domingo, 30 de noviembre de 2008

Estocolmo (parte 1 de 4)

La idea de ir a Estocolmo la tuvieron los italianos, y luego se extendió a las delegaciones francesa y española. En total fuimos dieciséis personas (5 franceses, 4 italianos y 7 españoles; clasificados por género, 9 niñas y 7 niños; y clasificados por lugar de residencia, 11 korallens, 3 de la Blue Tower, y dos de un suburbio de Copenhague llamado Hvidovre).
La aventura comenzó el lunes. Pasaron muchas cosas, así que seré escueto para no aburrir al personal. Todos se marcharon a las cinco de la mañana para coger el avión a las ocho. Todos excepto Laura (una niña italiana graciosa y monísima) y yo, que cogeríamos el avión a las 16.10 porque nos salía más barato. En la estación de Trekroner nos encontramos a Carlos y Kepa, que nos dicen que para no quedarse muy solos en Korallen habían decidido ir unos días a Linköping a ver a unos amigos. Linköping está cerca de Estocolmo, así que cogerían el mismo avión que Laura y yo.
En Copenhague cogimos el metro hacia el aeropuerto. Nevaba. Hicimos el chequín. Me confiscaron una botella de agua en el control de seguridad. A falta de una hora para que saliera el avión, llegamos a la puerta de embarque. Aproveché para comprar un chocolate buenísimo libre de impuestos. Dos horas después, ni rastro del avión ni del chocolate. Laura fue a mirar unas pantallas distintas y vio que el vuelo había sido cancelado. Cunde el pánico. Todo el mundo corre a la oficina de transferencia de vuelos para pillar plaza en otro avión. Se nos dan dos opciones: 1) esperar a mañana a ver si hay suerte y podemos coger otro vuelo, y esta noche dormimos en un hotelito en Copenhague; 2) tener el dinero de vuelta y olvidarnos de Estocolmo. Carlos y Kepa confiesan que lo de Linköping era mentira, que en realidad iban a Estocolmo y querían dar una sorpresa al grupo. A ellos se les ocurre una tercera opción: ir a Estocolmo en un tren que sale a las seis de la tarde (cosa que a ellos les convenía por motivos económicos, pero no a Laura y a mí). Carlos y Kepa recuperan sus maletas y se van en el tren. Laura y yo llamamos a la compañía aérea pidiendo explicaciones. Todas nuestras operadoras están ocupadas, por favor espere. Laura y yo vamos a la oficina de la compañía. No se nos da ninguna solución, sólo un teléfono de contacto. Todas nuestras operadoras están ocupadas. Con desazón en nuestros corazones, nos dirigimos a la salida del aeropuerto, a ver si por lo menos el hotelito que se nos ha asignado en Copenhague tiene cinco estrellas. Al atravesar la terminal nos percatamos de que un mostrador de facturación de la compañía está abierto. Nos acercamos y le preguntamos al tipo (el mismo de antes) si hay sitio en el siguiente vuelo a Estocolmo. El tío nos dice que no podemos coger un avión que no sea el nuestro. Le digo que por favor consulte a ver si estamos en el sistema. El tipo nos busca en el sistema. Imprime dos billetes y Laura y yo nos llenamos de dicha. Llamo a Carlos y Kepa para comunicárselo, pero ya iban por Malmö. Volvemos a pasar por el mismo control de seguridad. Volvemos a ir a la misma puerta, nerviosos porque el vuelo podría ser igualmente cancelado en cualquier momento. A las ocho de la tarde embarcamos en un avión de aspecto cutrecillo, y un rato después despegamos. Hej-hej, København.
Dormimos durante prácticamente todo el viaje. El aterrizaje fue terrorífico, porque caía una nevada intensa. Toda la pista cubierta de nieve. No tengo ni pajolera idea de aviación, pero tengo la impresión de que no fue el aterrizaje más sencillo que ha hecho ese piloto.

El aeropuerto de Estocolmo está en un pueblo al norte que se llama Arlanda. Sacamos dinero sueco y cogimos un tren, el Arlanda Express, que en veinte minutos te lleva a Estocolmo, a doscientos kilómetros por hora. El paisaje exterior era absolutamente blanco (dentro de la negrura nocturna), pero había dejado de nevar. En un plano de la ciudad vimos que el hotel estaba relativamente cerca. Comimos una hamburguesa y empezamos a andar.
Eran sobre las once, o sea, noche cerrada; todoabsolutamentetodo tenía una espesa capa de nieve, e íbamos muy lentos porque las zapatillas de Laura no eran apropiadas y tenía que dar pasitos muy cortos para no resbalar. Y la ciudad me pareció magnífica, con muchos canales y puentes, y el horizonte lleno de torres, iglesias, palacetes y antenas de retransmisión.
Con nieve hasta en las orejas llegamos al hotel, donde sólo estaban los italianos porque los demás se habían ido a un bar. Aproveché para descansar un poco. Carlos y Kepa llegaron sobre medianoche, y me quedé con ellos en la puerta del hotel para dar una sorpresa a los demás. Cuando llegaron, y tras la sorpresa y la alegría, tuvo lugar una brutal batalla de bolas de nieve. Se comió nieve en abundancia, se contusionaron huesos, se traicionó, se enterró (o, mejor, en-nievó), etcétera. Muertos de cansacio entramos en el hotel y nos acostamos. Muy poquito después soñábamos con los angelitos.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Dejadme descansar

