miércoles, 17 de diciembre de 2008

La víspera del examen

Llevo varios días, ahora sí, estudiando. Metido en mi cuarto leyendo y releyendo el proyecto y tomando notas. Intenté sacarle punta al lápiz con unas tijeras y me quedé sin lápiz, maldita sea. Tengo el examen mañana a las 10. Me pongo delante de los examinadores, les doy la mano, y hago una presentación de cinco minutos sobre el proyecto (el tema de la mía es “errores de nuestra investigación”). Durante un cuarto de hora te hacen preguntas variadas que has de esquivar lo mejor posible. Luego sales luego vuelves a entrar y te dicen la nota. Mi grado de nerviosismo es medio-alto.
Debido a la soledad en que se ha quedado Korallen, estan pasando pocas cosas. He terminado mi supermapa de Copenhague, que ocupa una pared casi entera (un metro de ancho por dos de alto), y estoy rezando porque no se caiga. Me he encontrado un sofá, una lámpara y una cajonera, pero las dos últimas las he dejado fuera porque no sé dónde ponerlas.
Hoy a las cuatro y media ya era de noche. Me comí un kebab y di un paseo por los campos alrededor de la universidad. Es increíble el poco ambiente que hay. Sólo me crucé con una pareja de corredores y un par de ciclistas. Cosa curiosa, encontré el sitio en el que está la estación meteorológica de RUC. Fui diciendo en voz alta mi presentación, y grabándola para calcular el tiempo que tardo y detectar posibles errores.
Hace un rato estaba en mi sofá leyendo “El Guardián entre el Centeno” (que aún no lo he terminado) cuando escuché muchas bocinas en la carretera. Un camión que llevaba un tubo metálico enorme estaba causando una caravana. Salí con mi chaquetón y me quedé mirando hasta que se resolvió el problema (creo que tuvo que pasar por medio de una rotonda o algo así).
Ahora voy a cenar con alguna gentecilla que queda aquí. Os dejo un video que ayer, en el colmo de la tristeza (y del aburrimiento) hicimos Michele y yo. Música: la Penguin Cafe; temperatura: 3º; humedad relativa: 97%.

p.d. Después del examen me pondré a hacer la maleta y a limpiar un poco la habitación, que está que da pena. No sé si escribiré blog o no. Luego me voy a Copenhague, paso la noche en el aeropuerto, y llego al aeropuerto de Málaga a las 10.40. El día 27 vuelvo a Dinamarca, y el 28 me voy a Kiruna a pasar nochevieja. Kiruna es un pueblo en Suecia, a 100 km al norte del círculo polar, donde siempre será de noche y donde hace tanto frío en la calle que dicen que no te puedes sonar la nariz porque los pelillos se congelan y te los puedes clavar (¡verídico!). Vuelvo a Roskilde el 3 de enero, y daré señales de vida en este infausto blog cuando se me hayan descongelado las extremidades. Blog en el que, a propósito, cada vez hay menos animación en lo que a comentarios se refiere, supongo que por hastío del personal.
Glædelig jul og godt nytår.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Monica y Chris

Korallen se vacía. Monica y Chris son americanos, y se les ha acabado la estancia aquí. No son las personas con las que más trato he tenido, ni comían usualmente en mi cocina ni venían a las fiestas; pero puedo afirmar que son una parte muy importante de Korallen y que les echaré de menos.
Para introduciros a Chris, os invito a que visitéis mi primera entrada en este blog, la del 31 de agosto. Estaba en el saloncito del Danhostel y sólo había un cable para el internet. Permitidme autoparafrasearme, “... cuando el danés que lo está usando ahora deje de utilizarlo lo conectaré al portátil...”. Ese danés no era danés. Era un estadounidense corpulento y de voz gravísima: Chris. El mismo que, cuando fui un homeless (22 de septiembre) me preparó espaguetis y me dijo “I'll get you into your room”.
Chris es un hombre sano y fuerte. Salía por la noche a correr o con la bici. Durante todo el día se veía su flexo encendido por la ventana, y era él estudiando. Tenía buena mano para la comida, y compartía gustoso con los demás lo que preparaba. Habla italiano porque pasó dos años viviendo en Italia, y le encantaba hablar con los italianos sobre su estancia allí, recogiendo aceitunas, comiendo queso y bebiendo vino en el cortijo. A veces se arrancaba con un español muy gracioso y por lo general soez. Hacía gracia escucharle hablar sobre su abuela y sobre sus cuatro hermanos mayores.
Chris vivía en uno de los puntos calientes de Korallen: el pasillo adyacente a la spanish kitchen. Incontables habrán sido las noches que no haya pegado ojo a causa del jaleo, y un par de veces salió mosqueado; pero nunca guardó rencor alguno, y siempre animaba a la gente a unirse a las fiestas aun cuando luego él nunca asistiese.
Chris, zalamero con las niñas, crujidor de espaldas. Una gran persona.

Monica es medio sueca, es alta, rubia y tiene los ojos azules. Vivía en la tercera planta. Desde su ventana se veía todo Trekroner, la universidad, y hasta la catedral de Roskilde (muy a lo lejos, claro). Yo solía ir a su cuarto a charlar con ella. En Seattle ella estudia cine, y de hecho su “proyec” era hacer un corto. Pero al final no hablábamos tanto de cine como de la vida. Monica ha tenido una vida dolorosa. Ha sufrido estando en Dinamarca, y puede que siga sufriendo de vuelta a casa. Porque es una persona buena, compasiva incluso con los que la traicionan.
Monica fue una de las que gasearon cuando fue a protestar para que cerrasen el gueto de inmigrantes de Copenhague, y va a conferencias feministas. Es una luchadora. Quiere ser feliz, y estoy seguro de que a pesar de los pesares lo ha sido y lo será.
La gente quiere mucho a Monica. Lo sé por la cantidad de lágrimas españolas que se han derramado por ella.

- MONICA (A LA IZQUIERDA) CON ROCÍO -

Por favor, no recurráis mucho a mi melosidad a la hora de hacer las críticas pertinentes (a la vez que impertinentes) en los comentarios. Gracias.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Jueves, viernes y sábado (raros)

Estos días están siendo un poco raros. Además de la noche casi perpetua en la que vivimos y de que fuera hace más frío que dentro de una nevera, ésta ha sido la última semana para mucha de la gente aquí. Algunos volverán y otros no. El Coral está sensible.
El viernes pasado fue el cumpleaños de Irene. El jueves por la noche le preparamos una sorpresa muy bonita. Maite, nuestro cebo, se quedó con ella en su cuarto viendo LOST. A contrarreloj, una patrulla de gente llenamos todo el borde de un pasillo con doscientas velas que conducían a una cocina. Eva preparó un bizcocho de chocolate. Michele consiguió desactivar el encendido automático de las luces. A la hora convenida – medianoche – el capítulo de LOST terminó, y Maite le propuso a Irene bajar a ver qué se cocía. Y entonces es cuando la cumpleañera se encuentra con el pasillo de velas, y la gente al fondo con una tarta.
La sorpresa quedó genial. Luego la fiesta se desmadró bastante, mas yo me retiré pronto a mis aposentos.
El viernes no hice nada en especial. Fui a la cantina a comer, y luego estuve en un laguito helado tirando piedras a la superficie para romper el hielo.
Esa noche celebramos el fin de año por adelantado. Primero hicimos una cena más íntima (siendo “íntima” un término relativo), con comida para todos los gustos (empanadillas, jamón, quesos, tarta de maíz...); todo buenísimo. Yo, en un alarde de coraje, preparé la famosa tarta de limón, leche condensada y galletas (cambié la leche condensada por yogur porque en este país no tienen leche condensada, malditos sean), y me salió rica pero escasa. Luego fuimos a la spanish kitchen, que estaba entera decorada de navidad, y allí había una multitud de gente venida de todo Trekroner para celebrar el fin de año. Kepa explicó en inglés cómo funciona la tradición de las doce uvas. Cuando llegó medianoche, pusieron en el youtube las campanadas de 1999. A pesar de la multiculturalidad de la susodicha multitud (franceses, italianos, americanos, turcos, canadienses, iraquíes, etc.), la cosa funcionó muy bien y casi todo el mundo se comió las uvas a tiempo. Luego, champán y musiquita para celebrar la entrada del 2009. La fiesta acabó en forma de llorera. Parecía que la cosa se extendería, pero supimos contenerla. Ya habrá tiempo, joler.
El viernes, huyendo de un Korallen que cada vez amenaza con ser más lacrimógeno, fui a Copenhague con Irene, Rocío y una amiga suya de España. Comimos en el restaurante vegetariano de Christiania. Luego estuvimos viendo puestecillos y paseando por la ciudad. En este país se toman la navidad muy a pecho: el interior de cada casa está adornado profusamente, en todos los jardines (públicos o privados) hay arbolillos iluminados, y en cualquier parte te encuentras adornos y luces, incluso en la mismísima RUC. Como motivo navideño utilizan corazones.
Nos tomamos un café en la planta subterránea de un garito y jugamos a un futbolín que no cumplía con ninguno de los estándares establecidos. Andamos un poco más por la ciudad y volvimos a la residencia, donde vimos dos episodios de Padre de Familia y nos fuimos a dormir, muy cansados.
Ayer fui a Roskilde en busca de regalos. La calle peatonal está iluminada con discreción y buen gusto. Hice las compras pertinentes y volví a Korallen. Todo el suelo de mi habitación está ocupado por un supermapa de Copenhague que estoy formando tras haber adquirido dos volúmenes de las páginas amarillas.
Al caer la noche entregamos los regalos del amigo invisible. Luego hicimos una porra para el barça-madrid y se apiñaron todos a ver el partido. Yo no vi ni siquiera un minuto, pero me llevé la porra (trescientas veinte coronitas).
Después hubo una fiesta que se suponía iba a ser la “goodbye party”. Yo huí de tal evento, y me quedé en fiestas alternativas más tranquilas (que no menos llorosas). Llegado un momento, las mangueras de incendios se desenrroscaron, se vaciaron cubos de agua sobre la gente, y la “goodbye party” se convirtió en una “water party” brutal y divertidísima, que acabó con todo inundado, varias pulmonías en proceso de incubación, y un par de puntos de sutura en la cabeza de ****.
Pero eso es otra historia que debe ser contada en otra ocasión.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Frederikssund

