siguen pasando, y pasado mañana voy a la oficina internacional de la universidad a decir que en Julio le pueden dar la habitación 32 a otro.

viernes, 22 de mayo de 2009

Las noches azules (parte 2 de 3)

Al día siguiente desayunamos café y pasteles comprados con el fondo común, y cogimos el trenecito hacia Hjørring. Desde allí cogimos un tren hacia Frederikshavn, donde Mikel se encontró por casualidad con un compañero al que no veía desde primero de carrera; y desde Frederikshavn cogimos un tercer tren hasta Skagen, el pueblo más al norte de Dinamarca (sin contar Groenlandia ni las islas Feroe).
Skagen, que como pueblo es bastante birrioso, es conocido por Grenen, una playa alargada que penetra en el océano, separando el Mar del Norte del Báltico. Estos dos mares se encuentran al final de esta lengua de arena, creando un curioso efecto en las olas y un extraño sonido de mareas que vienen en sentidos contrarios. Supongo que también creará peligrosas corrientes submarinas, pues en la playa había varios carteles que avisaban de peligro de muerte a los desdichados que osaran bañarse.

Hay una marcha de cuatro o cinco kilómetros desde Skagen hasta Grenen, que hay que hacer a pie. En el camino me encontré un mapa genial de Noruega. Justo antes de la punta está el faro. Me acerqué a curiosear, y descubrí que se podía subir previo pago de diez coronas. No había nadie cobrando, sino una hucha. Pagué (no porque se me esté contagiando la honradez danesa, sino porque había varios daneses al lado, y no quería quedar mal), y subí hasta lo alto por unas vertiginosas escaleras de caracol. Las vistas eran impresionantes, pero acabó llevándose más fotos el complejo juego de lentes del fanal (fanal que, ahí queda el dato, fue fabricado en París).
Bajé de nuevo y, descalzo y en solitario, hice el último trecho hasta el punto en que los dos mares chocan. Allí me reencontré con el resto del equipo. Colgamos los chaquetones y jerséis en el perchero (el perchero era un árbol seco, es que se nos está pegando el funcionalismo), echamos las toallas a la arena, y a comer sandwiches.

- LA PUNTA MÁS EXTREMA DE GRENEN Y, POR ENDE, DE DINAMARCA -

Después de comer tomamos un poco el sol y jugamos a las palas. Empezó a arreciar el frío, así que recogimos las cosas y volvimos al pueblo. El grupo se escindió. Algunas niñas, amedrentadas por el frío y la duración de la marcha, decidieron volver en un tractorcillo que traía y llevaba a la gente. Los que volvimos andando fuimos acumulando trozos de madera en un cubo para la hoguera de más tarde (hoguera que, perdonen que desvele el futuro, no llegó a realizarse); y subimos al faro.
Mientras esperábamos al tren en Skagen nos tomamos un café en un bar (y las patatas fritas que les sobraron a las anteriores ocupantes de la mesa). Luego, más trenes: de Skagen a Frederikshavn, de Frederikshavn a Hjørring. En Hjørring nos dimos un paseo. El pueblo resultó ser muy bonito, con muchas esculturas por la calle y bastante animación. En la estación, mientras esperábamos, Josema y Mikel jugaban a las palas a pocos metros de las vías.
En Hirtshals nos esperaba una impresionante puesta de sol y la cena. Después fuimos al salón común del albergue, donde había unos daneses sentados en los sofás, con la mesa llena de patatas fritas y cocacolas, viendo Eurovisión. Entusiastas, aplaudimos a Dinamarca y a España, y ellos (tendrían cincuenta o sesenta años) hicieron lo mismo, con más cortesía que entusiasmo. En las puntuaciones aplaudíamos los puntos que les daban a ambos países, y también los de Noruega, que se nos está contagiando el sentimiento escandinavo. Cuando acabó el show, y sin nada mejor que hacer, nos fuimos al cuarto, donde conté chistes hasta que todos se durmieron. Y después me dormí yo.

jueves, 21 de mayo de 2009

Las noches azules (parte 1 de 3)

He pasado un par de días en Jutlandia. Bueno, los pasé hace ya como una semanita; pero me tomo libertad para hablar de ello con más cercanía temporal, pues el tiempo es dúctil, como bien sabemos los que hemos visto el asombroso último episodio de la quinta temporada de LOST.
Salimos una soleada mañana cargando con nuestras mochilas y con dos cestas del Fakta llenas de comida poco saludable comprada con el fondo común. Teníamos un billete de interraíl que nos permitió, en menos de seis horas, llegar a la otra punta del país, a la ciudad de Hjørring, en Jutlandia. El viaje fue muy apacible. El paisaje era monótono pero bello: praderas y más praderas, algún que otro bosquecillo, pueblos diminutos y casitas desperdigadas. En el tren íbamos riéndonos mucho, jugando a pegarnos nombres de otras personas en la frente y teníamos que adivinar quienes éramos (esto, aunque parezca infantil, da mucho juego a unas mentes retorcidas como las nuestras).

