lunes, 6 de julio de 2009

Encontrado

Os dije que el último post sería controvertido, que destaparía escándalos y desvelaría secretos... pues bien, sólo era una estrategia de marketing para manteneros enganchados. Este último post será soso tirando a sentimentaloide.
Primero, cosas prácticas: me gusta escribir el blog, pero no voy a seguirlo porque sería muy tonto escribir en “Lost in Roskilde” que me desperté y fui a comprar el pan a Pan y Dulces Carmen la Espiga. Sin embargo, y os aviso ya, puede que haya días que vuelva a subir algún post: por ejemplo, en fechas relacionadas (“... hoy hace dos años que llegué a Roskilde, debido a lo cual ahora estoy en el manicomio...”), y en temas derivados; por ejemplo, si resulta que me caso con una erasmus en el futuro y decido celebrar mi boda en Korallen, reservando todas sus habitaciones para mis amigos, pues la crónica de esos días la escribiría en el blog, en plan meloso. Aprovecho este párrafo meta-bloguil para agradecer a los comentaristas que, incansables, habéis examinado palabra por palabra cada post para así poder hacer vuestra aportación, a veces insolente, a veces desenfadada, pero siempre bienvenida.
A pesar del lenguaje, de los precios elevadísimos, del clima cruel, de las noches o extremadamente largas o extremadamente cortas, Dinamarca fue una elección excelente. De no haber elegido Roskilde no habría conocido a la gente que he conocido, que es lo más importante. Gran parte de la experiencia Roskildiana se basa en Korallen, esta residencia maldita en la que vivo, y que no sabría si recomendar encarecidamente o todo lo contrario. Es cara, sucia, con un janitor saborío, las paredes sin pintar y una banda de narcotraficantes residiendo en ella. Sin embargo, todo lleva a lo mismo: la gente. No sé si mantendré el contacto con ellos, pero, oye, la experiencia ahí queda. Quizás en otro sitio nunca hubiera conocido la dulzura de Marianne, el pesimismo extremo de Pasquale o la corrección gramatical de Fer. No puedo más que estar contento de estar en Roskilde, y de habérmelos encontrado aquí.
Pues eso, que se me acaba el chollo. No han sido diez meses de Erasmus, sino diez meses de mi vida, con sus buenos y sus malos momentos; sus días extrardinarios y sus días anodinos. La vuelta a España no me la tomo como algo malo; seguiré teniendo buenos y malos momentos, días anodinos y días extraordinarios. Eso sí, la experiencia en Dinamarca me ha dejado tocadillo para una buena temporada. Después de diez meses perdido en Roskilde, vuelvo a Tahivilla. Y seguiré perdido.

p.d. En el concierto de Coldplay finalmente no llovió nada; si acaso unas lagrimillas.

domingo, 5 de julio de 2009

Más música

Amaneció mi último día en Dinamarca, que también es el último día del Festival de Roskilde, y que los dioses satánicos han querido que sea nublado, frío y lluvioso. Con el paso de los días, el festival va cambiando: cada vez huele peor, cada vez hay más porquería por las calles, y cada vez hay más gente. Sin embargo, ahora hay menos gente borracha que al principio, supongo que porque quieren ver la música. Hablando de la música, el sonido del Orange Stage es tan potente que ayer se podía escuchar desde Korallen, a cinco kilómetros de distancia.

Vayamos por partes. Antesdeayer fui, con una bici, a ver algo de música. Vi un poco de Oasis en el Orange Stage, que estaba llenísimo de gente. Luego fui a ver Röyksopp, un grupo de música electrónica noruega bastante raro y con tintes de ultratumba. Cuando ya estaba pensando volverme a Trekroner, vi, entre todos los estandartes que ondeaban, la bandera del Cádiz. Me acerqué y charlé un rato con el colega, un gaditano to gracioso que me dijo que si alguna vez me encontraba solo no tenía más que buscar la bandera en el horizonte, y ya tendría compañía. Reconfortado, volví a Trekroner. Los caminos que conducen al festival están siempre atestados de gente que van o vienen o venden bebidas frías en puestecillos improvisados.
Ayer por la tarde volví al festival, y por fin pude contactar con Fer; nos dimos una vueltecilla y vimos algún concierto juntos. Primero paseamos un poco por entre las carpas, viendo música variada. Por si os interesan los nombres, vi trozos de Gogol Bordello, Klovner i Kamp, Amadou & Mariam y Tony Allen; de ninguno de los cuales sabía nada, ni sabré nada.
Sólo vi dos conciertos enteros. Slipknot (“nudo corredizo”), una banda de rock muy duro, cuyos músicos subieron al escenario con máscaras grotescas y sólo decían palabrotas. Más que un concierto aquello fue un espectáculo, con un sonido abrumador, el batería dando vueltas en el aire, uno dándole con un bate de béisbol a un contenedor, y llamaradas enormes saliendo del escenario.