Aviso que el post de hoy es espesito. Empieza con una advertencia preliminar (ésta), luego una introducción geográfica, después viene el grueso descriptivo de un viaje sin nada destacable, y acaba con una reflexión melosa hasta la náusea. Si queréis podéis seguir leyendo; pero estáis avisados.
Hoy desperté con una extraña sensación en los ojos. Era el sol. Me vestí a toda prisa, desayuné en el cuarto de Michele y salí con la bici.
El fiordo de Roskilde es una lengua del mar báltico que se adentra unos sesenta kilómetros en Sjælandia. Debajo del todo está Roskilde. Lo del oeste es la península de Hornsherred y lo del este es Sjælandia propiamente dicho. Aproximadamente por la mitad, a treinta kilkómetros al norte de Roskilde, esta lengua de agua alcanza su máxima estrechez, por lo que han tendido un puente de un lado a otro, el puente de Frederik (Frederiksbro).
Eran las 10.30, y tomé rumbo al norte. El cielo estaba muy azul y sin nubes. Fue curioso ver la trayectoria del sol, siempre muy pegado al horizonte. Durante toda la excursión la temperatura no subió de uno o dos grados.
Mi meta era la ciudad de Frederikssund, que es de donde sale el puente hacia Hornsherred. No hice el camino pegado al borde del fiordo, sino por el interior, en el carril bici de una carretera nacional. Todo eran praderas, casitas pintorescas, polígonos industriales y molinos de viento. Yo llevaba un plano cutre elaborado por mí mismo, y en algún cruce debí perderme. Estuve unos kilómetros por la carretera, codo con codo con coches y camiones. De nuevo en el carril bici, le pregunté a un señor cómo llegar. Me respondió en danés. Asentí como si me enterara de algo y me piré. Le pregunté a otro señor de voz rasposa. Volví a perderme y no sé cómo encontré finalmente el camino, pero el caso es que llegué a buena hora y con buen ánimo.
Me di un paseo por la calle peatonal, con las casas de colores. Había mucha gente, pero me pareció una ciudad triste. Demasiado silencio.
Cerca del ayuntamiento compré un queso redondo y cacahuetes. Fui a la oficina de turismo y me llevé todos los mapas que pude. Luego crucé el puente. Al otro lado está Færgelunden, un bosque enorme; con el suelo cubierto de hojas rojas y los troncos verdes de musgo. Aparqué la bici en un área de servicio y paseé por el bosque mientras comía el queso a bocados. El bosque era precioso y relajante.

Crucé el puente de nuevo. La vuelta la hice por un carril bici que iba más pegado al fiordo, y que resultaría ser más pintoresco, más seguro, y más infernal. El camino en cuestión (ruta nº 40: Fjordstien) no era, como a la ida, un carril anexo a una carretera nacional: más bien podríamos decir que era un sendero que se adentraba en la Sjælandia profunda. Granjas, barro, estanques, casas pintorescas y olor a caca de vaca. Me quedé sin agua y tuve que pedir que me rellenaran la botella en una casa. Atravesé el pueblo de Jyllinge, que tenía un parquecito con unas vistas espectaculares al puerto y al fiordo.
A falta de diez kilómetros para Roskilde, el cansancio se apoderó de mí. La noche cayó súbitamente. No había iluminación en la maldita ruta nº 40. Hacía frío. Esta última parte del trayecto tuve que hacerla muy lento, y a veces incluso tuve que bajarme de la bici y seguir un poco a pie. Me comí medio paquete de cacahuetes. Tuve que llamar a otra casa a pedir más agua (que para más inri me sirvieron del grifo del agua caliente). Llegué a RUC exhausto. Aparqué mi bici allí mismo y compré un kebab que me comí camino a Korallen.
El sufrimiento, de todas formas, mereció la pena. A las seis de la tarde, con sesenta kilómetros a mis espaldas, llegué a mi cuarto y caí dormido como un tronco. ¿Y qué he ganado? Pues contemplar la belleza del fiordo; y de los bosques y los campos de Dinamarca.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Algo huele a podrido en Dinamarca

He hecho un intermedio en la limpieza mensual de mi habitación para comentaros un poco qué he hecho este fin de semana. La Penguin Cafe Orchestra retumba en los altavoces. Mi estado mental es bueno. La temperatura exterior es de 6º.
El sábado, y aprovechando que Carlos y Kepa habían alquilado un coche cada uno, nueve korallens y dos novias fuimos a Helsingør. Helsingør es un pueblo en el extremo noreste de Sjælandia, a 30 km al norte de Copenhague.
Llegamos sobre mediodía. Chirimiri pertinaz. Atravesamos con el coche algunas calles estrictamente peatonales y aparcamos cerca de la plaza principal. Allí había montado un mercadillo con productos típicos, y también una pista de patinaje y una noria. Había mucha gente, muchos helsingøreños (a ver qué lingüista me analiza esta palabra). Todo estaba ambientado de navidad, los árboles con luces y los tenderos con gorros de Santa Claus.
Cerca de la plaza, tras cruzar un par de puentes, está el impresionante castillo de Kronborg, conocido porque Shakespeare ambientó aquí Hamlet. Es muy grande, con docenas de salas, habitaciones, escaleras y pináculos; muebles antiguos y muchas ventanas que daban a un tiempo tempestuoso. Un buen lugar en que imaginarse a Hamlet volviéndose loco, con la calavera en la mano o diciendo que Dinamarca huele a podrido. En un ático había unas niñas muy raras disfrazadas de Santa Claus, dos comiendo galletas en una mesa y otra encaramada en las vigas del techo (?).
Dimos un paseo por los jardines alrededor de la fortaleza, que dan al mar, y al otro lado se veía la silueta de Helsingborg, que está en Suecia; y muchos barcos en medio.
Luego bajamos a las mazmorras, oscuras y siniestras. Hacía frío, el techo era muy bajo (Carlos se descalabró), eran muy laberínticas y estaban iluminadas sólo por un bonito quinqué de aceite cada cierto trecho. Daba mucho miedo, y nos alegramos de salir a la luz del día.

- DAVID, FER Y YO. APRÉCIENSE MI ABRIGO NUEVO Y EL CASTILLO DE HAMLET -

Volvimos al centro cuando caía la noche, y comimos en una pizzería de una calidad más que cuestionable, a la que recordaremos como la Pizzería de los Champiñones Crudos.
Dormí durante todo el viaje de vuelta a Korallen. Al llegar estuve un rato escuchando música a la luz de mi nuevo quinqué; luego me duché y fui con Fer a cenar a casa de Blai, que el pobre lleva invitándonos un siglo.
La cena era escalivada, un plato típico catalán. El ambiente era genial. Conté unos cuantos chistes (incluído el de los caracoles y el de la escopeta), y luego unos pocos se fueron de fiesta. Yo me quedé con Blai manteniendo conversaciones filosóficas, y sobre las cuatro nos dormimos.
El domingo amanecí en Copenhague con el cuerpo levemente resacoso. Fregué los restos de la noche anterior, desperté a Blai y nos fuimos a una feria de discos de vinilo que había en el barrio. Curioseamos un poco, y luego salí a ver un partido de fútbol entre equipos infantiles femeninos que había en un pabellón al lado. En cuanto me despisté un segundo me dieron un pelotazo. Arrastré a Blai fuera de la feria de los demonios y fuimos andando hacia Christiania.
El paseo, que son unos pocos kilómetros, fue muy ameno. Vimos la tumba de H. C. Andersen en su respectivo cementerio, y pasamos por calles nuevas que nunca está mal conocer.
En Christiania conocimos a una niña de pelo azul que nos llevó al mercadillo navideño, una carpa enorme atestada de gente. Probamos las galletas de chocolate veganas (sin nada que proceda de los animales, o sea, sin huevo, mantequilla ni leche), que estaban asombrosamente ricas; y luego fuimos a Operaen, un barecillo donde habíamos quedado con unos amigos para presenciar una jam session.
Una jam session es una improvisación musical entre gente que no se conoce. Alguien del público puede subir al escenario, pedir una guitarra y acompañar a la melodía que tocan los demás (que ya de por sí es una improvisación). Personalmente, a mí me resulta emocionante la armonía a la que llegan unos músicos que no se conocen sobre una melodía que no existía antes.
Cuando acabó la jam session, la gente fue a la planta baja, donde había otra jam session más marchosa; pero yo estaba cansado y volví a mi querido Korallen. Cené un arroz iraquí y me acosté sin más preámbulos.
Bueno, vuelvo a mi limpieza. Aún no he comido porque María está preparando botillo, un plato típico de Ponferrada. A ver cuándo suena la campana del rancho.