Acabo de llegar de Estoeselcolmo. Dejadme un par de días de escritura y de proyects, y os amenizaré (y/o/u/e atormentaré) con tres y/o/u/e cuatro posts sobre mi experiencia allí. 
De aperitivo os sirvo un par de fotos de algunos momentos álgidos de la excursión:


domingo, 23 de noviembre de 2008

Blanca, bonita y fría

Por fin. Ha llegado algo que todos llevábamos tiempo esperando: la nieve. Mientras escribo miro por la ventana, y si no fuera de noche y lo viera todo negrísimo, vería el campo todo cubierto de blanco.

El viernes por la mañana estaba en una reunión del proyecto en el Diamante Negro de Copenhague. A mediodía salí a tomar aire y vi cómo caían los primeros copos, finísimos, que desaparecían al tocar el suelo. Fue emocionante porque llevaba la semana entera esperando ese momento, mas esa nievecilla absurda no me acababa de convencer.
Más tarde me di una vuelta con Blai por los alrededores del aeropuerto, en busca de sitios para echar fotos interesantes a los aviones; y por la noche fuimos a un cine comodísimo a ver “Vicky Cristina Barcelona” por la dolorosa suma de 75 croner. Y cuando salimos de la sala... todo estaba nevado. Las mesas de los bares, las bicis, los bancos, las fuentes. Inmediatamente nos pusimos a hacer bolas y tirárnoslas. En este plan de hacer el indio recorrimos casi toda Strøget en dirección a la estación de Nørreport, donde cogí el tren hacia Trekroner. Para entonces volvía a nevar con fuerza, y el viaje en tren, viendo la nieve caer y cubrirlo absolutamente todo, fue una gozada.
Al llegar a Korallen había una Roman Party (no “Fiesta de Román” sino “Fiesta romana”). Me disfracé con una túnica, una espada de cartón y unas chanclas. Por supuesto, la Roman Party acabó convertida en una Snow Party en toda regla. Kilos y kilos de nieve fueron transportados desde el exterior hasta el interior de Korallen. Las cocinas y los pasillos, inundados (y a la mañana siguiente, asquerosos). Continuamos la guerra de nieve en el jardín de Korallen. Irene perdió sus llaves y las encontramos. Sobre las cinco de la mañana Christy terminó su segundo muñeco de nieve (el primero fue decapitado por algún gamberro mientras Christy buscaba una zanahoria para ponérsela de nariz). Nos fuimos a dormir exhaustos y felices, y alguno que otro incubando una pulmonía.
Ayer transcurrió tranquilamente. Me di un paseo por Trekroner enfundado en mi superabrigo nuevo. El sol brillaba, el paisaje estaba blanco y el lago pequeño, helado. Un par de veces estuve a punto de romperme la cabeza por el hielo. Pasé el día en Korallen, disfrutando del calorcito y mirando por la ventana porque cada hora que pasaba el aspecto del paisaje nevado cambiaba.
Hoy se me metió entre ceja y ceja ir de nuevo a Greve en bici, para ver si la playa estaba nevada, y para desintoxicarme de esta residencia maldita. Engatusé a Josema, Rocío y Pasquale, y a las una emprendimos el camino. El cielo se presentaba amigable y los cero grados no parecían tales. La playa, efectivamente, estaba nevada. Le pedimos a unos daneses que nos echaran unas fotos, nos tomamos unos cacahuetes y yo me lavé la cara en el mar. Sin dilación emprendimos el camino de vuelta, porque queríamos hacerlo de día para ir más relajados.
Infelices. Cayó sobre nosotros una nevada de mil demonios. La noche precoz nos sorprendió antes de llegar a Roskilde. El camino estaba totalmente cubierto de nieve. No se distinguía el carril bici de la carretera. Salpicaban los coches. Gafas empapadas. Sin farolas. Patinazos en el hielo, frenos inutilizados. Y, a pesar de lo pesadilloso, íbamos contentos; porque era una aventura increíble.
Llegamos agotados a Korallen. Ducha, lentejas, chocolante caliente. Ahora se ha organizado un concurso de muñecos de nieve, pero el plan no me acaba de convencer. He tragado suficiente nieve por hoy. Lo miraré por la ventana mientras me como unas galletas que se están cocinando por ahí.
Y mañana a las 16.10 cojo un avión hacia Estocolmo. Ya os contaré. Adiós.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Tema transversal: el proyecto

