jueves, 16 de abril de 2009

Post insustancioso

El once de abri la las 17.00 horas aterrizó un avión procedente de Estocolmo en el aeropuerto de Copenhague. Dentro venía, regresando antes de lo previsto al Reino de Dinamarca, un quejumbroso Ricardo (yo), con dolores estomacales.
Ha llovido mucho desde el último post. Lo de llover es figurado, porque están haciendo unos días muy soleados (demasiado quizás, porque amanece a las cuatro y media), calurosos, a veces ventosos; muy bonitos. Ayer, aprovechando el clima y la ingente cantidad de tiempo libre de que disfrutamos, fuimos a Roskilde de picnic. Echamos las mantas (esto también es figurado, porque ahora que lo pienso no llevábamos mantas) en el parque al lado de la catedral, sacamos pan, jamón, queso y manzanas, y cual capítulo de Los Cinco, pasamos allí la tarde. Luego nos comimos un helado y de vuelta a casa.
Anoche hicimos una barbacoa en homenaje a varios cumpleañeros. Encendimos dos fuegos, combustible de los cuales fue un somier viejo que ayudé a destrozar. Carne, patatas fritas, etcétera. La fiesta tenía muy buena pinta. Fui con Marianne a dar una vuelta por Korallen, y nos entretuvimos en la Danish Kitchen jugando al culo (juego de cartas) con unos daneses. Cuando volvimos a la fiesta, ésta había cambiado de naturaleza debido al desenrrosque y apertura de mangueras. Visto el percal, me refugié en mi habitación.
Habitación que sigue hecha un desastre. Estoy escribiendo desde el sofá. A mi izquierda está la cama deshecha, con el pijama, ropa sucia, mantas desordenadas, gorro y bufanda. Delante está la mesa atestada de papeles, y la ventana aún sim limpiar (se me olvidó comentar en este nefasto blog que el 1 de abril unos graciosillos me pintaron la ventana por fuera, porque ese día es el día de los inocentes para los franceses). A la derecha está todavía un colchón atestado de sábanas, ropa sucia, ropa limpia, e incluso la mochila de Estocolmo aún a medio deshacer. Detrás mía, en el mueblecito de madera, reposa un Toblerone Blanco Gigante, cuya presencia me tranquiliza.

- MESITA EN EL JARDÍN DE KORALLEN. NÓTESE LA LUZ DEL SOL -

Planes futuros: después de publicar este insustancioso post, iré a buscar a Pasquale a su habitación; cruzaremos algunas palabras pesimistas y pesarosas, y nos iremos a la cantina. Pasaré la tarde en la biblioteca intentando escribir un discurso de cinco páginas, y luego me han invitado a un café en el lago. La cosa pinta bien, pero debería aportar algo. En Los Cinco siempre llevaban pastitas, pero yo aún no sé lo que son las pastitas.
Vuelvo a las andadas, amigas y amigos lectores. Me quedan dos meses perdido en Roskilde.

miércoles, 1 de abril de 2009

Dalia

Hace unos meses empecé a describir a gente de aquí que, de una manera u otra, han sido y son importantes para mí. Ha llegado la hora de continuar. El tiempo, implacable, no me dará tregua. Junio asoma en el horizonte.
El sábado se fue Dalia. La pobre no tuvo despedida con mangueras ni lágrimas. También es cierto que se muda a sólo quince kilómetros de aquí, a casa de sus padres. Se fue de allí hace un año, y para pagarse Korallen se buscó un trabajo de lavaplatos. Así, entre semana iba al instituto en Copenhague, y los fines de semana a trabajar a Roskilde.
Dalia es una musulmana rebelde. Lleva el pelo cubierto, pero no toleró que su padre la prohibiese relacionarse con chicos (motivo por el que se marchó de casa). Lleva una medallita dorada con un verso del corán que la protege.
Yo solía ir a verla antes de dormir. Nos quedábamos charlando en su cuarto horas y horas, y es que se podía hablar con ella de lo que fuese, incluidos temas escabrosos o delicados, como la religión. Con un cigarro en la mano, me contaba de su casa en Kirkuk, de las fuentes llenas de fruta, de que su abuelo se despertaba tempranísimo para regar las plantas, de cuando iba con sus amigos a la heladería. Me contaba de un viaje que hizo a Bagdad a escondidas de sus padres. Y también me contaba de cuando la despertaban las sirenas avisando que bombardeaban la ciudad. Su padre desapareció de su vida porque le perseguían en la guerra; y cuando volvió a aparecer fue para llevársela a Dinamarca, teniendo ella once años. Ahora tiene diecinueve, y cuando una vez en una fiesta alguien le dio a la alarma de incendios, ella se despertó con un ataque de pánico al recordar las sirenas de la guerra.
Un tema constante en nuestras conversaciones era un chico con el que estuvo saliendo hasta hace unos meses, con el que se peleaba mucho, que ahora está prometido con otra chica, y al que ella quiere con locura. A Dalia le han pasado historias muy tremendas, dignas de la más truculenta telenovela. Yo he visto a Dalia más veces llorar que sonreír.
A veces cocinaba algún plato iraquí, y siempre me daba un poco. Le regalé el quinqué que robé en el castillo de Hamlet, porque cuando se lo enseñé me dijo que el olor le recordaba al de su casa en Kirkuk. Le encantaban las mariposas y las flores, la música árabe (ya me sé de memoria los funestos cuarenta principales de Iraq), y el cine de Bollywood.
A Dalia le gustaba hablar con la gente, y también quedarse dormida en camas ajenas, arrullada por las voces de los demás y con la luz encendida (le aterra la oscuridad). Y Dalia no sólo habla: escucha con los ojos muy abiertos cada palabra que alguien dice.
Dalia es pura dulzura. A veces le robaba cigarros a María, pero, aparte de eso, era imposible no quererla; es imposible no seguirla queriendo, y será imposible olvidarla.