Llegamos, como digo, a Hjørring, donde cogimos un trenecillo hacia nuestro pueblo de destino, Hirtshals. Este segundo tren era más como un autobús: iba vacío y había que solicitar las paradas dándole a un botón. Qué funcionales estos daneses.
Hirtshals es un pueblo pequeño pero importante gracias a su puerto, al que llegan muchos barcos desde Noruega. Por eso, cada vez que mirábamos al mar veíamos enormes ferris y algún que otro carguero llegando o marchándose. Un mar muy bonito, a propósito, en el que el sol tardó muchísimo tiempo en ponerse. Fuimos andando hasta nuestro hotel, que quedaba al final de una hilera de casitas que daban a la playa. Ocupamos nuestra habitación y bajamos a la arena.
Supongo que sabréis que, al igual que en invierno en Kiruna nunca salía el sol, en verano nunca se pondrá. En Hirtshals el sol se ponía; pero la luz del día nunca llegó a apagarse por completo. El sol se puso a las 9.34, y el cielo siguió coloreado de naranja y violeta hasta la medianoche. Entonces creímos que sí que se vería del todo negro, pero no fue así; el horizonte siguió violáceo hasta que, a eso de las 2.30, empezó a clarear. Pero vayamos por partes.

Vimos la puesta de sol desde el faro del pueblo, que es muy bonito y está rodeado de búnkeres subterráneos. Luego volvimos al hotel y cenamos arroz con tomate. Había dos equipos, el de cocineros y el de fregadores; contándome yo en éste último.
Los miembros de la expedición éramos Fer, Eva, Paula, Josema, Blanca, Maite, Mikel, Sandra (la única no española, la pobre) y yo.
Ya secos los platos, fuimos a la playa a mirar las estrellas y a intentar encender una hoguera. A pesar de disponer de rollos de papel higiénico del hotel, nos fue imposible, porque la paja y la madera estaban muy húmedas. Helados, fuimos al hotel y nos dormimos cada uno en nuestra cama y Dios en la de todos.

jueves, 14 de mayo de 2009

Excursión a Copenhague

Ayer fue un día muy entretenido. A mediodía, Josema, Sam, Fer y yo cogimos las bicis y nos encaminamos a Copenhague. Supongo que le habréis perdido la pista a mi bici. Haré un breve flashback sobre qué fue de ella. Yuuuummmmm...
Mi bici estaba enganchada en Christiania, y yo había perdido la llave del candado. Me daba miedo llevármela por si alguien creía que la estaba robando y me pegaba una paliza o me tiraba una granada de mano. Un día, sin embargo, me lancé y la cogí, y la llevé a Trekroner. En el camino se me ocurrió la soberana estupidez de pedalear con el candado puesto creyendo que lo reompería. Fue, como digo, una estupidez. La cadena se enganchó en los piñones y los radios se retorcieron. Abandoné a mi bici junto a la estación y ahí sigue la pobre, inservible, sirviendo de alojamiento a múltiples arañas hasta que el óxido la consuma.
Yuuuuuummm. Yo pedaleaba la bici de Jess, una chica australiana muy maja. A medio camino, a la altura de Ålholm (pongo el nombre porque me gusta escribir esa A rara), habíamos quedado con las niñas. Sam se volvió a Trekroner, y a Josema, Fer y a mí se nos antojó algo que comer. Entramos al supermercado con la humilde intención de comprar unas patatas fritas. No sé qué nos pasó, que de repente nos entró un ansia consumista irrefrenable y acabamos comprando toblerones, cocacolas, caramelos, galletas, plátanos, uvas, y hasta un pepino. Salimos, y dos sorbos de cocacola después descubrimos que estábamos inflados y que habíamos pasado por un estado de total enajenación mental.
Llegaron Eva y Blanca, y reemprendimos el camino. Llegamos sanos y salvos a la plaza del ayuntamiento de Copenhague, y torcimos en dirección a la playa de Amager. De repente, mientras cruzamos el puente Langebro (que ocuparía el top 11 de mi lista), suna una alarma. Se nos interpone en el camino una valla con unas luces intermitentes. Nos paramos, confusos. Empieza a acumularse un pelotón de ciclistas y coches. Entonces, ante nuestros atónitos ojos, el puente ante nosotros empieza a levantarse, hasta ponerse casi perpendicular al suelo. Cae todo el polvillo. Y un cacho de barco cruza por el hueco que el puente ha dejado. Luego, suavemente, el pavimento vuelve a recuperar su horizontalidad, levántase la valla, y el tráfico volvió a fluir. Nos quedamos un ratito más en el puente, viendo en el horizonte cómo el puente Knippelsbro (puesto 5) se abría para dejar pasar al carguero. Luego continuamos la aventura.
Habíamos quedado con Rocío en la puerta de un Fakta en Amagerbro (el barrio de la Universidad). Mientras esperábamos y comíamos doritos, vi pasar a un tipo que me resultó muy familiar. Le seguí. Empezó a andar en dirección contraria, y entonces le abordé y le pregunté si había actuado en “El Jefe De Todo Esto”, una de las películas de von Trier. El tío me dice entre dientes que sí. Le digo que la peli es muy buena, pero él pasa de mí y se marcha. Luego vuelve a pasar, pero ni me mira. Luego otra vez de vuelta. Qué tío más raro, macho, pensé. Había también un par de tipos con auriculares y micros. Con la mosca detrás de la oreja, buscamos a nuestro alrededor, hasta que vimos en un balcón una cámara de cine. Todo encajó. El actor en cuestión, Jens Albinus, uno de los actores que suele contratar Lars von Trier, estaba en mitad de una grabación, de ahí su laconismo y su extraña indumentaria marrón. Qué emocionante.
Para no estorbar más al rodaje, nos fuimos a nuestro punto de destino: la playa. Nos tomamos las galletas de chocolate, los plátanos y las uvas; y luego fuimos a las afueras de aeropuerto a ver aterrizar los aviones. Hay un sitio que los ves pasar a un tiro de piedra por encima de tu cabeza.
Todavía en bici, volvimos a Christiania, donde estuvimos charlando un rato. Sin ningún incidente que reportar, volví a Korallen y, con un intenso dolor de estómago causado por mi desordenada dieta, me dormí.
Soñé que Celia se caía del tejado del Diamante Negro, no me preguntéis por qué. Adiós.