viernes, 5 de diciembre de 2008

El proyecto maldito y la nevada frustrante

La semana que precedió a Estocolmo fue dura. Muy dura. Para empezar, el jueves era la fecha límite para entregar el proyecto. Empezamos a quedar todos los días de diez de la mañana a siete de la tarde, trabajando a destajo. Gora se erigió como el mandamás absoluto y absolutista. Blai mecanografiaba páginas y páginas, Cécile tres cuartos de lo mismo; yo arreglaba la maquetación; y Yan, que la pobre no se entera de nada, llevaba a cabo un proyecto paralelo enmarcado en su mundo feliz y utópico. La última noche, a falta de diez páginas, a Gora se le fue la cabeza y nos dijo que íbamos a suspender, que nos quedásemos todas las navidades trabajando y que lo entregásemos en enero. Qué noche más tensa. Blai y yo juramos que acabaríamos el proyecto fuera como fuese. Toda la noche corrigiendo, maquetando, poniendo la letra más grande, desarrollando teorías aburridísimas. Gora dejó de dar señales de vida sobre las cuatro. Sobre las once de la mañana siguiente el proyecto por fin contaba con las 45 páginas requeridas. Pocos minutos después de haber acabado el maldito proyecto, Yan nos informa de que se ha puesto en contacto con el supervisor, y que nos ha dado una semana extra. Que caiga un rayo y arda RUC, cagoentó.
Por otra parte, el clima se porta mal. Hace un frío de coj., y el miércoles nevó, cosa que recibí con relativamente poca alegría; y para colmo al día siguiente toda la nieve se había derretido, por lo que fue una nevada más bien frustrante.
Como contrapunto, han pasado algunas cosillas no mu malas. Ya soy danés (o sea, ya he recibido el CPR), ya soy estudiante de RUC (o sea, ya he recibido el carné), me he encontrado un mueblecito y me lo he agenciado como mesilla de noche (he puesto encima una vela y la moleskine, mala combinación ahora que lo pienso), el sábado pasado salimos a un tugurio en Copenhague que me gustó mucho; y ayer hubo en Korallen una “Tapas Party” con tortillas de patata buenísimas, jamón serrano, y unos canapés de cebolla caramelizada que YO hice.
Hoy por la mañana he estado en el focus group del proyecto de unas niñas. Nos dejan un folletito que ellas han elaborado para que lo leamos, y luego nos hacen preguntas, para que debatamos y podamos darles nuevas ideas. Por la tarde he cogido la bici para ir a Roskilde. Me perdí a propósito, me ladró un perro, y entré en misa. Sí, sí, en misa. Me pareció la manera más barata de visitar la catedral. A propósito, la misa ha sido muy bonita. Me la he tragado entera a pesar de ser en danés. Había un coro que cantaba como los ángeles, acompañado por el órgano. Sólo no me ha gustado que el cura la dio de espaldas. A pesar de eso, muy, muy bonita; y no ha habido ni comunión ni cepillo, así que no puedo quejarme. Hoy ha sido un buen día.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Estocolmo (parte 4 de 4)

Lo de dejaros anteayer con la intriga de en qué habitación dormí fue hecho ex profeso para que no dejáseis de leer esta crónica, más bien aburrida, de mis peripecias en Estocolmo.
De hecho, no dormí en mi habitación. El hotel (su nombre es “Best Hostel Old Town”) es un edificio de cuatro plantas, y por dentro es un laberinto absoluto. No es una exageración: hay pasillos que hacen zig-zag, escaleras rectas y de caracol, de madera o metálicas; cocinas, salones, puertas en todos lados (algunas que dan a habitaciones y otras que dan a escaleras)... no os podéis hacer una idea. O eran varias viviendas y se han dedicado a tirar tabiques, o bien el arquitecto se había fumado un porro.
Nosotros teníamos reservadas varias habitaciones de varias camas cada una. Las dos primeras noches dormí con Pasquale, Marianne, Laura, Michele y Paolo; pero la última noche (la noche que os mantiene con la intriga) dormí con todos los españoles. La verdad es que no tenía ningún motivo, sólo por cambiar un poco, porque había camas libres. El techo estaba inclinado y las camas estaban separadas por mamparas de tela. Era muy divertido estar allí con la gente, yendo de mampara a mampara, riéndonos, poniendo las ropas mojadas en la calefacción, etcétera. He de decir (ejem) que también dormía allí un hombre mayor que llevaba sus pertenencias en un carrito.
Intriga resuelta, pues. El jueves, último día en Estocolmo, dimos un paseo por Skepps Holmen, que es una islita rodeada de barcos. Cada vez había menos nieve, y pudimos ver algo de verde en los parques y el verdadero color de los tejados (pizarra negra y verde).
Paseamos por las callejas de piedra de Gamla Stan. Visité la tienda de Tintín, que tenía algunas miniaturas increíbles (por ejemplo una réplica del avión de Carreidas, o Rascar Capac tirando una bola de cristal al suelo, con esa cara que da tanto rile), muy caras (mínimo doscientos leuros).

Comimos en un restaurante subterráneo que en su tiempo fue la cárcel del Gamla Stan. Yo comí quiche de marisco, ensala y café, de nuevo por siete euros. La camarera, trenzas vikinga y mirada penetrante.
A las cinco habíamos quedado en la puerta del hotel para irnos. Yo estuve a punto de irme sin pagar, pero no lo conseguí. Camino a la estación, todo el mundo iba muy rápido; yo me quedé rezagado con Rocío y Laura, y al llegar a la estación (rehaciendo el camino que hicimos Laura y yo el primer día) no localizamos a nadie. Cogimos el Arlanda Express hacia el aeropuerto y nos perdimos por las terminales hasta encontrar la nuestra.
Hicimos el chequín y comimos quicos. Llegaron los otros. Pasamos por los controles de seguridad de turno, y nos montamos en el avión. El viaje fue sin contratiempos. Yo fui en la ventanilla, y detrás mía había un bebé que me tiraba del gorro. Al llegar a Copenhague, y tras hacer el loco con los carritos de las maletas, cogimos el tren hacia Trekroner, comiendo un chocolate buenísimo que había comprado esa misma tarde en el Gamla Stan. Se notó mucho el cambio de la temperatura, y Dinamarca nos pareció incluso una tierra calurosa, después de los días que habíamos pasado en Estocolmo. En Korallen se desarrollaba la fiesta de acción de gracias americana; pero no, gracias.

- DETRÁS: YO, MAITE DE HVIDOVRE Y EL HOMBRO DE EVA. DELANTE NUESTRA, JOSEMA, BLANCA DE HVIDOVRE Y PAULA, TODOS DORMIDOS COMO TRONCOS -

He aquí la reflexión final cargada de melosidad. Irme de Estocolmo a Dinamarca me dio pena. Es una ciudad preciosa, y lo pasé genial con mis amigos. He pasado varios días un poco tocado por la experiencia, añorando el laberíntico Best Hostel. Esto me hace pensar, ¿en qué grado añoraré Roskilde cuando me vaya para siempre?

martes, 2 de diciembre de 2008

Estocolmo (parte 3 de 4)

El miércoles por la mañana nevaba. Fuimos a desayunar a una cafetería calentita y acogedora en el Gamla Stan, sandwich con café y camarera de agradable mirada. Paseamos un poco por el barrio y compramos algún que otro capricho; y luego Laura, Maite, Rocío y yo nos encaminamos al barrio sur, Södermalm, a comprar unas botas para la nieve. Hay una tienda (número 2) que encontraron los italianos el primer día, donde por 10 euros te las compras. Son horrorosas y por detrás pone Belle, pero al menos son calentitas. Rompí un atijo in situ (al ponérmelas en la tienda), pero me dio vergüenza decirlo. Comimos unas galletitas de canela que había en el mostrador para los clientes y salimos del local con nuestras llamativas botas nuevas.
Esta parte de la ciudad es un poco montañosa; el número 3 es un mirador al que se llega por un puente vertiginoso. Eché mil fotos a la ciudad, que era un mar de tejados nevados, y volvimos al Gamla Stan. En el número 4 nos reencontramos con el resto de la tropa. Ahí está el palacio real, y llegamos justo para presenciar el cambio de guardia, a las once. Tamborcitos y cornetas y soldados haciendo figuritas.
Luego fuimos a ver la catedral, el número 5. Es muy alta, y el pico principal es de hierro forjado de manera que se puede ver a través el cielo azul. Azul digo, porque salió el sol, para alegría de los excursionistas, tan hastiados ya de tanta nievecita del puentencito.

Fuimos al ayuntamiento (número 6), un edificio de ladrillo rojo a la orilla del agua, que es donde se entregan los premios Nobel. Tiene un patio interior con una columnata, y un muelle en el mar. Me llamó mucho la atención el sonido: un goteo constante e intenso, provocado por la nieve que se derretía en los tejados y caía al suelo.
Fuimos al Norrmalm, y comimos (número 8) en la calle Droninggatan, la cual ya mencioné en este infausto blog. De nuevo por muy buen precio (ocho euros), pollo a la plancha con patatas, ensalada libre, pan y cafecito. El servicio estaba estropeado y tuve que ir a la estación de metro.
Paseamos por Droninggatan, donde la gente se compró gorros, chaquetones y guantes (a propósito, Estocolmo es la ciudad donde más guantes sueltos hay en el suelo por metro cuadrado). Rocío y yo nos quedamos solos y fuimos a la pista de patinaje en el Kungsträdgården (número 9) a esperar hasta que llegó el resto del grupo.
Qué bien nos lo pasamos. Al principio titubeábamos, pero luego cogimos soltura y acabamos todos cogidos de la mano, dando vueltas ocupando toda la pista, o en fila como si fuéramos un tren. Nos caíamos, intentábamos frenar, nos agarrábamos a las vallas del borde, nos reíamos mucho.
A las seis cerró la pista, y nos encaminamos al Kungliga Humlegården (número 9), donde el día antes habíamos visto a los niños con los trineos. En principio la gente no tenía muchas ganas de ir a este sitio, porque querían volver pronto al hotel para ducharse y salir a algún pub. Pero entonces nos encontramos con los italianos, que se habían agenciado un trineo. Y fue la apoteosis. Al principio nos turnábamos el trineo, pero luego empezamos a usarlo de dos en dos y de tres en tres; y luego a usar bolsas de plástico e incluso a otras personas. Era fantástico. Estuvimos como una hora tirándonos colina abajo y haciendo el indio.