Acabamos de terminar una reunión los cinco miembros del grupo con David Mathieu, el supervisor. Voy a contar un poco qué es esto del proyecto, para las mentes perspicaces y puntillosas que puedan rondar este blog.
Este cuatrimestre he tenido tres asignaturas (no simultáneas sino sucesivas, cada una de ellas con su respectivo trabajito en grupo, las tres ya finiquitadas), y simultáneamente a todas ellas un proyecto (“el proyec”) que me convalidará por quince créditos ECTS. El proyecto no se lleva a cabo en clases, sino en reuniones de grupo o con el supervisor. El supervisor es aquél que va guiando al grupo, recomendando, opinando; pero nunca obliga a nada, porque el proyecto ha de ser llevado enteramente por el grupo. Somos: Blai, Cécile (una chica francesa distante y bella), Yan (niña china felicísima), el bueno de Gora (un chaval de Bangla Desh volcado las 24 horas del día en el proyecto) y yo (cada vez más greñudo).
Nuestro proyecto va sobre cómo podríamos crear una plataforma en internet para que los futuros erasmus en RUC sobrelleven mejor los primeros días (cómo encontrar alojamiento o dónde comprar el papel higiénico, por ejemplo). Hemos de escribir introducción, teorías, hacer entrevistas, analizar datos, obtener conclusiones, hacer una portada bonita, etc.
La dinámica del trabajo en grupo es la siguiente: cada día al despertar tenemos como unos quince e-mails nuevos de Gora, con teorías, tablas, definiciones y lecturas recomendadas. Quedamos dos o tres veces a la semana, avanzamos un poco y aclaramos las cosas. Al llegar a casa, sin embargo, descubrimos que las cosas siguen igual de turbias, y así hasta la mañana siguiente. Vivimos, pues, es un estado de continua tensión.
El proyecto (de 45 a 60 páginas) ha de ser entregado el 5 de diciembre. Para que os hagáis una idea de cómo lo llevamos, aún no hemos hecho las entrevistas, y David nos recomendó hacer seis. Luego tenemos un par de semanas para prepararnos, de manera individual, una presentación sobre una parte del proyecto en particular. El 18 de diciembre es cuando realmente nos jugamos el cuello, pues es el examen oral. Tenemos que exponer nuestra presentación ante dos examinadores y luego someternos a sus inquisitivas preguntas.
La reunión de hoy ha sido cordial y un poco soporífera, y ha servido para que nos demos cuenta del poco tiempo que nos queda. Sin contar el almuerzo cantinero, me ha dado para dos cafés, dos onzas de chocolate y un gajo de mandarina. Yo tenía una ventana justo enfrente, y veía una pradera y la lluvia caer; y en la lejanía, como elemento surrealista clavado en la llanura, un molino. Los que me conozcáis sabéis que no solo es un elemento surrealista: también es un elemento desconcentrador que te rilas.
A propósito, la universidad ha cambiado su nombre. Antes era Roskilde Universitetscenter, pero era tan difícil de pronunciar que lo han cambiado por Roskilde Universitet. Eso sí, yo voy a seguir llamándola RUC, porque ya está escrito así en mi subsconciente. La noticia en danés en http://epn.dk/erhverv_samfund/article1517606.ece

martes, 18 de noviembre de 2008

El Coral

Korallen está cerca de la universidad y lejos de todo lo demás, en medio del campo, al final de Trekroner Forskerpark.
Korallen tiene forma de Π, con una de las alas un poco más larga que la otra y un patio en medio con manzanos.
Korallen tiene tres plantas, cuatro escaleras, un ascensor, doce cocinas comunes con un balcón en cada una, un sótano tenebroso, una azotea prohibida, un precio prohibitivo, y 108 habitaciones.

- KORALLEN, PLANTA BAJA -

Por fuera Korallen está hecho de ladrillo y cristal, y por dentro de madera y hormigón. Los primeros días había botes con tizas para pintar las paredes, pero las tizas desaparecieron.
Gran parte de la vida social en Korallen transcurre en las cocinas. Aunque en el cutreplano no se aprecie, hay cocinas grandes, como la mía, y cocinas pequeñas, como la spanish kitchen. Las grandes son frías y destartaladas, apropiadas para fiestas y desfases; en las pequeñas hay sofás, teles del año de la pera, e incluso armaritos y lámparas; cocinas ideales para cenas de amigos o para relajarse mirando la lluvia caer.
Las cocinas a veces están limpias, a veces sucias y a veces asquerosas. Es entonces cuando hay que ponerse manos a la obra, a fregar sartenes, apilar sillas y mesas, barrer el suelo, vaciar las neveras de comida estropeada, sacar la consecuente basura y poner el lavavajillas. Pero por lo general se está a gusto en la cocina, con una buena cena cocinada entre unos pocos y por todos compartida; unas velitas encendidas y una sobremesa que se prolonga y prolonga...
También se vive en los pasillos. Es divertido cómo la gente va personalizando las puertas de las habitaciones (propias y ajenas). Hay un par de pasillos acristalados, y cuando andas por la noche por ellos y se encienden automáticamente las luces a tu paso, todo el mundo puede verte. Generalmente los pasillos están vacíos, a excepción de cubos y fregonas, una silla cada cierto trecho, y algunos zapatos o alguna bicicleta. Durante las fiestas, los pasillos son zonas muy socorridas, para escapar del gentío y del ruido. Pero a las fiestas y a lo que las rodea (tema transversal, como puntualizó Eleuterio) ya les dedicaré todo un post (o dos, que el tema tiene enjundia).
He de añadir que todo Korallen (habitaciones, pasillos, cocinas) tiene un sistema de alarmas contra el fuego que se activa a la mínima, y una calefacción fenómena.
Respecto a la azotea, un día subimos y Janitor nos pilló y nos regañó duramente (creo que ya os he hablado alguna vez de Henning Skov, alias “Janitor”, el conserje: habla un dialecto anglodanés incomprensible, y aunque se enfade siempre saluda con una sonrisa bonachona). Respecto al sótano, es un pasillo infernal inundado de negrura, plagado de arañas vivas y ranas muertas. En Halloween bajé a enseñárselo varias veces a la gente con sólo una vela como iluminación; y Josema, conpinchado conmigo, esperaba agazapado en la oscuridad para asustar a las niñas.
He tardado mucho en hablaros de Korallen; pero es que no es fácil describirlo, porque Korallen es algo más que todo lo que vengo contando (atención que me pongo melosillo): Korallen es un Gran Hermano sin cámaras, una comunidad, una secta, una familia enorme.
En este sentido no es fácil describir al Coral y no creo que nunca consiga hacerlo, pues sólo Korallen podría describirse a sí mismo.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Greve