Hicimos un intermedio para comer un sandwich y ver el campamento donde se queda Fer. Visité mi bici, que después de un día abandonada ya está cubierta por una capa de polvo. Luego fuimos al Arena Stage, donde presenciamos un bello espectáculo de luces, láseres y sonidos profundos y relajantes, del grupo Fever Ray.
Después de este hipnótico show, volví a Trekroner. Me he despertado esta mañana esperando volver a sentir el sol quemando mi piel; pero está nublado. Maldita sea, como llueva en el concierto de Coldplay me cargo a alguien.
Es curioso que ir al festival (cosa que no tenía nada segura) ha hecho que el final de mis desventuras en Roskilde haya llegado de manera suave y desapercibida. Ahora, sí, esto ha llegado al final. Me hace feliz que estés aquí conmigo. Aquí al final de todas las cosas, Sam.

sábado, 4 de julio de 2009

Fer y María

Es muy difícil describir a Fer y María, entre otras cosas porque cuanto más tiempo pasan juntas las personas más se confunden unas con otras, y más difícil es separar qué pertenece a cada quién.
Fer y María son radicalmente distintos uno del otro. María es exhasperante, saltarina, impulsiva y brutalmente sincera. Fer es meticuloso, pensador y de palabras lentas. Cuando Fer habla es como si se parase el tiempo, como si buscase en un diccionario mental qué palabra es la más adecuada en cada caso, cómo ordenarla gramaticalmente para que se entienda su correcta acepción, y cómo pronunciarla adecuadamente para reducir al máximo la posibilidad de error. María cuando habla muchas veces es como si escupiese rocas que, pulidas adecuadamente, podrían ser joyas (o no).

Yo he pasado incontables horas con Fer y María, charlando, escuchando música psicodélica en la cueva. La cueva (o silo) es el cuarto de María, iluminado mortecinamente y con las paredes cubiertas de pósteres de masas nauseabundas, rostros desencajados y viñetas grotescas. Además, a María le encanta acumular cosas de menaje. Vasos, cubiertos, platos... un cucharón, por ejemplo, es el regalo perfecto para ella.
Fer tiene colgados en su cuarto un póster de una actriz, una bufanda del F. C. København, y un mapa de Dinamarca. Suele tener la cama hecha y alisada. En general es una habitación ordenada, a excepción de alguna que otra fiesta en que acabó reventada; pero eso es ley de vida en Korallen. Era.
Fer es un auténtico relaciones públicas. Conoce a muchísima gente. Ha habido fiestas en las que yo apenas conozco a nadie, y él va saludando a todo el mundo con perfecto conocimiento de, al menos, el nombre, la nacionalidad y la ocupación de cada uno de ellos. Queda con algunos para ir a jugar al fútbol, con otros para salir en Copenhague, con otros para jugar al póker...; a pesar de ello, muchas veces (y no le gusta que se lo digan, a pesar de que sea esto lo que más carisma le da) está en la parra.
María, ponferradeña hincha del Barça, adicta a varias series televisivas, cocinera experta del delicioso botillo; ha pasado magullada gran parte de su Erasmus porque va dándose golpes con todo. Todo se le ha magullado excepto, eso sí, la lengua, a veces afilada como un cuchillo. Fer, golfista malagueño, adicto a comprar en el Netto, guardador de secretos de medio Korallen; avasallado en ocasiones por Jose K, que quiso hacer de él su esclavo.

- FER CON IRENE EN LAS MAZMORRAS DE HAMLET -

Como veis, los tres apenas sí nos parecemos. Pero compartimos la Rutilla Noruega, ese viaje inolvidable a Trondheim. Y Kiruna. También hemos compartido interminables noches (conversando me refiero). Y compartimos hasta el final este Korallen tan vacío. Y María se fue hace un par de semanas, y se vació la cueva. Y Fer está ahora en el festival. Quedaré con él para ver algún conciertillo.

viernes, 3 de julio de 2009

Primeros conciertos en el festival

Noche del miércoles: asisto a mi segundo turno de trabajo en el festival. El trabajo es el mismo: apagar fuegos y controlar que nadie se salte la valla en el sector M. La noche es tan tranquila que pasa a ser tediosa. Espero ansioso al final de mi turno – seven in the mornin – para ir a Korallen y dormir clandestinamente en la habitación 32.
Duermo toda la mañana y parte de la tarde, haciendo un intermedio para ir a Roskilde a arreglar unos papeles y prepararme un arroz a la pimienta verde.
A las cinco de la tarde del jueves empezó lo que es el festival en sí: se acabó el calentamiento y empieza la música. Me arreglé (término éste muy relativo) y tiré para el festival en bici. Sobre la bici, y sobre su posible final drástico, hablaré al final de este post.
Llegamos al festival sobre las seis. Aparcamos las bicis y nos dimos un paseo por todo el recinto, que es enorme. Hay miles de tiendas de campaña ocupando cada porción de terreno permitida. Hay dos lagos, uno para pescar y otro para nadar; ambos probablemente contaminadísimos de orín y kebab. Hay cientos de personas (sobre todo hombres, pero también algunas mujeres) alineadas en la valla, usándola como meadero. El Festival de Roskilde es una ofensa a todos los sentidos, incluído el sentido común. Gente borracha siendo transportada en carromatos por gente borracha, gente durmiendo rodeada por sus propios residuos, recolectores de latas ganándose la vida (a día de hoy se han recogido del suelo 270.000 latas vacías, y aún así se siguen apilando miles al borde de los caminos), el horizonte sembrado de estandartes y banders y, lo más impresionante, un murmullo, un retumbar de fondo que le hacen a uno preguntarse qué no estará pasando aquí.