Deshidratados, cansadísimos, tras un angustioso rato en que creímos que Michele había perdido su mochila con todos los documentos, emprendimos el camino de vuelta. Volvimos atravesando parte del palacio real (número 11).
Esta vez cocinaron los franceses, una tortilla muy rica con verduras y demás condimentos, y luego salimos a un pub que he indicado con el número 12. Había karaoke. Canté Blowin' in the Wind con Rocío, Josema y Michele; pero luego empecé a encontrarme mal (hiato) y volví al hotel. En el camino conocí a Olaf, un sueco de Linköping muy gracioso que hablaba español y con quien estuve charlando mucho tiempo; luego en el hotel estuve charlando mucho tiempo con un brasileño que tocaba en un grupo; y luego junto a la puerta de la habitación estuve charlando mucho tiempo con una amiga francesa con la que por más que hablemos nunca nos entenderemos. Fui a una habitación que no era la mía y me dormí.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Estocolmo (parte 2 de 4)

El martes amaneció nublado, pero no nevó durante todo el día, e incluso llegamos a ver el sol. Nos levantamos temprano para pasear por Estocolmo.
He dibujado con el paint un burdo plano de la ciudad con mi trayectoria durante este primer día.

Estocolmo está formado por una miríada de islas que están enganchadas entre sí por puentes. El hotelito (número 1) está en el Gamla Stan, que es el casco antiguo de Estocolmo. Fuimos bordeando el mar hasta el número 2, Strandvägen, una larga avenida con árboles altísimos a ambos lados cuyas sus copas forman un túnel. Todo estaba completamente cubierto de nieve. En el agua había yates y veleros. Cruzamos el puente que lleva a Djugården, y el número 3 indica dónde se escindió el nutrido grupo, porque es difícil mantener la cohesión en un grupo de dieciocho personas, todas ellas locas. Laura, Rocío y yo nos dimos un paseo por un jardín, completamente nevado y con unas vistas preciosas a la ciudad. Luego entramos al museo Vasa (número 4), donde estaba el resto del grupo.
El Vasa es un barco que se hundió hace cuatrocientos años en la costa de Estocolmo, como el Titanic. Hace sesenta años decidieron reflotarlo y restaurarlo, y está expuesto en el museo, rodeado de explicaciones de cómo era la sociedad sueca de la época, y de cómo lo reflotaron. Es un barco giganetsco, y verlo allí todo un espectáculo.
Salimos del Vasa, y el grupo iba tan lentísimo que Maite, Rocío y yo nos volvimos a escindir. Fuimos por un parquecito y entramos en una iglesia gótica (número 5) para visitarla. Por dentro era muy bonita, pero salimos escopetados cuando nos dimos cuenta de que acababa de haber un entierro y que el muerto estaba allí en persona.
El número 6 indica el bar donde comimos. Para entonces, de tanta nieve, tantos charcos, tanto hielo, tantos coches salpicando, teníamos los pies empapados y empezábamos a coger frío. Comí descalzo, con las zapatillas encima de la calefacción. La comida era sueca, buena y barata. Por siete euros, unos crepes de patata, beicon con mermelada, ensalada autoservicio, pan con mantequilla, bebida y café con leche. Buenísimo.
Salimos cuando empezaba a oscurecer. Atravesamos el Kungliga Humlegården (número 7), un parque enorme donde había muchos niños jugando con trineos. Las farolas se encendieron, dándole un toque cálido al ambiente. Maite y yo:

El número 8 es una calle con tiendas de dineriti, alfombra roja (porque tenía lugar un festival de cine), calorcito en las terrazas de los bares y una iluminación navideña de muy buen gusto. En particular me gustó un árbol de navidad con luces que “caían” como si fueran copos de nieve.
El número 9 es otro parque, el Kungsträdgården, más pequeño que el anterior pero con una pista de patinaje sobre hielo. Aquí presenciamos algunos porrazos importantes, y llamé por teléfono a papá y mamá y Celia, aunque Celia creo que estaba en Tarifa (aaaggghhhhh).
Seguimos andando. La calle Drotninggatan (número 10) es la calle más importante de Estocolmo. Peatonal, larguísima, llena de tiendas y bares. En el suelo hay, en toda su extensión, palabras plateadas que dicen algo; lo malo es que está en sueco y me quedé con la intriga.
Dimos media vuelta y volvimos a una plaza enorme (número 11) a la que hay que bajar por escaleras porque está en un nivel inferior al de la calle. Alrededor hay edificios de oficinas y centros comerciales, todo muy espectacular.
Volvimos al hotel, cansadísimos. Con Eva como jefa de cocina, se preparó un arroz con queso y jamón, que comimos entre todos. Michele contó una versión en español de Robin Hood (“Roberto Capucha”). Después unos pocos nos fuimos a dar un paseo por el Gamla Stan, un laberinto de callejuelas empedradas que me recordó a pueblecillos como Genalguacil. Como punto álgido de la noche, Rocío me atacó traicioneramente con una bola de nieve. Volvimos al hotel, donde había gente que se había tomado más de un chupito, y me fui a dormir. Estado de la mar: llana; temperatura: -6º.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Estocolmo (parte 1 de 4)

La idea de ir a Estocolmo la tuvieron los italianos, y luego se extendió a las delegaciones francesa y española. En total fuimos dieciséis personas (5 franceses, 4 italianos y 7 españoles; clasificados por género, 9 niñas y 7 niños; y clasificados por lugar de residencia, 11 korallens, 3 de la Blue Tower, y dos de un suburbio de Copenhague llamado Hvidovre).
La aventura comenzó el lunes. Pasaron muchas cosas, así que seré escueto para no aburrir al personal. Todos se marcharon a las cinco de la mañana para coger el avión a las ocho. Todos excepto Laura (una niña italiana graciosa y monísima) y yo, que cogeríamos el avión a las 16.10 porque nos salía más barato. En la estación de Trekroner nos encontramos a Carlos y Kepa, que nos dicen que para no quedarse muy solos en Korallen habían decidido ir unos días a Linköping a ver a unos amigos. Linköping está cerca de Estocolmo, así que cogerían el mismo avión que Laura y yo.
En Copenhague cogimos el metro hacia el aeropuerto. Nevaba. Hicimos el chequín. Me confiscaron una botella de agua en el control de seguridad. A falta de una hora para que saliera el avión, llegamos a la puerta de embarque. Aproveché para comprar un chocolate buenísimo libre de impuestos. Dos horas después, ni rastro del avión ni del chocolate. Laura fue a mirar unas pantallas distintas y vio que el vuelo había sido cancelado. Cunde el pánico. Todo el mundo corre a la oficina de transferencia de vuelos para pillar plaza en otro avión. Se nos dan dos opciones: 1) esperar a mañana a ver si hay suerte y podemos coger otro vuelo, y esta noche dormimos en un hotelito en Copenhague; 2) tener el dinero de vuelta y olvidarnos de Estocolmo. Carlos y Kepa confiesan que lo de Linköping era mentira, que en realidad iban a Estocolmo y querían dar una sorpresa al grupo. A ellos se les ocurre una tercera opción: ir a Estocolmo en un tren que sale a las seis de la tarde (cosa que a ellos les convenía por motivos económicos, pero no a Laura y a mí). Carlos y Kepa recuperan sus maletas y se van en el tren. Laura y yo llamamos a la compañía aérea pidiendo explicaciones. Todas nuestras operadoras están ocupadas, por favor espere. Laura y yo vamos a la oficina de la compañía. No se nos da ninguna solución, sólo un teléfono de contacto. Todas nuestras operadoras están ocupadas. Con desazón en nuestros corazones, nos dirigimos a la salida del aeropuerto, a ver si por lo menos el hotelito que se nos ha asignado en Copenhague tiene cinco estrellas. Al atravesar la terminal nos percatamos de que un mostrador de facturación de la compañía está abierto. Nos acercamos y le preguntamos al tipo (el mismo de antes) si hay sitio en el siguiente vuelo a Estocolmo. El tío nos dice que no podemos coger un avión que no sea el nuestro. Le digo que por favor consulte a ver si estamos en el sistema. El tipo nos busca en el sistema. Imprime dos billetes y Laura y yo nos llenamos de dicha. Llamo a Carlos y Kepa para comunicárselo, pero ya iban por Malmö. Volvemos a pasar por el mismo control de seguridad. Volvemos a ir a la misma puerta, nerviosos porque el vuelo podría ser igualmente cancelado en cualquier momento. A las ocho de la tarde embarcamos en un avión de aspecto cutrecillo, y un rato después despegamos. Hej-hej, København.
Dormimos durante prácticamente todo el viaje. El aterrizaje fue terrorífico, porque caía una nevada intensa. Toda la pista cubierta de nieve. No tengo ni pajolera idea de aviación, pero tengo la impresión de que no fue el aterrizaje más sencillo que ha hecho ese piloto.

El aeropuerto de Estocolmo está en un pueblo al norte que se llama Arlanda. Sacamos dinero sueco y cogimos un tren, el Arlanda Express, que en veinte minutos te lleva a Estocolmo, a doscientos kilómetros por hora. El paisaje exterior era absolutamente blanco (dentro de la negrura nocturna), pero había dejado de nevar. En un plano de la ciudad vimos que el hotel estaba relativamente cerca. Comimos una hamburguesa y empezamos a andar.
Eran sobre las once, o sea, noche cerrada; todoabsolutamentetodo tenía una espesa capa de nieve, e íbamos muy lentos porque las zapatillas de Laura no eran apropiadas y tenía que dar pasitos muy cortos para no resbalar. Y la ciudad me pareció magnífica, con muchos canales y puentes, y el horizonte lleno de torres, iglesias, palacetes y antenas de retransmisión.
Con nieve hasta en las orejas llegamos al hotel, donde sólo estaban los italianos porque los demás se habían ido a un bar. Aproveché para descansar un poco. Carlos y Kepa llegaron sobre medianoche, y me quedé con ellos en la puerta del hotel para dar una sorpresa a los demás. Cuando llegaron, y tras la sorpresa y la alegría, tuvo lugar una brutal batalla de bolas de nieve. Se comió nieve en abundancia, se contusionaron huesos, se traicionó, se enterró (o, mejor, en-nievó), etcétera. Muertos de cansacio entramos en el hotel y nos acostamos. Muy poquito después soñábamos con los angelitos.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Dejadme descansar

Acabo de llegar de Estoeselcolmo. Dejadme un par de días de escritura y de proyects, y os amenizaré (y/o/u/e atormentaré) con tres y/o/u/e cuatro posts sobre mi experiencia allí. 
De aperitivo os sirvo un par de fotos de algunos momentos álgidos de la excursión:


domingo, 23 de noviembre de 2008

Blanca, bonita y fría

Por fin. Ha llegado algo que todos llevábamos tiempo esperando: la nieve. Mientras escribo miro por la ventana, y si no fuera de noche y lo viera todo negrísimo, vería el campo todo cubierto de blanco.