Ayer teníamos pensado levantarnos a las diez para ir en bici a Holbæk, un pueblo a unos veinte kilómetros al oeste de Roskilde. Compraríamos cosas en el Fakta, haríamos un picnic y nos echaríamos fotos a la orilla del fiordo. Por supuesto, todo este bucólico plan se desmorona cuando nos despertamos, resacosillos, a las dos de la tarde.
De todas maneras, el clima no era del todo malo, así que sobre las tres llené la mochila de ropa seca y cogí la bici en dirección a Greve, un pueblo a once kilómetros al sur que tiene playa en el mar báltico (Østersøen). Mis compañeros de excursión decidieron quedarse estudiando, y por eso dejamos lo de Holbæk para otro día.
El camino no se me hizo muy largo. Era una carretera con el suelo lleno de hojas húmedas que atravesaba praderas y granjas. Poco tráfico y no mucho frío. Sin embargo, dos cosas me dieron mala espina: 1) un trecho del camino era sin carril bici; 2) la carretera no tenía farolas. Empecé a preocuparme sobre la vuelta, porque sabía que la haría enteramente de noche. Ya pensaría algo.
A las afueras de Greve le pregunté a una señoritinga que iba en bici cómo llegar a la playa; y ella resultó vivir a sólo 500 metros de la orilla y se ofreció amablemente a llevarme. Fui charlando con ella, me enseñó las dos partes de Greve (la antigua y la moderna), me preguntó si hablaba alemán porque su inglés no era muy bueno, me dijo que venía de montar a caballo y que su hijo había estado en Madrid el pasado septiembre en un congreso de arquitectura.
Llegué a la playa. Fue muy emocionante porque me recordó a los Pinos: extensa, con su bosquecillo detrás, relajantísima. Había muchas algas. Cogí la muestra pertinente de arena. Para cuando empecé el camino de vuelta era noche cerrada, y no me apetecía volver por el mismo camino. Y entonces veo una indicación que dice: “København 22”, y, sin pensármelo dos veces, encamino mi bici hacia Copenhague.
Este trayecto fue una locura. La carretera iba recta hacia la capital, pero de repente gira hacia el norte, y me perdí. Atravesé pueblos y bosques, zonas residenciales, un campito enbarrado, plazuelas, puentes, túneles, y hasta subí unas escaleras. Finalmente reconocí Roskildevej, que es una de las carreteras de entrada a Copenhague; y sobre las ocho, exhausto y sudoroso, llegué a la estación central.
Engullí un perrito caliente y me di un paseo por las calles circundantes a Strøget. En una plaza había un mercadillo con muchos puestos, cada uno con productos típicos de algún país europeo (con la típica “paëlla” española). Merendé a base de las muestras gratuitas; pero al llegar a un puesto con unos trozos de turrón que harían palidecer a la mismísima Felia, mi contención se desbordó, y me gasté 40 coronas.
Volví a la estación central (donde me preguntaron varias veces cómo llegar a tal sitio o cómo comprar tal billete), y cuando llegué a Korallen, hastiado y sucio, me duché, cené revuelto de champiñones, charlé con Dalia, estuve con el ordenador, y me acosté.

sábado, 15 de noviembre de 2008

La semana de la garganta dolorida

Hola. Llevo varios días ausente, pero no es para menos. Toda esta semana he estado enclaustrado en Korallen, no he ido a Copenhague, no he ido a la biblioteca ni a la cantina, no he hecho nada sino deambular por la residencia en zapatillas de casa. He tenido un dolor de garganta que sólo he conseguido apaciguar mediante la ingesta de antibióticos, eferalganes y vitaminas.
La causa más probable de mi mal es que el domingo pasado estuve en Copenhague por la tarde, y nada más llegar – fui en coche con Irene y unos amigos que han venido de España a visitarla – nos cayó una tromba de agua increíble. Pasé el resto de la tarde por las calles de Christiania, con los pies mojados y la terrible certeza de que me pondría malo.
Nada interesante, pues, ha tenido lugar. Las temperaturas, que rozaban el cero hace dos o tres semanas, ahora son relativamente altas (11,5º; velocidad del viento: 8,2 m/s; estado del fiordo: no sé, no lo he visto): se acabó lo de helar por las mañanas. Eso sí, se nota mucho lo pronto que anochece. Cualquier día que despierte tarde después de una fiesta, no veré la luz del sol; creeré que sigue siendo la misma noche y seguiré de fiesta, entrando así en un bucle de consecuencias imprevisibles.
Para más inri, Korallen (la foto es de hace dos meses) está muy vacío. De manera paulatina, a lo largo de esta semana se ha ido marchando mucha gente (todos los españoles y Christy a Berlín, Amsterdam y Groningen; y Shannon se ha ido a Madrid), y eso se nota en la tranquilidad de las noches, en la limpieza de las cocinas por la mañana, y en el silencio de los pasillos. A la tranquilidad también ha contribuido el que mucha gente haya estado de exámenes.

