viernes, 3 de julio de 2009

Primeros conciertos en el festival

Noche del miércoles: asisto a mi segundo turno de trabajo en el festival. El trabajo es el mismo: apagar fuegos y controlar que nadie se salte la valla en el sector M. La noche es tan tranquila que pasa a ser tediosa. Espero ansioso al final de mi turno – seven in the mornin – para ir a Korallen y dormir clandestinamente en la habitación 32.
Duermo toda la mañana y parte de la tarde, haciendo un intermedio para ir a Roskilde a arreglar unos papeles y prepararme un arroz a la pimienta verde.
A las cinco de la tarde del jueves empezó lo que es el festival en sí: se acabó el calentamiento y empieza la música. Me arreglé (término éste muy relativo) y tiré para el festival en bici. Sobre la bici, y sobre su posible final drástico, hablaré al final de este post.
Llegamos al festival sobre las seis. Aparcamos las bicis y nos dimos un paseo por todo el recinto, que es enorme. Hay miles de tiendas de campaña ocupando cada porción de terreno permitida. Hay dos lagos, uno para pescar y otro para nadar; ambos probablemente contaminadísimos de orín y kebab. Hay cientos de personas (sobre todo hombres, pero también algunas mujeres) alineadas en la valla, usándola como meadero. El Festival de Roskilde es una ofensa a todos los sentidos, incluído el sentido común. Gente borracha siendo transportada en carromatos por gente borracha, gente durmiendo rodeada por sus propios residuos, recolectores de latas ganándose la vida (a día de hoy se han recogido del suelo 270.000 latas vacías, y aún así se siguen apilando miles al borde de los caminos), el horizonte sembrado de estandartes y banders y, lo más impresionante, un murmullo, un retumbar de fondo que le hacen a uno preguntarse qué no estará pasando aquí.

Cruzamos un puente vertiginoso sobre las vías del tren – el festival tiene su propia estación – y se llega a una parte con más tiendas de campaña, esculturas, graffittis, y paneles con información sobre el medio ambiente; todo muy bien montado. Cruzamos de vuelta y nos dirigimos, con la marea humana, al área del festival propiamente dicha.
El área del festival es otra explanada enorme donde hay siete escenarios donde van tocando sin pausa los diferentes grupos. Enseñamos nuestros brazaletes, nos hacen tirar una botella de plástico y empezamos a ir de escenario en escenario. Aún se escucha la música de uno cuando se empieza a escuchar la del otro. Es muy impactante.
El primer escenario que vemos es el Astoria, en el que el público y la banda están bajo una misma carpa. Aquí caben 3.400 personas. Un cartel luminoso no deja de avisar que no se permite “crowd surfing”, es decir, tirarse a la multitud. No nos gusta la música y salimos. Vamos al escenario más grande de todos: el Orange Stage, la nave insignia del festival, muy bonito. La banda toca bajo una carpa naranja, y el público (60.000 personas) está al aire libre. Ahora tocaba Volbeat, una banda de rock danesa que sacó mi vena más jebi y me hizo hacer los cuernos. El sonido era perfecto y los juegos de luces increíbles.

Acabó Volbeat, y salimos del área del festival a tomarnos un sandwich al ágora M. Luego volvimos al Orange Stage, y vimos el apoteósico principio del concierto de Kanye West, un rapero americano que debe creerse Dios.

Tras tres o cuatro canciones, fuimos al Arena, otro escenario con el público y la banda bajo una misma carpa (caben 17.000 personas). El grupo era uno danés muy famoso, Mew. Este concierto nos lo tragamos entero; fue muy bueno, acabamos exaltadísimos, y el final fue muy emocionante. Salimos con un río de gente como nunca lo he visto. Era de noche y volvimos a Trekroner, cansadísimos.

Esta mañana me tocaba mi último turno de trabajo. Llegué veinte minutos tarde porque me quedé dormido. Ha sido entretenido, porque al ser de día hay más gente despierta y con ganas de cachondeo y/o/u/e bronca. Por primera vez hice uso del aparato para apagar fuegos; lo utilicé para refrescarme la frente y la nuca. Cuando acabó el turno, a las tres de la tarde, tragedia: había perdido las llaves de mi bici. Tuve que volver andando (una hora y media de marcha, aproximadamente). Llegué a Korallen quemado, con ampollas en los pies y totalmente exhausto.
Ya os seguiré contando sobre el festival y mis últimos días en Dinamarca; por ahora he de decir que está siendo una experiencia increíble y un tanto surreal.