El viernes por la mañana estaba en una reunión del proyecto en el Diamante Negro de Copenhague. A mediodía salí a tomar aire y vi cómo caían los primeros copos, finísimos, que desaparecían al tocar el suelo. Fue emocionante porque llevaba la semana entera esperando ese momento, mas esa nievecilla absurda no me acababa de convencer.
Más tarde me di una vuelta con Blai por los alrededores del aeropuerto, en busca de sitios para echar fotos interesantes a los aviones; y por la noche fuimos a un cine comodísimo a ver “Vicky Cristina Barcelona” por la dolorosa suma de 75 croner. Y cuando salimos de la sala... todo estaba nevado. Las mesas de los bares, las bicis, los bancos, las fuentes. Inmediatamente nos pusimos a hacer bolas y tirárnoslas. En este plan de hacer el indio recorrimos casi toda Strøget en dirección a la estación de Nørreport, donde cogí el tren hacia Trekroner. Para entonces volvía a nevar con fuerza, y el viaje en tren, viendo la nieve caer y cubrirlo absolutamente todo, fue una gozada.
Al llegar a Korallen había una Roman Party (no “Fiesta de Román” sino “Fiesta romana”). Me disfracé con una túnica, una espada de cartón y unas chanclas. Por supuesto, la Roman Party acabó convertida en una Snow Party en toda regla. Kilos y kilos de nieve fueron transportados desde el exterior hasta el interior de Korallen. Las cocinas y los pasillos, inundados (y a la mañana siguiente, asquerosos). Continuamos la guerra de nieve en el jardín de Korallen. Irene perdió sus llaves y las encontramos. Sobre las cinco de la mañana Christy terminó su segundo muñeco de nieve (el primero fue decapitado por algún gamberro mientras Christy buscaba una zanahoria para ponérsela de nariz). Nos fuimos a dormir exhaustos y felices, y alguno que otro incubando una pulmonía.
Ayer transcurrió tranquilamente. Me di un paseo por Trekroner enfundado en mi superabrigo nuevo. El sol brillaba, el paisaje estaba blanco y el lago pequeño, helado. Un par de veces estuve a punto de romperme la cabeza por el hielo. Pasé el día en Korallen, disfrutando del calorcito y mirando por la ventana porque cada hora que pasaba el aspecto del paisaje nevado cambiaba.
Hoy se me metió entre ceja y ceja ir de nuevo a Greve en bici, para ver si la playa estaba nevada, y para desintoxicarme de esta residencia maldita. Engatusé a Josema, Rocío y Pasquale, y a las una emprendimos el camino. El cielo se presentaba amigable y los cero grados no parecían tales. La playa, efectivamente, estaba nevada. Le pedimos a unos daneses que nos echaran unas fotos, nos tomamos unos cacahuetes y yo me lavé la cara en el mar. Sin dilación emprendimos el camino de vuelta, porque queríamos hacerlo de día para ir más relajados.
Infelices. Cayó sobre nosotros una nevada de mil demonios. La noche precoz nos sorprendió antes de llegar a Roskilde. El camino estaba totalmente cubierto de nieve. No se distinguía el carril bici de la carretera. Salpicaban los coches. Gafas empapadas. Sin farolas. Patinazos en el hielo, frenos inutilizados. Y, a pesar de lo pesadilloso, íbamos contentos; porque era una aventura increíble.
Llegamos agotados a Korallen. Ducha, lentejas, chocolante caliente. Ahora se ha organizado un concurso de muñecos de nieve, pero el plan no me acaba de convencer. He tragado suficiente nieve por hoy. Lo miraré por la ventana mientras me como unas galletas que se están cocinando por ahí.
Y mañana a las 16.10 cojo un avión hacia Estocolmo. Ya os contaré. Adiós.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Tema transversal: el proyecto

Acabamos de terminar una reunión los cinco miembros del grupo con David Mathieu, el supervisor. Voy a contar un poco qué es esto del proyecto, para las mentes perspicaces y puntillosas que puedan rondar este blog.
Este cuatrimestre he tenido tres asignaturas (no simultáneas sino sucesivas, cada una de ellas con su respectivo trabajito en grupo, las tres ya finiquitadas), y simultáneamente a todas ellas un proyecto (“el proyec”) que me convalidará por quince créditos ECTS. El proyecto no se lleva a cabo en clases, sino en reuniones de grupo o con el supervisor. El supervisor es aquél que va guiando al grupo, recomendando, opinando; pero nunca obliga a nada, porque el proyecto ha de ser llevado enteramente por el grupo. Somos: Blai, Cécile (una chica francesa distante y bella), Yan (niña china felicísima), el bueno de Gora (un chaval de Bangla Desh volcado las 24 horas del día en el proyecto) y yo (cada vez más greñudo).
Nuestro proyecto va sobre cómo podríamos crear una plataforma en internet para que los futuros erasmus en RUC sobrelleven mejor los primeros días (cómo encontrar alojamiento o dónde comprar el papel higiénico, por ejemplo). Hemos de escribir introducción, teorías, hacer entrevistas, analizar datos, obtener conclusiones, hacer una portada bonita, etc.
La dinámica del trabajo en grupo es la siguiente: cada día al despertar tenemos como unos quince e-mails nuevos de Gora, con teorías, tablas, definiciones y lecturas recomendadas. Quedamos dos o tres veces a la semana, avanzamos un poco y aclaramos las cosas. Al llegar a casa, sin embargo, descubrimos que las cosas siguen igual de turbias, y así hasta la mañana siguiente. Vivimos, pues, es un estado de continua tensión.
El proyecto (de 45 a 60 páginas) ha de ser entregado el 5 de diciembre. Para que os hagáis una idea de cómo lo llevamos, aún no hemos hecho las entrevistas, y David nos recomendó hacer seis. Luego tenemos un par de semanas para prepararnos, de manera individual, una presentación sobre una parte del proyecto en particular. El 18 de diciembre es cuando realmente nos jugamos el cuello, pues es el examen oral. Tenemos que exponer nuestra presentación ante dos examinadores y luego someternos a sus inquisitivas preguntas.
La reunión de hoy ha sido cordial y un poco soporífera, y ha servido para que nos demos cuenta del poco tiempo que nos queda. Sin contar el almuerzo cantinero, me ha dado para dos cafés, dos onzas de chocolate y un gajo de mandarina. Yo tenía una ventana justo enfrente, y veía una pradera y la lluvia caer; y en la lejanía, como elemento surrealista clavado en la llanura, un molino. Los que me conozcáis sabéis que no solo es un elemento surrealista: también es un elemento desconcentrador que te rilas.
A propósito, la universidad ha cambiado su nombre. Antes era Roskilde Universitetscenter, pero era tan difícil de pronunciar que lo han cambiado por Roskilde Universitet. Eso sí, yo voy a seguir llamándola RUC, porque ya está escrito así en mi subsconciente. La noticia en danés en http://epn.dk/erhverv_samfund/article1517606.ece

martes, 18 de noviembre de 2008

El Coral

Korallen está cerca de la universidad y lejos de todo lo demás, en medio del campo, al final de Trekroner Forskerpark.
Korallen tiene forma de Π, con una de las alas un poco más larga que la otra y un patio en medio con manzanos.
Korallen tiene tres plantas, cuatro escaleras, un ascensor, doce cocinas comunes con un balcón en cada una, un sótano tenebroso, una azotea prohibida, un precio prohibitivo, y 108 habitaciones.

- KORALLEN, PLANTA BAJA -

Por fuera Korallen está hecho de ladrillo y cristal, y por dentro de madera y hormigón. Los primeros días había botes con tizas para pintar las paredes, pero las tizas desaparecieron.
Gran parte de la vida social en Korallen transcurre en las cocinas. Aunque en el cutreplano no se aprecie, hay cocinas grandes, como la mía, y cocinas pequeñas, como la spanish kitchen. Las grandes son frías y destartaladas, apropiadas para fiestas y desfases; en las pequeñas hay sofás, teles del año de la pera, e incluso armaritos y lámparas; cocinas ideales para cenas de amigos o para relajarse mirando la lluvia caer.
Las cocinas a veces están limpias, a veces sucias y a veces asquerosas. Es entonces cuando hay que ponerse manos a la obra, a fregar sartenes, apilar sillas y mesas, barrer el suelo, vaciar las neveras de comida estropeada, sacar la consecuente basura y poner el lavavajillas. Pero por lo general se está a gusto en la cocina, con una buena cena cocinada entre unos pocos y por todos compartida; unas velitas encendidas y una sobremesa que se prolonga y prolonga...
También se vive en los pasillos. Es divertido cómo la gente va personalizando las puertas de las habitaciones (propias y ajenas). Hay un par de pasillos acristalados, y cuando andas por la noche por ellos y se encienden automáticamente las luces a tu paso, todo el mundo puede verte. Generalmente los pasillos están vacíos, a excepción de cubos y fregonas, una silla cada cierto trecho, y algunos zapatos o alguna bicicleta. Durante las fiestas, los pasillos son zonas muy socorridas, para escapar del gentío y del ruido. Pero a las fiestas y a lo que las rodea (tema transversal, como puntualizó Eleuterio) ya les dedicaré todo un post (o dos, que el tema tiene enjundia).
He de añadir que todo Korallen (habitaciones, pasillos, cocinas) tiene un sistema de alarmas contra el fuego que se activa a la mínima, y una calefacción fenómena.
Respecto a la azotea, un día subimos y Janitor nos pilló y nos regañó duramente (creo que ya os he hablado alguna vez de Henning Skov, alias “Janitor”, el conserje: habla un dialecto anglodanés incomprensible, y aunque se enfade siempre saluda con una sonrisa bonachona). Respecto al sótano, es un pasillo infernal inundado de negrura, plagado de arañas vivas y ranas muertas. En Halloween bajé a enseñárselo varias veces a la gente con sólo una vela como iluminación; y Josema, conpinchado conmigo, esperaba agazapado en la oscuridad para asustar a las niñas.
He tardado mucho en hablaros de Korallen; pero es que no es fácil describirlo, porque Korallen es algo más que todo lo que vengo contando (atención que me pongo melosillo): Korallen es un Gran Hermano sin cámaras, una comunidad, una secta, una familia enorme.
En este sentido no es fácil describir al Coral y no creo que nunca consiga hacerlo, pues sólo Korallen podría describirse a sí mismo.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Greve