Ayer por la mañana fui a Roskilde para comprar unos billetes de tren. Paradójicamente, no pagué el tren hacia Roskilde, y el trayecto, que son sólo cinco minutos, se me hicieron eternos (a Fer también, que los pasó escondido en el servicio).
Por la noche hubo una fiestuqui con ambientación psicodélica organizada por las niñas estadounidenses, pero no fui. Bastante psicodelia estaba yo ya sufriendo por culpa de los antibióticos como para acercarme. De hecho, me acerqué; pero a los cinco minutos de música psicodélica me mareé y tuve que salir a jugar al tres en raya con María Picatoste – a la que gano jugando al futbolín –. Luego me reconcilié con otra niña con la que mantengo una tormentosa amistad.
Hoy he estado toda la tarde trabajando en el proyecto. Cené patatas asadas con hierbas que preparó Alessandro, y luego, a medianoche, se nos ocurrió a unos cuantos ir a Roskilde en bici a jugar al futbolín. Y allá que vamos, la mar de contentos. Jugamos muchas partidas (equipos: Picatoste & Andreas; Pasquale & Marianne; Michele & Yo); y a la salida del garito descubrimos que a Michele le habían robado su bici robada.
Nos disponíamos a hacer la vuelta a pie como gesto de solidaridad cuando nos encontramos a unos daneses con la bici enajenada. Educadamente se la pedimos, y todo se saldó con un apretón de manos. La bici presentaba algunos desperfectos (guardabarros descompuestos, patilla arrancada, cadena salida, malas puñalás les den), pero ninguno letal. Ayudé a poner la cadena y, felices y con la cesta de la bici llena de latas vacías encontradas en la calle, llegamos a Korallen. Michele ha bautizado ahora a su bici. Se llama “Heroica”.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Pasquale y Michele

El domingo fui con mi bicicleta nueva desde Trekroner hasta Copenhague. Siempre por el carril bici, fue un paseo feo al principio – todo el rato en autopista – y emocionante al final – de repente un cambio de rasante, y aparece Copenhague ante tí -. Fueron dos horas y media de viaje maomeno, y no fui solo, sino con parte de la delegación italiana de Korallen: Paolo, Pasquale y Michele. Ésta es una buena ocasión para hablaros un poco de los dos últimos.
Pasquale y Michele son las personas con las que más tiempo estoy pasando en Dinamarca. Son sencillos, transparentes (no en el significado estricto de la palabra) y buenos, pero de maneras muy distintas.
Pasquale es un alma triste. Siempre está atormentado por problemas. El inglés, los exámenes, no tener nada en la despensa, sentarle mal lo que se toma en una fiesta, las niñas. Sin ir más lejos, nada más llegar a Copenhague se le pinchó la bici, que para más inri no era suya. Sin embargo, encaja bien los duros reveses del destino: “I am lucky in the unlucky” (“soy afortunado en la desgracia”), dijo, y es que se le pinchó al llegar y no a medio camino.
En la otra cara de la moneda, es un hacha jugando al futbolín (la cara de satisfacción que tengo en la foto es más por el café que por los palizones que me da), su fiesta de cumpleaños fue genial, y es muy detalloso (de los que llevan a una chica a la ópera).

Michele es puro optimismo. Por la calle saluda a las niñas danesas con gracia, canta ópera a voz en pecho, es temerario con la bici, duerme con la puerta del cuarto abierta y la llave colgando por fuera, toca la trompeta en la banda de su pueblo, y está enamorado de la sirenita. Siempre hace que la gente a su alrededor esté contenta. Me río mucho cuando grita NO con todas sus fuerzas, desgarrándose la garganta, como cuando se dio cuenta de que llevaba la cámara sin la tarjeta de memoria.
Muchas veces desayunamos juntos en su cuarto (yo llevo la sandwichera y el pan), y lo último que suelo hacer cada día es pasar por allí para charlar un poco y controlar la rumorología coralinera. Como él dice, y debido a la enorme afluencia de gente, su cuarto es el ágora de Korallen.
Michele tiene novia, trabaja en la heladería de su padre y estudia economía. Lleva cuentas de absolutamente todos los gastos que hace, tiene una memoria prodigiosa para recordar precios (desde pasteles hasta billetes de avión), y un ojo de halcón para encontrar latas vacías que canjeará por coronas. Su mayor temor es que irrumpan en su cuartito anexo (una cubículo junto a cada habitación) y le roben las cientos de latas y botellas que ahí guarda.