martes, 12 de mayo de 2009

La ofensiva insinuación del tuenti

- LOS DOS PABLOS, ANA Y YO; UNO DE LOS 9 DÍAS QUE ESTUVIERON AQUÍ -

Algo interesante habré hecho en este tiempo. Esto es lo que me insinúa el tuenti para decirme que cambie mi estado, que lleva doscientos cincuenta días siendo “estoy en Roskilde”.
En estos últimos días, por ejemplo, me he llevado dos sustos de muerte. Uno fue un arácnido muy grande que se me cruzó por una calle solitaria una fría noche que volvía a Korallen. El otro susto fue, el primer miércoles de mayo, estando con mis amigos. Llovía y hacía frío y viento. A mediamañana, de repente, suena un sonido penetrante y feroz. Asustado, salgo al exterior. Es un sonido tan de ultratumba que parece no venir de ninguna parte, sino del mismísimo cielo. Se detiene. Cinco minutos después, la sirena (porque sonaba como una sirena) vuelve a sonar. Mientras corro por los pasillos de Korallen, me planteo que ha pasado algo chungo en el mundo (del que llevo desconectado doscientos cincuenta días) y que la belicosa Dinamarca ha entrado en guerra con otro país. Pienso en mandar un sms de despedida a mi familia, pero la sirena se detiene.
Cinco minutos después vuelve a sonar, esta vez de una manera más profunda y siniestra. La parca debía estar pronta a sobrevolar nuestras cabezas. Me acerco a la Danish Kitchen. Allí, varios daneses ven tranquilamente la televisión. Estos daneses son tranquilos hasta en tiempos de guerra. Les pregunto que qué demonios pasa y me dicen que, cada año, el primer miércoles de Mayo testan en todo el país las sirenas antiaéreas, para comprobar su correcto funcionamiento.
Pues sí que funcionan, maldita sea.

- VUESTRO HIJO Y/O/U/E HERMANO Y/O/U/E SOBRINO Y/O/U/E NIETO Y/O/U/E AMIGO Y/O/U/E ENEMIGO RICARDO TOCANDO LA ARMÓNICA -

Más cosas interesantes han pasado. Al día siguiente fuimos a Hillerød, a ver el castillo y pasear por sus alrededores. El caso es que, sin comerlo ni beberlo, nos vimos metidos en un conciertillo ofrecido por un coro de septuagenarios, cantando temas patrióticos y religiosos con sus voces angelicales. El público también estaba conformado por un montón de septuagenarios, con sus mantitas por encima de las piernas (era en la terraza de un café) y sus pastelitos. Y nosotros allí con nuestras pintas greñudas, que en nuestra vida nos veremos en una igual. Pasaron un papelito con las letras de las canciones y hasta nos atrevimos a entonar algún párrafo ininteligible.

- ANA, PABLO Y PABLO EN LA PLAYA DE ROSKILDE -

Otro día fuimos al Tivoli. Me compré el multi-ticket, o sea, para poder montarme en todo lo que quisiera. Es útil comprártelo si te quieres montar en más de tres atracciones, porque cada atracción cuesta 60 coronas y el multi-ultra-ticket cuesta 200. Haciendo las cuentas de manera aproximada, nos montamos dos veces en la caída libre, dos veces en el supercolumpio giratorio, una vez en el trono de pacal (con consecuentas casi funestas por motivos vomitivos), entramos en una casa con pruebas divertidas, en un carricoche muy suavito para contrarrestar; y nueve veces en la montaña rusa. Fue una tarde muy divertida. Luego fuimos a Christiania a comprar dieciséis galletas de chocolate, que a mis amigos les han gustado mucho.
Al día siguiente del Tivoli mis amigos se fueron, cogiendo el avión por los pelos. Mi cuarto ha vuelto a tener cierto orden, aunque el caos y la suciedad siguen siendo la norma dominante. Después de varios días de viento y lluvia, ayer volvió a brillar el sol. Por la noche fue el cumpleaños de Marianne, y lo celebramos con una comida en la que comí tanto que estuvo a punto de crearse un agujero negro en mi estómago. Yo preparé un batido de fresa muy rico, y tuve la astucia de reservarme un vaso en el cuarto, que esta mañana me ha venido de perilla. La fiesta terminó al amanecer, esto es, a las 3.30 de la mañana.