Cruzamos un puente vertiginoso sobre las vías del tren – el festival tiene su propia estación – y se llega a una parte con más tiendas de campaña, esculturas, graffittis, y paneles con información sobre el medio ambiente; todo muy bien montado. Cruzamos de vuelta y nos dirigimos, con la marea humana, al área del festival propiamente dicha.
El área del festival es otra explanada enorme donde hay siete escenarios donde van tocando sin pausa los diferentes grupos. Enseñamos nuestros brazaletes, nos hacen tirar una botella de plástico y empezamos a ir de escenario en escenario. Aún se escucha la música de uno cuando se empieza a escuchar la del otro. Es muy impactante.
El primer escenario que vemos es el Astoria, en el que el público y la banda están bajo una misma carpa. Aquí caben 3.400 personas. Un cartel luminoso no deja de avisar que no se permite “crowd surfing”, es decir, tirarse a la multitud. No nos gusta la música y salimos. Vamos al escenario más grande de todos: el Orange Stage, la nave insignia del festival, muy bonito. La banda toca bajo una carpa naranja, y el público (60.000 personas) está al aire libre. Ahora tocaba Volbeat, una banda de rock danesa que sacó mi vena más jebi y me hizo hacer los cuernos. El sonido era perfecto y los juegos de luces increíbles.

Acabó Volbeat, y salimos del área del festival a tomarnos un sandwich al ágora M. Luego volvimos al Orange Stage, y vimos el apoteósico principio del concierto de Kanye West, un rapero americano que debe creerse Dios.

Tras tres o cuatro canciones, fuimos al Arena, otro escenario con el público y la banda bajo una misma carpa (caben 17.000 personas). El grupo era uno danés muy famoso, Mew. Este concierto nos lo tragamos entero; fue muy bueno, acabamos exaltadísimos, y el final fue muy emocionante. Salimos con un río de gente como nunca lo he visto. Era de noche y volvimos a Trekroner, cansadísimos.

Esta mañana me tocaba mi último turno de trabajo. Llegué veinte minutos tarde porque me quedé dormido. Ha sido entretenido, porque al ser de día hay más gente despierta y con ganas de cachondeo y/o/u/e bronca. Por primera vez hice uso del aparato para apagar fuegos; lo utilicé para refrescarme la frente y la nuca. Cuando acabó el turno, a las tres de la tarde, tragedia: había perdido las llaves de mi bici. Tuve que volver andando (una hora y media de marcha, aproximadamente). Llegué a Korallen quemado, con ampollas en los pies y totalmente exhausto.
Ya os seguiré contando sobre el festival y mis últimos días en Dinamarca; por ahora he de decir que está siendo una experiencia increíble y un tanto surreal.

miércoles, 1 de julio de 2009

La hábil estrategia

Hoy me han echado de Korallen. La habitación 32 no me pertenece anymore. Y, sin embargo, escribo esto desde la habitación 32. Efectivamente, gracias a una hábil estrategia, he conseguido colarme en el cuarto; y quizás consiga quedármelo, sin pagar ni una corona, hasta que me las pire definitivamente el lunes que viene. La estrategia implica a una llave encontrada en una cocina, un sobre grande, un certero juego de manos en un momento crítico, y un pequeño vacío legal en las normas de la residencia... cuando tenga más tiempo os contaré.
Ahora no tengo tiempo porque a las 11 me espera mi segundo turno en el festival (a propósito, la música empieza mañana). No sé cómo me irá la cosa, pero creo que la gente está desfasando mucho. Ayer por la tarde vi a unos chavales en una cocina de Korallen que estaban utilizando un extintor y un cubo de agua para intentar enfriar cervezas de manera rápida y eficaz. He de decir que ayer estuve toda la tarde empaquetando y limpiando, y que ahora mi cuarto está super pelado.
Bueno, pues me voy. Un saludo a Irene y Rocío, las únicas coraleñas que se embarcaron en la aventura de vivir unos meses en Copenhague, y que a estas alturas disfrutarán del asfixiante calor andaluz. Ojalá pueda dedicaros un post algún día, pero ahora estoy totalmente absorbido por mi trabajo de bombero y por interminables y sudorosas partidas de futbolín. Adiós.