Los dos viven en mi pasillo. Solemos cenar juntos y compartir la comida. Es muy divertido oírles hablar sobre política o sobre ciudades italianas. A Pasquale le encanta Roma, y Michele a veces dice que Padua es mejor. Entonces los dos empiezan a soltar palabrotas en italiano (área en la que experimento progresos, “cazzo”, “fanculo”, “porca troia”) hasta que Pasquale decide dejar la discusión. A pesar de esto se llevan como hermanos, el pesimismo de uno y el optimismo del otro hacen que todo sea muy equilibrado, y siempre es agradable estar con ellos.

p.d. Cuando llegamos a Copenhague atamos las bicis en la estación central y nos dimos un paseo larguísimo. Cerca del Diamante Negro me encontré con unos españoles, que resultaron ser erasmus de Oslo, que resultaron vivir en Kringsjå, que resultaron conocer al Chesco, y que nos conocían como “los cinco locos que durmieron en la habitación del Chesco”. El mundo es un pañuelo. Y luego, al llegar a mi habitación, todavía no me había quitado ni el chaquetón cuando vi, como si fuera una exhalación, un ratoncillo correr desde una punta del cuarto hasta debajo de la nevera. Lo busqué sin éxito. Por ahí andará el joputa.

Oda al amor interrumpido

Te habías caído al suelo en Østbanegade,
te ayudé a levantarte, y desde el primer momento
encajaron nuestras almas enamoradas;
llegamos a København Hovedbanegård sin aliento.

Todo era hermoso,
tu piel dorada y tu voz de timbre,
los paseos contigo al lago y al Amager,
y aquel día precioso en la playa de Roskilde.

Mas, ¡ay!, todo era tan peligroso,
tan inestable, tan a trompicones;
tan bonitos los paisajes
para sólo ver los escalones.

Ayer, perdóname, no dudé en dejarte por otra:
la ví sola en la Israelspladsen
y pasé la noche sobre ella en Copenhague;
ahora todo es dulce, todo es suave.

Te quise todo lo que te pude querer,
pero ahora puede que te quiera más Pasquale D'Agostino,
o cualquiera que te encuentre al borde de un camino;
y si abandonarte resulta ser un error, querida bici dorada...
siempre nos quedará el Amager.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Tensión en el Diamante Negro

Ayer fui a Copenhague a trabajabr para el proyecto con mis compañeros de grupo. La cita era en el Diamante Negro (the Black Diamond, den Sorte Diamant), la ampliación moderna de la Biblioteca Real de Copenhague. Es un edificio impresionante. Ya lo había visitado antes, pero no encontré sitio en este variopinto blog para describirlo. Ahora, dejadme que me recree.

Es un edificio con toda su fachada cubierta de mármol negro brillante (de ahí el nombre). Geométricamente, está formado por dos cubos torcidos hacia adelante y hacia los lados, y entre ambos cubos se abre un atrio de ocho plantas, con paredes blancas que describen curvas, balcones en cada piso, y pasillos voladizos de cubo a cubo. En cada planta se ven cientos de estanterías con libros y gente estudiando. Y la gran ventana del atrio da a un canal, y al otro lado las casas de lujo de Christianshavn.
La reunión fue, hay que decirlo, algo tensa. Nos está costando bastante avanzar, tanto por la dejadez de unos como por el perfeccionismo de otros. Hubo momentos álgidos (“¡... deja hablar a los demás!”), pero conseguimos mantener la cordura.
La reunión acabó al caer la noche (sobre las 16.30), y fui con Blai a pasear por el centro de la ciudad. Entramos en una librería y en la cinemateca, donde, a propósito, tienen a von Trier algo olvidado. Nos tomamos un café, una muffin y un batido de fresa en una cafetería buenísima, recostados en unos sofás. Vi una tienda tintinera, donde todo era exageradamente caro; pero poner los dientes largos tiene un precio...
Dimos un paseo bordeando tres de los cuatro lagos que separan el centro de los barrios Nørrebro y Østerbro, y, cansadísimos (pues es una caminata considerable), fuimos a casa de Blai, en el barrio de los tiroteos. A propósito, a lo mejor en el segundo cuatrimestre me mudo allí, porque él se vuelve a España y deja una plaza vacante.
Cenamos arroz picante, y luego estuvimos charlando inmersos en la mayor tranquilidad (proporcionada por la certeza de la no-fiesta), y fuimos a dormir, yo al cuarto de Blai y él al de su compañero de piso, Jesper, que está en Suecia.
La noche fue tranquila, sin tiroteos. Amaneció lloviendo. Fuimos a comprar al Fakta de la esquina, luego me dirigí de nuevo – esta vez solo, bajo un aguacero infernal – al Diamante Negro; y allí me compré un libro. Se titula “Jeg er bevæbnet og har tømmermænd”, que quiere decir “Estoy armado y resacoso”, y es una recopilación de cartas que contienen amenazas de muerte. Está en danés, pero me parece una manera graciosa de aprender un poco del idioma.
Tras gastarme 150 coronas en el libro, deambulé un poco por la Black Diamond, luego fui a la estación central y cogí el tren para Trekroner.
Ahora me espera un cumpleaños en la Blue Tower. A ver qué tal va la cosa, espero no salir muy malherido.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Cena de elecciones