- MARIANGELA, PASQUALE, FER Y YO. OJO A MI CAMISETA NUEVA -

Bueno, me voy a pasear alrededor del lago con Pasquale. Aunque a lo mejor debería replantearme este plan y dedicarme a limpiar. La alfrombra rezuma mugre. Ya veré lo que hago. Adiós.

domingo, 3 de mayo de 2009

Post exclusivo para Miriam

Hay varias residencias que te puedes quedar: hay una que se llama Filosofparken, otra que es la Rockwool Kollegiet (la Blue Tower), otra que es la Trekroner Kollegiet; y, la más maléfica de todas, Korallen. Yo no te puedo decir sobre las demás proque no las conozco demasiado; pero varios datos objetivos:
- Korallen es la más cara de todas.
- Korallen, a diferencia de las demás, tiene cuarto de baño propio en cada habitación. En las demás residencias hay que compartir con otra persona.
- Korallen tiene cocinas dentro de cada cuarto; y también cocinas comunes. Las demás residencias tienen cocinas comunes, pero se comparten con menos gente que en Korallen. Así pues, en mi opinión, creo que la convivencia en Korallen es más fácil y con más gente.
- Korallen es la residencia que pilla más lejos de la estación de tren y del supermercado. Este detalle, en principio superfluo, es un serio contratiempo cuando se llega, a las seis de la mañana, a un grado bajo cero, después de estar toda la noche de fiesta en Copenhague. Se ve Korallen a lo lejos y se piensa "¡dios!, ojalá viviera en la Blue Tower".
- Para primavera y verano, Korallen tiene un césped estupendo para comer y tomar el sol; y balcones para hacer barbacoas. Las otras residencias tienen menos espacio al aire libre.
En realidad, da un poco igual en qué residencia te quedes. Llega un punto en que las residencias están muy compenetradas unas con otras, y da igual dónde vivas, que puedes ir a cualquier fiesta o a cualquier cocina a tomar un café. En el campus hay buen ambiente, con la excepción de una banda de narcotraficantes (noooooo, es broma) y de las arañas carnívoras.
Yo pedí la residencia desde España, a partir del 1 de septiembre, a la Oficina Internacional de RUC, que es donde se hace el resto de los trámites. Me dijeron una dirección en Roskilde en la que pedir la llave. Todo fue muy sencillo, aunque muy doloroso porque se me rompió la rueda de la maleta y tuve que llevarla a peso por todo Roskilde. También ha habido gente que ha llegado aquí sin residencia; pero en cuestión de algunos días acaban consiguiéndola, tras ir a la Oficina Internacional en persona.
No sé si este post te habrá resuelto alguna duda. Yo sólo te digo que me lo estoy pasando muy bien (prueba de ello es la poca frecuencia con la que escribo), que todo el mundo aquí se lo está pasando muy bien, y que este país es muy apacible y bonito. Un saludo, y pregunta más cosas si lo necesitas, que aquí estoy yo pa contestarte.
Adiós, Miriam, tienes un nombre muy bonito.

Mis amigos

Después de tantos días, hago una breve conexión con el mundo bloguero. Están aquí tres amigos de Málaga, Ana, Pablo y Pablo. Llegaron el pasado martes, y desde entonces esto ha sido un no parar. Hemos andado por Copenhague y por Roskilde, y ayer dimos un paseo en bici por el fiordo. El 1 de Mayo es fiesta nacional en Dinamarca, y fuimos a celebrarlo al Fæledparken, un parque enorme en el centro de Copenhague. Allí había miles de personas, con música, hogueras, carpas, etcétera. Fue impresionante. No sabía que había tantos daneses, ni que pudieran beber tanto. Luego nos fuimos a Christiania a continuar la fiesta; pero nuestras gargantas estaban doloridas por el frío, y volvimos a Korallen.
Ayer, después del ya mencionado paseo por el fiordo (se nos olvidaron los tenedores para el picnic y tuvimos que ir a una casa a pedirlos; y la señora, muy amable, nos los regaló), tuvo lugar una fiesta increíble en Korallen. La organizaron los daneses en su cocina, pero el evento, monstruoso, se extendió al resto del edificio. Volaron sillas, se activaron las mangueras, se bailó sobre las mesas. Al pobre Pablo Burbuja, que descansaba tranquilamente en la terraza de la segunda planta, le golpeó una silla en la cara; silla lanzada desde el jardín. El otro Pablo tuvo un accidente al caerse de un carrito y golpearse el coxis con una barandilla. Para celebrar la victoria del Barça, una eufórica M. A. F. se encaramó a una encimera y mostró al público su azulgrana anderbuear. A las cuatro y media, con el clímax de la fiesta, llegó el amanecer. Acompañé a una tambaleante Marianne a la Blue Tower, y volví a mi habitación a dormir entre un revoltijo de sábanas y calcetines sucios. Mi habitación está en un punto de desorden y suciedad desconocido hasta ahora. Ropa, colchones, edredones, clínex, bolsos, comida, papeles, parecen haber tomado el poder y lo ocupan todo.
Pues eso, que cada vez amanece más temprano y anochece más tarde; que los atardeceres son larguísimos y muy bonitos, que el clima es perfecto, que Korallen está inundado y asqueroso, que hay arañas gigantes y mosquitos que parecen helicópteros. La Cobra Negra sigue a lo suyo, con sus oscuros trapicheos en las plantas superiores; y progreso adecuadamente con mis malabares de cinco bolas.
Ahora iremos a la jam session. En lo que nos queda de semana, tengo previsto llevar a mis amigos a Hillerød y Malmö; y si recaudamos suficiente dinero recogiendo latas de la calle, iremos al Tivoli.
Un saludo a todos y todas.