Ayer teníamos pensado levantarnos a las diez para ir en bici a Holbæk, un pueblo a unos veinte kilómetros al oeste de Roskilde. Compraríamos cosas en el Fakta, haríamos un picnic y nos echaríamos fotos a la orilla del fiordo. Por supuesto, todo este bucólico plan se desmorona cuando nos despertamos, resacosillos, a las dos de la tarde.
De todas maneras, el clima no era del todo malo, así que sobre las tres llené la mochila de ropa seca y cogí la bici en dirección a Greve, un pueblo a once kilómetros al sur que tiene playa en el mar báltico (Østersøen). Mis compañeros de excursión decidieron quedarse estudiando, y por eso dejamos lo de Holbæk para otro día.
El camino no se me hizo muy largo. Era una carretera con el suelo lleno de hojas húmedas que atravesaba praderas y granjas. Poco tráfico y no mucho frío. Sin embargo, dos cosas me dieron mala espina: 1) un trecho del camino era sin carril bici; 2) la carretera no tenía farolas. Empecé a preocuparme sobre la vuelta, porque sabía que la haría enteramente de noche. Ya pensaría algo.
A las afueras de Greve le pregunté a una señoritinga que iba en bici cómo llegar a la playa; y ella resultó vivir a sólo 500 metros de la orilla y se ofreció amablemente a llevarme. Fui charlando con ella, me enseñó las dos partes de Greve (la antigua y la moderna), me preguntó si hablaba alemán porque su inglés no era muy bueno, me dijo que venía de montar a caballo y que su hijo había estado en Madrid el pasado septiembre en un congreso de arquitectura.
Llegué a la playa. Fue muy emocionante porque me recordó a los Pinos: extensa, con su bosquecillo detrás, relajantísima. Había muchas algas. Cogí la muestra pertinente de arena. Para cuando empecé el camino de vuelta era noche cerrada, y no me apetecía volver por el mismo camino. Y entonces veo una indicación que dice: “København 22”, y, sin pensármelo dos veces, encamino mi bici hacia Copenhague.
Este trayecto fue una locura. La carretera iba recta hacia la capital, pero de repente gira hacia el norte, y me perdí. Atravesé pueblos y bosques, zonas residenciales, un campito enbarrado, plazuelas, puentes, túneles, y hasta subí unas escaleras. Finalmente reconocí Roskildevej, que es una de las carreteras de entrada a Copenhague; y sobre las ocho, exhausto y sudoroso, llegué a la estación central.
Engullí un perrito caliente y me di un paseo por las calles circundantes a Strøget. En una plaza había un mercadillo con muchos puestos, cada uno con productos típicos de algún país europeo (con la típica “paëlla” española). Merendé a base de las muestras gratuitas; pero al llegar a un puesto con unos trozos de turrón que harían palidecer a la mismísima Felia, mi contención se desbordó, y me gasté 40 coronas.
Volví a la estación central (donde me preguntaron varias veces cómo llegar a tal sitio o cómo comprar tal billete), y cuando llegué a Korallen, hastiado y sucio, me duché, cené revuelto de champiñones, charlé con Dalia, estuve con el ordenador, y me acosté.

sábado, 15 de noviembre de 2008

La semana de la garganta dolorida

Hola. Llevo varios días ausente, pero no es para menos. Toda esta semana he estado enclaustrado en Korallen, no he ido a Copenhague, no he ido a la biblioteca ni a la cantina, no he hecho nada sino deambular por la residencia en zapatillas de casa. He tenido un dolor de garganta que sólo he conseguido apaciguar mediante la ingesta de antibióticos, eferalganes y vitaminas.
La causa más probable de mi mal es que el domingo pasado estuve en Copenhague por la tarde, y nada más llegar – fui en coche con Irene y unos amigos que han venido de España a visitarla – nos cayó una tromba de agua increíble. Pasé el resto de la tarde por las calles de Christiania, con los pies mojados y la terrible certeza de que me pondría malo.
Nada interesante, pues, ha tenido lugar. Las temperaturas, que rozaban el cero hace dos o tres semanas, ahora son relativamente altas (11,5º; velocidad del viento: 8,2 m/s; estado del fiordo: no sé, no lo he visto): se acabó lo de helar por las mañanas. Eso sí, se nota mucho lo pronto que anochece. Cualquier día que despierte tarde después de una fiesta, no veré la luz del sol; creeré que sigue siendo la misma noche y seguiré de fiesta, entrando así en un bucle de consecuencias imprevisibles.
Para más inri, Korallen (la foto es de hace dos meses) está muy vacío. De manera paulatina, a lo largo de esta semana se ha ido marchando mucha gente (todos los españoles y Christy a Berlín, Amsterdam y Groningen; y Shannon se ha ido a Madrid), y eso se nota en la tranquilidad de las noches, en la limpieza de las cocinas por la mañana, y en el silencio de los pasillos. A la tranquilidad también ha contribuido el que mucha gente haya estado de exámenes.

Ayer por la mañana fui a Roskilde para comprar unos billetes de tren. Paradójicamente, no pagué el tren hacia Roskilde, y el trayecto, que son sólo cinco minutos, se me hicieron eternos (a Fer también, que los pasó escondido en el servicio).
Por la noche hubo una fiestuqui con ambientación psicodélica organizada por las niñas estadounidenses, pero no fui. Bastante psicodelia estaba yo ya sufriendo por culpa de los antibióticos como para acercarme. De hecho, me acerqué; pero a los cinco minutos de música psicodélica me mareé y tuve que salir a jugar al tres en raya con María Picatoste – a la que gano jugando al futbolín –. Luego me reconcilié con otra niña con la que mantengo una tormentosa amistad.
Hoy he estado toda la tarde trabajando en el proyecto. Cené patatas asadas con hierbas que preparó Alessandro, y luego, a medianoche, se nos ocurrió a unos cuantos ir a Roskilde en bici a jugar al futbolín. Y allá que vamos, la mar de contentos. Jugamos muchas partidas (equipos: Picatoste & Andreas; Pasquale & Marianne; Michele & Yo); y a la salida del garito descubrimos que a Michele le habían robado su bici robada.
Nos disponíamos a hacer la vuelta a pie como gesto de solidaridad cuando nos encontramos a unos daneses con la bici enajenada. Educadamente se la pedimos, y todo se saldó con un apretón de manos. La bici presentaba algunos desperfectos (guardabarros descompuestos, patilla arrancada, cadena salida, malas puñalás les den), pero ninguno letal. Ayudé a poner la cadena y, felices y con la cesta de la bici llena de latas vacías encontradas en la calle, llegamos a Korallen. Michele ha bautizado ahora a su bici. Se llama “Heroica”.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Pasquale y Michele

El domingo fui con mi bicicleta nueva desde Trekroner hasta Copenhague. Siempre por el carril bici, fue un paseo feo al principio – todo el rato en autopista – y emocionante al final – de repente un cambio de rasante, y aparece Copenhague ante tí -. Fueron dos horas y media de viaje maomeno, y no fui solo, sino con parte de la delegación italiana de Korallen: Paolo, Pasquale y Michele. Ésta es una buena ocasión para hablaros un poco de los dos últimos.
Pasquale y Michele son las personas con las que más tiempo estoy pasando en Dinamarca. Son sencillos, transparentes (no en el significado estricto de la palabra) y buenos, pero de maneras muy distintas.
Pasquale es un alma triste. Siempre está atormentado por problemas. El inglés, los exámenes, no tener nada en la despensa, sentarle mal lo que se toma en una fiesta, las niñas. Sin ir más lejos, nada más llegar a Copenhague se le pinchó la bici, que para más inri no era suya. Sin embargo, encaja bien los duros reveses del destino: “I am lucky in the unlucky” (“soy afortunado en la desgracia”), dijo, y es que se le pinchó al llegar y no a medio camino.
En la otra cara de la moneda, es un hacha jugando al futbolín (la cara de satisfacción que tengo en la foto es más por el café que por los palizones que me da), su fiesta de cumpleaños fue genial, y es muy detalloso (de los que llevan a una chica a la ópera).

Michele es puro optimismo. Por la calle saluda a las niñas danesas con gracia, canta ópera a voz en pecho, es temerario con la bici, duerme con la puerta del cuarto abierta y la llave colgando por fuera, toca la trompeta en la banda de su pueblo, y está enamorado de la sirenita. Siempre hace que la gente a su alrededor esté contenta. Me río mucho cuando grita NO con todas sus fuerzas, desgarrándose la garganta, como cuando se dio cuenta de que llevaba la cámara sin la tarjeta de memoria.
Muchas veces desayunamos juntos en su cuarto (yo llevo la sandwichera y el pan), y lo último que suelo hacer cada día es pasar por allí para charlar un poco y controlar la rumorología coralinera. Como él dice, y debido a la enorme afluencia de gente, su cuarto es el ágora de Korallen.
Michele tiene novia, trabaja en la heladería de su padre y estudia economía. Lleva cuentas de absolutamente todos los gastos que hace, tiene una memoria prodigiosa para recordar precios (desde pasteles hasta billetes de avión), y un ojo de halcón para encontrar latas vacías que canjeará por coronas. Su mayor temor es que irrumpan en su cuartito anexo (una cubículo junto a cada habitación) y le roben las cientos de latas y botellas que ahí guarda.