El martes fue la elections party. A falta de una fiesta se hicieron dos, una eminentemente americana y otra más europea; pero ambas muy sosegadas y tranquilas, para compensar la Monday Party pasada (a la que me referiré más adelante). Bueno, al menos la europea lo fue; más una cena de amigos que una fiesta.
Hay dos tipos de cocina común en Korallen, grandes o pequeñas. La fiesta europea tuvo lugar en la cocina pequeña de mi pasillo, que es más acogedora que la grande, con sofá y tele.
Por la tarde, con la puerta de la habitación abierta, Christy empezó a preparar galletas de chocolate y chili con carne. Yo fui a darme un voltio por el lago, y a la vuelta me gasté cien coronas en los ingredientes necesarios para un revuelto de espinacas – a excepción de los huevos, que ya los ratearía -.
Al llegar a Korallen ya había ambientillo. Una cantidad industrial de chili con carne había sido preparada, en el horno se asaban patatas, la tele hablaba – en inglés – sobre las elecciones, y Shannon se había pintado en la cara las barras y estrellas.
Preparé mi super-revuelto con un kilo de espinacas y ocho huevos. Irene empezó a preparar su tradicional cuscús de verduras. Paula apareció con pollo al curry. Por su parte, los italianos se cocinaron pollo a la plancha. La densidad de población de la cocina era sorprendente.

Llegó la hora de sentarnos a la mesa. Se encendieron velas. Qué buen rollo macho. Por supuesto, no había suficiente espacio para todos: hubo quien comió con el plato en sus rodillas, hubo quien comió de pie. Como en Korallen faltan siempre vasos (paradójicamente, dado que lo que más se hace es beber), bebíamos el agua en cuencos de plástico. La comida, buenísima sin excepciones. Una danesa nos preguntó que cómo era posible que cocinásemos tan bien (seré honrado y diré que no probó mi revuelto porque no le gustan las espinacas porque su madre de pequeña la obligaba cada día a comerlas).
Conforme se cerraban las urnas, Christy (la única americana de la sección europea) estaba más y más emocionada. Terminamos la cena, recogimos los platos y nos dispersamos. Yo me acoplé en el sofá durante un largo rato. Cuando las galletas de chocolate salieron del horno esto se convirtió en un problema, puesto que si me levantaba a por una perdería mi hueco en el sofá.
Acabó la fiesta, charlamos un rato en el cuarto de Christy, y me retiré a mi habitación a meditar. Fui a poner la secadora, y pude apreciar jaleíllo procedente de dos fiestas (los americanos, cada vez más entusiasmados, que aplaudían y vitoreaban cada vez que se anunciaba el recuento en un estado; y un fiestón de música electrónica que se montaron los daneses en otra cocina, con muy poca previsión, he de decir, pues después de la monday party la gente no estaba para mucha marcha, y fue un poco de fracaso). Yo decidí, sin embargo, seguir en mi retiro, para recuperar mente y cuerpo.
Los resultados salieron sobre las 5.30 de la madrugada. Yo no me enteré de nada. Pero los americanos lo intentaron. Como venganza por lo sucedido en las últimas fiestas, la del lunes en particular (Inciso. La Monday Party pasada fue el clímax de las fiestas, la cima de la montaña, una exageración de algo ya de por sí exagerado. También llamada la Sofa Party, fue el punto de inflexión que condujo al Cisma de Korallen; demasiado caos y destrucción...); como venganza, venía diciendo, los estadounidenses apilaron sillas en las puertas, golpearon ventanas y cantaron su himno a viva voz.
Ahora Korallen está en paz, y los estadounidenses también.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Shannon y Christy

Shannon y Christy son un buen contrapunto a Carlos y Kepa. También les gusta mucho la fiesta – de hecho, Christy lleva implícita una copa de vino en la mano -, pero son muy tranquilas, cariñosas y delicadas. Son de la Universidad de Seattle, EEUU, estudian encuentros culturales, y fueron mis primeras amigas en Korallen.