jueves, 16 de abril de 2009

Post insustancioso

El once de abri la las 17.00 horas aterrizó un avión procedente de Estocolmo en el aeropuerto de Copenhague. Dentro venía, regresando antes de lo previsto al Reino de Dinamarca, un quejumbroso Ricardo (yo), con dolores estomacales.
Ha llovido mucho desde el último post. Lo de llover es figurado, porque están haciendo unos días muy soleados (demasiado quizás, porque amanece a las cuatro y media), calurosos, a veces ventosos; muy bonitos. Ayer, aprovechando el clima y la ingente cantidad de tiempo libre de que disfrutamos, fuimos a Roskilde de picnic. Echamos las mantas (esto también es figurado, porque ahora que lo pienso no llevábamos mantas) en el parque al lado de la catedral, sacamos pan, jamón, queso y manzanas, y cual capítulo de Los Cinco, pasamos allí la tarde. Luego nos comimos un helado y de vuelta a casa.
Anoche hicimos una barbacoa en homenaje a varios cumpleañeros. Encendimos dos fuegos, combustible de los cuales fue un somier viejo que ayudé a destrozar. Carne, patatas fritas, etcétera. La fiesta tenía muy buena pinta. Fui con Marianne a dar una vuelta por Korallen, y nos entretuvimos en la Danish Kitchen jugando al culo (juego de cartas) con unos daneses. Cuando volvimos a la fiesta, ésta había cambiado de naturaleza debido al desenrrosque y apertura de mangueras. Visto el percal, me refugié en mi habitación.
Habitación que sigue hecha un desastre. Estoy escribiendo desde el sofá. A mi izquierda está la cama deshecha, con el pijama, ropa sucia, mantas desordenadas, gorro y bufanda. Delante está la mesa atestada de papeles, y la ventana aún sim limpiar (se me olvidó comentar en este nefasto blog que el 1 de abril unos graciosillos me pintaron la ventana por fuera, porque ese día es el día de los inocentes para los franceses). A la derecha está todavía un colchón atestado de sábanas, ropa sucia, ropa limpia, e incluso la mochila de Estocolmo aún a medio deshacer. Detrás mía, en el mueblecito de madera, reposa un Toblerone Blanco Gigante, cuya presencia me tranquiliza.

- MESITA EN EL JARDÍN DE KORALLEN. NÓTESE LA LUZ DEL SOL -

Planes futuros: después de publicar este insustancioso post, iré a buscar a Pasquale a su habitación; cruzaremos algunas palabras pesimistas y pesarosas, y nos iremos a la cantina. Pasaré la tarde en la biblioteca intentando escribir un discurso de cinco páginas, y luego me han invitado a un café en el lago. La cosa pinta bien, pero debería aportar algo. En Los Cinco siempre llevaban pastitas, pero yo aún no sé lo que son las pastitas.
Vuelvo a las andadas, amigas y amigos lectores. Me quedan dos meses perdido en Roskilde.

miércoles, 1 de abril de 2009

Dalia

Hace unos meses empecé a describir a gente de aquí que, de una manera u otra, han sido y son importantes para mí. Ha llegado la hora de continuar. El tiempo, implacable, no me dará tregua. Junio asoma en el horizonte.
El sábado se fue Dalia. La pobre no tuvo despedida con mangueras ni lágrimas. También es cierto que se muda a sólo quince kilómetros de aquí, a casa de sus padres. Se fue de allí hace un año, y para pagarse Korallen se buscó un trabajo de lavaplatos. Así, entre semana iba al instituto en Copenhague, y los fines de semana a trabajar a Roskilde.
Dalia es una musulmana rebelde. Lleva el pelo cubierto, pero no toleró que su padre la prohibiese relacionarse con chicos (motivo por el que se marchó de casa). Lleva una medallita dorada con un verso del corán que la protege.
Yo solía ir a verla antes de dormir. Nos quedábamos charlando en su cuarto horas y horas, y es que se podía hablar con ella de lo que fuese, incluidos temas escabrosos o delicados, como la religión. Con un cigarro en la mano, me contaba de su casa en Kirkuk, de las fuentes llenas de fruta, de que su abuelo se despertaba tempranísimo para regar las plantas, de cuando iba con sus amigos a la heladería. Me contaba de un viaje que hizo a Bagdad a escondidas de sus padres. Y también me contaba de cuando la despertaban las sirenas avisando que bombardeaban la ciudad. Su padre desapareció de su vida porque le perseguían en la guerra; y cuando volvió a aparecer fue para llevársela a Dinamarca, teniendo ella once años. Ahora tiene diecinueve, y cuando una vez en una fiesta alguien le dio a la alarma de incendios, ella se despertó con un ataque de pánico al recordar las sirenas de la guerra.
Un tema constante en nuestras conversaciones era un chico con el que estuvo saliendo hasta hace unos meses, con el que se peleaba mucho, que ahora está prometido con otra chica, y al que ella quiere con locura. A Dalia le han pasado historias muy tremendas, dignas de la más truculenta telenovela. Yo he visto a Dalia más veces llorar que sonreír.
A veces cocinaba algún plato iraquí, y siempre me daba un poco. Le regalé el quinqué que robé en el castillo de Hamlet, porque cuando se lo enseñé me dijo que el olor le recordaba al de su casa en Kirkuk. Le encantaban las mariposas y las flores, la música árabe (ya me sé de memoria los funestos cuarenta principales de Iraq), y el cine de Bollywood.
A Dalia le gustaba hablar con la gente, y también quedarse dormida en camas ajenas, arrullada por las voces de los demás y con la luz encendida (le aterra la oscuridad). Y Dalia no sólo habla: escucha con los ojos muy abiertos cada palabra que alguien dice.
Dalia es pura dulzura. A veces le robaba cigarros a María, pero, aparte de eso, era imposible no quererla; es imposible no seguirla queriendo, y será imposible olvidarla.