Los dos viven en mi pasillo. Solemos cenar juntos y compartir la comida. Es muy divertido oírles hablar sobre política o sobre ciudades italianas. A Pasquale le encanta Roma, y Michele a veces dice que Padua es mejor. Entonces los dos empiezan a soltar palabrotas en italiano (área en la que experimento progresos, “cazzo”, “fanculo”, “porca troia”) hasta que Pasquale decide dejar la discusión. A pesar de esto se llevan como hermanos, el pesimismo de uno y el optimismo del otro hacen que todo sea muy equilibrado, y siempre es agradable estar con ellos.

p.d. Cuando llegamos a Copenhague atamos las bicis en la estación central y nos dimos un paseo larguísimo. Cerca del Diamante Negro me encontré con unos españoles, que resultaron ser erasmus de Oslo, que resultaron vivir en Kringsjå, que resultaron conocer al Chesco, y que nos conocían como “los cinco locos que durmieron en la habitación del Chesco”. El mundo es un pañuelo. Y luego, al llegar a mi habitación, todavía no me había quitado ni el chaquetón cuando vi, como si fuera una exhalación, un ratoncillo correr desde una punta del cuarto hasta debajo de la nevera. Lo busqué sin éxito. Por ahí andará el joputa.

Oda al amor interrumpido

Te habías caído al suelo en Østbanegade,
te ayudé a levantarte, y desde el primer momento
encajaron nuestras almas enamoradas;
llegamos a København Hovedbanegård sin aliento.

Todo era hermoso,
tu piel dorada y tu voz de timbre,
los paseos contigo al lago y al Amager,
y aquel día precioso en la playa de Roskilde.

Mas, ¡ay!, todo era tan peligroso,
tan inestable, tan a trompicones;
tan bonitos los paisajes
para sólo ver los escalones.

Ayer, perdóname, no dudé en dejarte por otra:
la ví sola en la Israelspladsen
y pasé la noche sobre ella en Copenhague;
ahora todo es dulce, todo es suave.

Te quise todo lo que te pude querer,
pero ahora puede que te quiera más Pasquale D'Agostino,
o cualquiera que te encuentre al borde de un camino;
y si abandonarte resulta ser un error, querida bici dorada...
siempre nos quedará el Amager.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Tensión en el Diamante Negro

Ayer fui a Copenhague a trabajabr para el proyecto con mis compañeros de grupo. La cita era en el Diamante Negro (the Black Diamond, den Sorte Diamant), la ampliación moderna de la Biblioteca Real de Copenhague. Es un edificio impresionante. Ya lo había visitado antes, pero no encontré sitio en este variopinto blog para describirlo. Ahora, dejadme que me recree.

Es un edificio con toda su fachada cubierta de mármol negro brillante (de ahí el nombre). Geométricamente, está formado por dos cubos torcidos hacia adelante y hacia los lados, y entre ambos cubos se abre un atrio de ocho plantas, con paredes blancas que describen curvas, balcones en cada piso, y pasillos voladizos de cubo a cubo. En cada planta se ven cientos de estanterías con libros y gente estudiando. Y la gran ventana del atrio da a un canal, y al otro lado las casas de lujo de Christianshavn.
La reunión fue, hay que decirlo, algo tensa. Nos está costando bastante avanzar, tanto por la dejadez de unos como por el perfeccionismo de otros. Hubo momentos álgidos (“¡... deja hablar a los demás!”), pero conseguimos mantener la cordura.
La reunión acabó al caer la noche (sobre las 16.30), y fui con Blai a pasear por el centro de la ciudad. Entramos en una librería y en la cinemateca, donde, a propósito, tienen a von Trier algo olvidado. Nos tomamos un café, una muffin y un batido de fresa en una cafetería buenísima, recostados en unos sofás. Vi una tienda tintinera, donde todo era exageradamente caro; pero poner los dientes largos tiene un precio...
Dimos un paseo bordeando tres de los cuatro lagos que separan el centro de los barrios Nørrebro y Østerbro, y, cansadísimos (pues es una caminata considerable), fuimos a casa de Blai, en el barrio de los tiroteos. A propósito, a lo mejor en el segundo cuatrimestre me mudo allí, porque él se vuelve a España y deja una plaza vacante.
Cenamos arroz picante, y luego estuvimos charlando inmersos en la mayor tranquilidad (proporcionada por la certeza de la no-fiesta), y fuimos a dormir, yo al cuarto de Blai y él al de su compañero de piso, Jesper, que está en Suecia.
La noche fue tranquila, sin tiroteos. Amaneció lloviendo. Fuimos a comprar al Fakta de la esquina, luego me dirigí de nuevo – esta vez solo, bajo un aguacero infernal – al Diamante Negro; y allí me compré un libro. Se titula “Jeg er bevæbnet og har tømmermænd”, que quiere decir “Estoy armado y resacoso”, y es una recopilación de cartas que contienen amenazas de muerte. Está en danés, pero me parece una manera graciosa de aprender un poco del idioma.
Tras gastarme 150 coronas en el libro, deambulé un poco por la Black Diamond, luego fui a la estación central y cogí el tren para Trekroner.
Ahora me espera un cumpleaños en la Blue Tower. A ver qué tal va la cosa, espero no salir muy malherido.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Cena de elecciones

El martes fue la elections party. A falta de una fiesta se hicieron dos, una eminentemente americana y otra más europea; pero ambas muy sosegadas y tranquilas, para compensar la Monday Party pasada (a la que me referiré más adelante). Bueno, al menos la europea lo fue; más una cena de amigos que una fiesta.
Hay dos tipos de cocina común en Korallen, grandes o pequeñas. La fiesta europea tuvo lugar en la cocina pequeña de mi pasillo, que es más acogedora que la grande, con sofá y tele.
Por la tarde, con la puerta de la habitación abierta, Christy empezó a preparar galletas de chocolate y chili con carne. Yo fui a darme un voltio por el lago, y a la vuelta me gasté cien coronas en los ingredientes necesarios para un revuelto de espinacas – a excepción de los huevos, que ya los ratearía -.
Al llegar a Korallen ya había ambientillo. Una cantidad industrial de chili con carne había sido preparada, en el horno se asaban patatas, la tele hablaba – en inglés – sobre las elecciones, y Shannon se había pintado en la cara las barras y estrellas.
Preparé mi super-revuelto con un kilo de espinacas y ocho huevos. Irene empezó a preparar su tradicional cuscús de verduras. Paula apareció con pollo al curry. Por su parte, los italianos se cocinaron pollo a la plancha. La densidad de población de la cocina era sorprendente.

Llegó la hora de sentarnos a la mesa. Se encendieron velas. Qué buen rollo macho. Por supuesto, no había suficiente espacio para todos: hubo quien comió con el plato en sus rodillas, hubo quien comió de pie. Como en Korallen faltan siempre vasos (paradójicamente, dado que lo que más se hace es beber), bebíamos el agua en cuencos de plástico. La comida, buenísima sin excepciones. Una danesa nos preguntó que cómo era posible que cocinásemos tan bien (seré honrado y diré que no probó mi revuelto porque no le gustan las espinacas porque su madre de pequeña la obligaba cada día a comerlas).
Conforme se cerraban las urnas, Christy (la única americana de la sección europea) estaba más y más emocionada. Terminamos la cena, recogimos los platos y nos dispersamos. Yo me acoplé en el sofá durante un largo rato. Cuando las galletas de chocolate salieron del horno esto se convirtió en un problema, puesto que si me levantaba a por una perdería mi hueco en el sofá.
Acabó la fiesta, charlamos un rato en el cuarto de Christy, y me retiré a mi habitación a meditar. Fui a poner la secadora, y pude apreciar jaleíllo procedente de dos fiestas (los americanos, cada vez más entusiasmados, que aplaudían y vitoreaban cada vez que se anunciaba el recuento en un estado; y un fiestón de música electrónica que se montaron los daneses en otra cocina, con muy poca previsión, he de decir, pues después de la monday party la gente no estaba para mucha marcha, y fue un poco de fracaso). Yo decidí, sin embargo, seguir en mi retiro, para recuperar mente y cuerpo.
Los resultados salieron sobre las 5.30 de la madrugada. Yo no me enteré de nada. Pero los americanos lo intentaron. Como venganza por lo sucedido en las últimas fiestas, la del lunes en particular (Inciso. La Monday Party pasada fue el clímax de las fiestas, la cima de la montaña, una exageración de algo ya de por sí exagerado. También llamada la Sofa Party, fue el punto de inflexión que condujo al Cisma de Korallen; demasiado caos y destrucción...); como venganza, venía diciendo, los estadounidenses apilaron sillas en las puertas, golpearon ventanas y cantaron su himno a viva voz.
Ahora Korallen está en paz, y los estadounidenses también.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Shannon y Christy

Shannon y Christy son un buen contrapunto a Carlos y Kepa. También les gusta mucho la fiesta – de hecho, Christy lleva implícita una copa de vino en la mano -, pero son muy tranquilas, cariñosas y delicadas. Son de la Universidad de Seattle, EEUU, estudian encuentros culturales, y fueron mis primeras amigas en Korallen.