A Shannon (a la derecha) la recordaréis porque me acogió en su habitación la temporada que fui un sintecho. Shannon siempre está dispuesta a ayudar a los necesitados: hace sopa para los que caen enfermos, deja su habitación a quien necesita cobijo, presta sus herramientas para la bici, el candado e incluso la bici a quien lo necesita, corrige las redacciones en inglés..., y no sólo eso: nos envía postales a todo Korallen cuando se va de viaje, hace tarta de manzana de vez en cuando, y organiza fiestas de cumpleaños. Su afición principal es hacer punto, y el año que viene quiere ir a España a estudiar. En su puerta ha puesto un cartel, “¡Kepa! ¡Tu puta madre!”, pues en Korallen está aprendiendo, gracias a la delegación española, lo más básico de nuestro idioma.
(Nota: Shannon y yo nos llevamos excepcionalmente bien pero pensamos de manera muy distinta, motivo por el que a veces nos peleamos con consecuencias apocalípticas).
Christy (a la izquierda en la foto) también está aprendiendo español. Estuvo en Barcelona y Málaga hace unas semanas, y a la vuelta puso en su puerta una postal con dos muñequitos que conversan: “¿cómo te lo has pasado en España?”, “¡muy bien!, me encanta España!”. Ella vive en mi pasillo. A veces, al pasar por su puerta abierta, la veo cocinando, y no puedo evitar quitarle de la sartén un trozo de carne o verdura. Christy es muy hogareña. Tiene la habitación bien decorada, y para cenar se pone en su mesita con la vajilla buena, la servilleta doblada, la botella de vino en medio, musiquita suave en el ordenador, y un par de velas para dar ambiente... “Es mi restaurante”, dice. Joler, qué envidia (que no endivia).
Christy siempre está sonriendo. Por la mañana en pijama, por la noche disfrazada de bruja en las fiestas temáticas, o cuando está cantando en el karaoke en Roskilde: siempre sonríe con un toque pícaro muy gracioso. Quizás el vino permanente tenga algo que ver, mas no me malinterpretéis: sencillamente, es una persona alegre.
Ahora las dos están muy excitadas porque queda poco para las elecciones en EEUU. Van a hacer una elections party en Korallen el día en cuestión. Y, como último dato, las dos fueron hace una semana a una manifestación a las afueras de Copenhague para reclamar que se cierre una especie de gueto para los inmigrantes, donde vive mucha gente en muy malas condiciones, cercados por una verja; y las dos acabaron gaseadas por la policía. Qué manera más truculenta de acabar el post, macho.

sábado, 1 de noviembre de 2008

El miércoles en Amager

El miércoles fui a Copenhague. Michele llegaba de Italia a las dos de la tarde y yo iba a ir a recogerle al aeropuerto; pero decidí ir antes para recorrer los parques de la ciudad en bici. Me bajé en la estación central (gooooogle maps), y el primero fue el Ørsteds Parken, muy bonito; luego entré en el Botanisk Have, el jardín botánico. Después de recibir una reprimenda del guarda porque no se podía entrar en bici, me lo recorrí de arriba a abajo. Muchas plantas (una apreciación un tanto absurda, tratándose de un parque botánico). Hay un invernadero muy bonito con las paredes de cristal, y una temperatura de 20º (en el exterior hacía 5º) que lo hacía un sitio agradable, con la pega del empañamiento de gafas.
Se me hacía tarde. Atravesé todo el centro de Copenhague sorteando coches y camiones, crucé un par de puentes, y entré en Amager, donde está el aeropuerto. Amager es una isla al sur de Copenhague que también forma parte de la ciudad. Es un barrio algo más pobre, con tiendas baratas y panaderías de olores deliciosos.
Tras cuarenta minutos de bici, llegué al aeropuerto. Aparqué la bici en el parking y fui a recibir a Michele. Parecerá algo meloso decir esto, pero volver a pisar lo primero que pisé de Dinamarca, volver a ver lo primero que vi, me resultó bastante emocionante.
Llegó Michele, al que recibí con un cartel cutrísimo, hecho con una servilleta y un palo, en que ponía “MARCONI”, que es su apellido. Iba a comprar una bandera de Italia, y estuve en una tiendecilla viendo muchas; menos mal que no lo hice porque le iba a comprar la de Mexico.
Nos tomamos en el aeropuerto una cocacola gigante y un sandwich miserable, y luego Michele cogió el tren hacia la estación central de Copenhague, y yo fui a por mi bici. Mientras le quitaba el candado, me di cuenta de que entre las cientos de bicis de mi alrededor había muchísimas sin candado. Hay que ver cómo es el ser humano, o cómo soy yo, que incluso teniendo bici tuve la necesidad imperante de coger alguna. Mientras atravesaba Amager de vuelta tuve por fin una iluminación: cogeré una bici y la dejaré en Copenhague. Así tendré dos bicis, una en Roskilde y otra en Copenhague, y así me ahorraré las 24 coronas que cuesta llevarla en el tren.

Me reencontré con Michele. Mientras esperábamos a Rocío nos dimos una ronda por el parking de bicis de la estación central, y cuando llegó Rocío se nos ocurrió la genial idea de ir andando a la sirenita, que está en el quinto pino.
Llegamos de noche, hastiados y cansadísimos, después de haber visto un museo de esculturas horribles y de comer manzanas en un bar pijillo frente a un canal; nos hicimos un par de fotos abusando de la lille havfrue, y luego de vuelta a la estación central. Cenamos en un mejicano muy bueno en Strøget, cuya carta tenía los nombres de los platos en español (taco, tortilla, fajita), y al lado su transcripción fonética en danés, lo cual era bastante curioso (takå, tårtija, faheeta).
La gente tenía pensado salir en Copenhague, pero yo, que llevaba todo el día de la ceca a la meca, les mandé a tomar viento y volví a Korallen. Estuve un largo rato charlando con Dalia, que es una amiga iraquí a la que quiero muchísimo, y me fui a dormir.

p.d. El resto de la semana transcurrió entre la biblioteca, la cantina y los futbolines. El jueves, karaoke en Roskilde. Sorprendentemente, no he caído afónico. El viernes, oséase ayer, Halloween en Korallen. Muchos disfraces que daban miedo, y muchas situaciones que daban miedo también. Me acosté siendo ya de día, haciendo fuera dos grados bajo cero y estando todo el paisaje blanco por el hielo.