martes, 31 de marzo de 2009

Días de enfermedad

Como ya dije en este infausto blog, hace poco me robaron el chaquetón y la braga. Bueno, también me robaron el bono del tren, pero eso no viene al caso. Dos días más tarde me entró un gripazo que te rilas. El eferalgan se convirtió en la base de mi alimentación. Dormía poco y mayormente de día. Ahora sigo en mi cuarto, pero los síntomas remiten y utilizo mis fuerzas renovadas para escribir.
¿Qué se hace en esta secta/residencia cuando uno se pone malo? Ver películas y series (me faltan los últimos cinco episodios de LOST). Leer cuentos de Andersen, que pa algo estoy en Dinamarca. Estar enganchado al internet. Ir al cuarto de Pasquale a sostener conversaciones más deprimentes de lo habitual. Tirarme en un sofá de la cocina, cual alma en pena, a la espera de que alguien me ofreciese algo para comer (una patata, un poco de sopa, un champiñón), dado que mi despensa estaba vacía. Hacer malabares en los momentos menos débiles.
Había algunas actividades, sin embargo, que no podía saltarme. El sábado, por ejemplo, colaboré en la mudanza de Dalia, que se va a vivir a Høje Taastrup. Josema y yo ayudamos al padre a cargar los muebles en una furgoneta. Mi habitación ha ganado una alfombra y una mesita; y Korallen ha perdido a su única niña con nombre de flor.
Otro evento fue, el sábado, la Hollywood Party. Había que ir disfrazado de alguien famoso. Yo iba de Jack en El Resplandor (¡¡aquí está Joohnnnyyyy!!). Disfraces aclamados (el mío más que aclamado fue ignorado) fueron cuatro Amys Winehouses y una Nemo toda naranja. Enfermo como estaba, me fui de la fiesta a los pocos minutos.

- JOSEMA, BLANCA, DAVID Y PAULA WINEHOUSE -

- YO CON MIKEL, QUE IBA DEL DUEÑO DE PLAYBOY -

A la mañana siguiente amaneció soleadísimo, así que me abrigué, acompañé a Nemo a su casa y fui al Fakta. Era domingo, no había un alma. Puede que suene extraño, pero ha sido una de las veces en mi vida en las que me he dado cuenta del silencio absoluto a mi alrededor. Hasta mis pisadas en la calle parecían no emitir sonido.
Por la tarde empeoré. Vagué por Korallen hasta que las niñas italianas (dos chicas monísimas y muy simpáticas), al verme en tan miserable estado, me invitaron a un trocito de tarta. Luego, sin siquiera cenar, caí rendido en la cama.
Ayer, haciendo un esfuerzo sobrehumano, fui a clase, porque de otra manera no podré presentarme al examen del viernes. Comí en la cantina y fui a Copenhague a recibir a mi amiga Leti. Es una compañera de la UMA que mandó un corto a un concurso en Dinamarca y la han seleccionado. Se va a quedar una semana en un hotel en Copenhague, y yo le haré de guía en lo que pueda. Me hizo mucha ilusión verla, y estuvimos charlando largo y tendido (sobre todo cotilleos de la facultad, y sobre las implicaciones futuras de la experiencia Erasmus). Entretando íbamos andando por Strøget y Christianshavn; nos tomamos un chocolate caliente y paseamos por los canales de Christiania hasta la Ópera, más lejos de lo que yo nunca había ido. He de decir (!!) que, probablemente por la alegría de ver una cara de la Vida Exterior, la enfermedad se disolvió considerablemente, y pasé la tarde sin apenas lamentaciones ni achaques, disfrutando de la temperatura cálida y la luz del sol.
Hoy por la mañana encomendé a Leti que viera la sirenita, el Diamante Negro y la catedral, porque estoy hasta la coronilla. Por la tarde iré a verla y cenaremos en algún restaurante. Más no anticipemos los acontecimientos. Adiós.

jueves, 26 de marzo de 2009

La Cobra Negra

La primera regla del Periodismo es que la información ha de ser verificada. Así las cosas, el post que vais a leer es de todo menos periodístico: más que verificada, esta información es un batiburrillo de rumores, comentarios, conversaciones a medias y corazonadas, sin ningún tipo de veracidad ni consistencia; mas quizá sea eso lo que hace tan interesante a este tema del que tanto se habla últimamente en Trekroner.
Hay una banda de narcotraficantes en Korallen. Según D. A. (utilizaré las iniciales de mis fuentes para minimizar el conflicto y maximizar la intriga), son un grupillo de maleantes que utilizan Korallen para hacer sus trapicheos; conocidos a nivel local como la Cobra Negra.
La Cobra Negra no daba problemas; se encerraban de vez en cuando en alguna cocina a fumar muchos porros. Siempre entraban en el edificio a la vez que tú (carentes, como iban, de llave); a veces incluso se compartía el ascensor.
Hubo, sin embargo, un par de encontronazos. Un día, M. A., les echó amablemente de su cocina porque la estaban impregnando del olor a marihuana. Otro día, T. S. les echó de su cocina, y como venganza ellos pulsaron la alarma antiincendios (lo cual no implica que no haya otros que también le dan a la alarma aunque no pertenezcan a la Cobra Negra).
En última reunión con el conserje H. S., él mismo mencionó enigmáticamente que había gente que comerciaba con droga en las habitaciones.
Es de un par de semanas para acá cuando las cosas se ponen más interesantes. Un día, y debido a la incómoda presencia de los malhechores en su pasillo, alguien llamó a la policía; y los malhechores se fueron pitando. Luego volvieron y llamaron insistentemente al telefonillo de E. C. diciendo que eran la policía, que abriera. E. C. creyó que eran sus amigos R. B. y FER., así que decidió salir por una puertecilla secundaria para darles un susto. El susto se lo llevó E. C. cuando se vio con la Cobra Negra ante sus narices, que empujaron la puerta para poder entrar. Las secuelas del susto duran hasta hoy.
Los encuentros con la banda aumentaron en número de manera espectacular. En múltiples ocasiones se les veía llegar con sus descapotables, o bien subir y bajar haciendo mucho ruido con el motor por Trekroner Forskerpark. Son un grupo nada amigable, saludan pocas veces y son, en general, unos chulitos.
La última noche de que se tiene noticias suyas es de la del lunes. El primer encuentro, sobre las 22.00 h, lo tuvo R. B. en un ascensor, en el cual conversaron brevemente sobre el clima (“hace mucho frío”, “sí.”). Horas después, cuando R. B. volvía a subir en el ascensor, escuchó ruidos extraños en una cocina...
Un rato más tarde, el mismo R. B. conversaba en el pasillo con la dulce M. S. cuando llegó M. W. muy asustada diciendo que había llegado la policía porque esa gente había destrozado una cocina (como después me relató J. O., el orden había sido el contrario: alguien llamó a la policía y, como represalia, los mafiosos destrozaron una cocina y salieron pitando. Qué curioso, y perdónenme la reflexión, cómo se han transformado los lunes en Korallen. Antes había una Monday Party en la que se destruía una cocina; ahora lo que hay es una banda de narcotraficantes, pero la cocina acaba igualmente destruída... en fin).
Salió M. A. al pasillo y le relataron la historia. En ese momento escucharon que llamaban insistentemente a la puerta de afuera de Korallen. Tres minutos llamando con furia, incómodos, terroríficos. Los cuatro testigos no se movieron del pasillo; y cuando M. A. se había decidido a acercarse – espray en mano -, justo entonces alguien les abrió la puerta y ellos subieron sin que a nadie le diera tiempo de identificarlos.
En resumen, mucho susto. Pero la cosa no acabó ahí. R. B. volvió a quedarse a solas con M. S., y entonces escucharon voces en el jardín de fuera. M. A., temerosa de que intentaran entrar por la cocina (esta historia transcurre en la primera planta), se armó con un cuchillo temible y fue a investigar, mas sin resultado. Quienesquiera que fuesen, se habían esfumado. Alguien llegó poco después y dijo que la policía había vuelto a venir.
Como luego me fue relatado por K. V., la primera vez que vino la policía a los narcos se les olvidó un portátil que la poli confiscó. Volvieron como locos en busca del portátil; la policía fue convocada de nuevo, y volvieron a fugarse.
La Cobra Negra no ha vuelto a dar señales de vida; pero lo que está claro es que la vida en Korallen se está poniendo muy interesante.
Perdonen este post tan largo. Adiós.

martes, 24 de marzo de 2009

La ecuación del malabar

Ayer por la mañana fui a clase. Una profesora externa muy graciosa nos dio una charla sobre cómo dar charlas, y lo pasamos muy bien. Rafa, entretanto, se dio un paseo por RUC. Comimos juntos en la cantina, yo volví a clase y él se fue a la biblioteca a curiosear. A las tres nos volvimos a encontrar y fuimos andando hasta Roskilde.
El camino fue agradable; nos paramos en varias ocasiones a hacer malabares (a propósito, ya sé hacer con cuatro bolas cruzándolas) y nos comimos una naranja sustraída de mi departamento. Llegamos al puerto, donde investigamos el funcionamiento de un puente levadizo. Paseamos por las inmediaciones del hostal donde me quedé la primera noche en Dinamarca, y luego subimos hasta la catedral, mientras intentábamos encontrar una fórmula que definiera la dificultad de un movimiento malabar en función del número de bolas y del número de manos. No encontramos la fórmula pero quedó claro que, a más manos, menos dificultad.
Compramos comida en el supermercado y, dado que empezó a llover, decidimos volver a Trekroner. Cenamos arroz, y luego Rafa fue a jugar al parchís a la Sofás Kitchen y yo me quedé charlando un rato con algunas amigas. Luego fui a la cocina del parchís, donde estaban acabando la partida. Bueno, hubo algún que otro incidente con los narcotraficantes y la policía; pero aún me faltan datos como para hacer una crónica completa y veraz.
Ya en el cuarto, discutimos un poco sobre la naturaleza de los gravitones y nos dormimos.
Esta mañana Rafa se fue a las siete. A mí me dolía un poco la barriga, así que me despedí de él en la puerta. Aún me pregunto si llegaría sano y salvo a la estación, si cogería sin contratiempos el tren a Copenhague y el autobús a Oslo. Pero no news are good news, así que bien.
Me quedé remoloneando un rato, luego practiqué un poco de malabarismos, mantuve una conversación existencialista con Pasquale y fuimos a comer a la cantina. Jugamos un rato al futbolín y estuve deambulando por los laboratorios de química hasta que una profesora mu saboría me echó. Hace un rato ha nevado un poco, confirmándose así lo caótico del clima en este país. Ahora estoy en mi habitación, pensando en el tiempo y en el espacio; en qué ha venido, y en qué vendrá después.

Ningún sólido es totalmente rígido

Ayer acabamos reventados de tanto andar. Nuestro reto era recorrer tranquilamente los cinco lagos y luego visitar la sirenita. Empezamos, pues, nuestro periplo. A nuestra izquierda estaba el barrio residencial de Frederiksberg; a nuestra derecha, patos furiosos. Cuando habíamos terminado el segundo lago, abandonamos el senderillo y nos metimos en la ciudad. Llegamos hasta el cementerio donde está enterrado Hans Christian Andersen, y donde 6 m2 de terreno cuestan 800 coronas al año, según ponía a la entrada. Volvimos a los lagos y, acuciados por el hambre, nos encaminamos a la calle peatonal a comer en un chino. Dado que era más caro de lo que pensábamos, nos contentamos con un perrito caliente; y luego, de camino a los lagos, visitamos el jardín botánico. Dimos un paseo por los senderos, y entramos al sofocante invernadero de cristal, donde se puede subir a la cúpula por una cochambrosa escalerilla metálica.
Salimos del jardín y, todavía dirigiéndonos a los lagos, entramos en un extraño edificio con un búnker en el patio interior. Al intentar forzar una puerta en busca de la cafetería, salió un joven con quien mantuvimos una breve charla. Nos explicó que aquello solía ser el hospital de Copenhague, pero que ahora eran dependencias de la universidad. Nos indicó amablemente el camino de salida, pero nos perdimos en tan intranquilizador lugar. Encontramos, al fin, la salida, pero con las tonterías nos habíamos saltado el tercer lago. Nos dio igual, y anduvimos los dos últimos. En el quinto está Flugeøen, un islote que hace varios años fue declarado un país independiente por unos colgados. Enfrente, exahustos, nos sentamos; y rafa me intentó explicar por qué la estela que dejan los patos en el agua forma un ángulo de 2 · sen-1 (1/3).
Nos encaminamos por el siguiente barrio, que se llama Østerbro y es de mucho dineriti, hasta que llegamos a la sirenita.

Nos sentamos en un banco y nos comimos un paquete de galletas de chocolate. Seguimos andando, esta vez en dirección a Christiania. Atravesamos Kastellet, un fuerte militar bastante soso; luego vimos la ópera y el palacio real, y por último cruzamos un par de puentes y llegamos a nuestro destino.
Vimos un poco de música en directo en un bar, y Rafa intentó convencerme de que según la relatividad general no hay ningún sólido totalmente rígido. Fuimos a cenar al vegetariano. Si bien durante el día habíamos visto el sol algunos minutos, ahora llovía. La comida, tan buena como siempre. Compartimos mesa con dos chicas danesas con quienes cruzamos dos o tres palabras – de hecho, tres: hola (hej) y adiós (hej-hej) -. Salimos a la fría noche y entramos en la jam session, donde habría de suceder la desgracia.
La jam fue muy buena; pero cuando nos íbamos, el perchero donde otrora colgaba mi chaqueta estaba vacío. La busqué por todo el bar, en vano. Mi chaquetón, la bufanda, un bono de tren y algunos clínex llenos de mocos, desaparecidos para siempre. Algún desalmado lo robó. ¿Cambia esto mi impresión sobre la jam session? No; pero a partir de ahora intentaré no sentarme en el punto más lejano a donde he dejado mi chaqueta.
Volvimos a Trekroner con cierta sensación agridulce. Algunos gamberros habían quemado parte de la estación. Sí, queridas lectoras, también hay vandalismo en este país (otro día os contaré de la Cobra Negra y de los sucesos que están teniendo lugar recientemente en Korallen).
A lavarse los dientes, pues; y a dormir después de tan agotadora jornada.