A Shannon (a la derecha) la recordaréis porque me acogió en su habitación la temporada que fui un sintecho. Shannon siempre está dispuesta a ayudar a los necesitados: hace sopa para los que caen enfermos, deja su habitación a quien necesita cobijo, presta sus herramientas para la bici, el candado e incluso la bici a quien lo necesita, corrige las redacciones en inglés..., y no sólo eso: nos envía postales a todo Korallen cuando se va de viaje, hace tarta de manzana de vez en cuando, y organiza fiestas de cumpleaños. Su afición principal es hacer punto, y el año que viene quiere ir a España a estudiar. En su puerta ha puesto un cartel, “¡Kepa! ¡Tu puta madre!”, pues en Korallen está aprendiendo, gracias a la delegación española, lo más básico de nuestro idioma.
(Nota: Shannon y yo nos llevamos excepcionalmente bien pero pensamos de manera muy distinta, motivo por el que a veces nos peleamos con consecuencias apocalípticas).
Christy (a la izquierda en la foto) también está aprendiendo español. Estuvo en Barcelona y Málaga hace unas semanas, y a la vuelta puso en su puerta una postal con dos muñequitos que conversan: “¿cómo te lo has pasado en España?”, “¡muy bien!, me encanta España!”. Ella vive en mi pasillo. A veces, al pasar por su puerta abierta, la veo cocinando, y no puedo evitar quitarle de la sartén un trozo de carne o verdura. Christy es muy hogareña. Tiene la habitación bien decorada, y para cenar se pone en su mesita con la vajilla buena, la servilleta doblada, la botella de vino en medio, musiquita suave en el ordenador, y un par de velas para dar ambiente... “Es mi restaurante”, dice. Joler, qué envidia (que no endivia).
Christy siempre está sonriendo. Por la mañana en pijama, por la noche disfrazada de bruja en las fiestas temáticas, o cuando está cantando en el karaoke en Roskilde: siempre sonríe con un toque pícaro muy gracioso. Quizás el vino permanente tenga algo que ver, mas no me malinterpretéis: sencillamente, es una persona alegre.
Ahora las dos están muy excitadas porque queda poco para las elecciones en EEUU. Van a hacer una elections party en Korallen el día en cuestión. Y, como último dato, las dos fueron hace una semana a una manifestación a las afueras de Copenhague para reclamar que se cierre una especie de gueto para los inmigrantes, donde vive mucha gente en muy malas condiciones, cercados por una verja; y las dos acabaron gaseadas por la policía. Qué manera más truculenta de acabar el post, macho.

sábado, 1 de noviembre de 2008

El miércoles en Amager

El miércoles fui a Copenhague. Michele llegaba de Italia a las dos de la tarde y yo iba a ir a recogerle al aeropuerto; pero decidí ir antes para recorrer los parques de la ciudad en bici. Me bajé en la estación central (gooooogle maps), y el primero fue el Ørsteds Parken, muy bonito; luego entré en el Botanisk Have, el jardín botánico. Después de recibir una reprimenda del guarda porque no se podía entrar en bici, me lo recorrí de arriba a abajo. Muchas plantas (una apreciación un tanto absurda, tratándose de un parque botánico). Hay un invernadero muy bonito con las paredes de cristal, y una temperatura de 20º (en el exterior hacía 5º) que lo hacía un sitio agradable, con la pega del empañamiento de gafas.
Se me hacía tarde. Atravesé todo el centro de Copenhague sorteando coches y camiones, crucé un par de puentes, y entré en Amager, donde está el aeropuerto. Amager es una isla al sur de Copenhague que también forma parte de la ciudad. Es un barrio algo más pobre, con tiendas baratas y panaderías de olores deliciosos.
Tras cuarenta minutos de bici, llegué al aeropuerto. Aparqué la bici en el parking y fui a recibir a Michele. Parecerá algo meloso decir esto, pero volver a pisar lo primero que pisé de Dinamarca, volver a ver lo primero que vi, me resultó bastante emocionante.
Llegó Michele, al que recibí con un cartel cutrísimo, hecho con una servilleta y un palo, en que ponía “MARCONI”, que es su apellido. Iba a comprar una bandera de Italia, y estuve en una tiendecilla viendo muchas; menos mal que no lo hice porque le iba a comprar la de Mexico.
Nos tomamos en el aeropuerto una cocacola gigante y un sandwich miserable, y luego Michele cogió el tren hacia la estación central de Copenhague, y yo fui a por mi bici. Mientras le quitaba el candado, me di cuenta de que entre las cientos de bicis de mi alrededor había muchísimas sin candado. Hay que ver cómo es el ser humano, o cómo soy yo, que incluso teniendo bici tuve la necesidad imperante de coger alguna. Mientras atravesaba Amager de vuelta tuve por fin una iluminación: cogeré una bici y la dejaré en Copenhague. Así tendré dos bicis, una en Roskilde y otra en Copenhague, y así me ahorraré las 24 coronas que cuesta llevarla en el tren.

Me reencontré con Michele. Mientras esperábamos a Rocío nos dimos una ronda por el parking de bicis de la estación central, y cuando llegó Rocío se nos ocurrió la genial idea de ir andando a la sirenita, que está en el quinto pino.
Llegamos de noche, hastiados y cansadísimos, después de haber visto un museo de esculturas horribles y de comer manzanas en un bar pijillo frente a un canal; nos hicimos un par de fotos abusando de la lille havfrue, y luego de vuelta a la estación central. Cenamos en un mejicano muy bueno en Strøget, cuya carta tenía los nombres de los platos en español (taco, tortilla, fajita), y al lado su transcripción fonética en danés, lo cual era bastante curioso (takå, tårtija, faheeta).
La gente tenía pensado salir en Copenhague, pero yo, que llevaba todo el día de la ceca a la meca, les mandé a tomar viento y volví a Korallen. Estuve un largo rato charlando con Dalia, que es una amiga iraquí a la que quiero muchísimo, y me fui a dormir.

p.d. El resto de la semana transcurrió entre la biblioteca, la cantina y los futbolines. El jueves, karaoke en Roskilde. Sorprendentemente, no he caído afónico. El viernes, oséase ayer, Halloween en Korallen. Muchos disfraces que daban miedo, y muchas situaciones que daban miedo también. Me acosté siendo ya de día, haciendo fuera dos grados bajo cero y estando todo el paisaje blanco por el hielo.

viernes, 31 de octubre de 2008

Carlos y Kepa

Noto que hay demanda de posts acerca de la gente que estoy conociendo aquí, y menos paisajes ni hostias. Esto me pone en un brete; pero es la audiencia la que manda, y por suerte aún no me he forjado ningún enemigo serio que pudiera demandarme por volcar opiniones sobre él/ella en el blog. Empiezo por, probablemente, dos de los personajes más peculiares con los que me he topado aquí.
[Desde el cariño].
Carlos y Kepa fueron los primeros españoles que conocí en Korallen. Estudian en Madrid, y ya se conocían desde hace tiempo. Su estancia en Dinamarca es de sólo cuatro meses. Ambos tienen novia, muy a pesar de algunas erasmusas que quieren hacerles “cross the line”.
Su sentido del humor es satírico, cruel y muy divertido. Generalmente dicen lo que piensan, o sencillamente lo que más gracia haga, como “esta comida está malísima” o “no me estoy enterando de ni una palabra de lo que me está contando”. Cuando notan que algo se les va de las manos (generalmente en el transcurso de alguna fiesta) golpean las paredes con la palma de la mano abierta, con fuerza, como si quisieran destruírla. También es ésta su manera de llamar a la puerta, lo cual a veces sobresalta un poco a aquél a quien buscan.
Una de sus aficiones más notorias es clavar cuchillos de veinte centímetros de largo en las paredes de las habitaciones de la gente, especialmente en la de María. Otra afición es gastar bromas. Por ejemplo, apilar sillas y mesas sobre las puertas de las habitaciones (en la mía), soplar pimienta a los ojos de la gente o quemar la planta de los pies de alguien que duerme. Cabe decir que Kepa ya sufrió su reprimenda: unas personas anónimas pusieron colorante para la paella en el tubo de su ducha. Ahora es más rubio. Toda esta cadena de sucesos es la que se denomina Guerra de Korallen, que empezó oficialmente hace un par de lunes (siempre recordaré a Kepa diciéndome, muy serio, “la Guerra ha comenzado”).
Los días de la fiebre de bicicletas eran conocidos porque tenían muchísimas bicis; les habían costado bastantes coronas arreglarlas, y luego tuvieron problemas para amortizar los gastos. Otra anotación interesante es que Carlos viaja gratis con Iberia porque su padre trabajaba allí. (A propósito, el martes me compré el billete de vuelta para la navidad, y el miércoles la compañía aérea, Sterling, se declaró en bancarrota. Qué cosas).
Con ellos te puedes ir a dar paseos con la bici, a jugar al fútbol, de visita a Cristiania y de fiesta en cualquier momento. Si queréis conocerlos, tendréis más posibilidades de encontrarlos en la spanish kitchen que en la biblioteca. Y ahí estarán, dispuestos a sorprender (y quizás a ultrajar) a cualquier visitante que venga a Korallen.

- KEPA EN LA SPANISH KITCHEN -

- CARLOS (IZDA) Y MICHELE (DCHA) EL DÍA QUE FUIMOS A LA PLAYA -

lunes, 27 de octubre de 2008

El camino hacia la estación de Trekroner

Salgo de mi habitación. Al atravesar mi cocina saludo a Renaud, que no sé cómo me las apaño pero siempre me lo encuentro cocinando. Luego paso por la spanish kitchen para saludar a los coralineros españoles. Salgo de Korallen saltando por el balcón, y enfilo Trekroner Forsferpark. Es una calle larga y ancha, con aceras amplias y dos tipos de farolas, altas de luz blanca y a ras del suelo de luz amarilla, que de noche le dan un toque muy bonito. A ambos lados hay matorrales, donde la fauna es caracoles, pájaros y liebres.
A la izquierda hay unos edificios que conforman el CAT (center for avanceret teknologi), algo así como el emaití de Boston. Tienen sus oficinas y sus fuentecitas, pero poco ambientillo. A la derecha está RUC, pero los árboles nos la ocultan. Al poco aparece el primer edificio, beige y con muchas ventanas. Debe ser algo de física o tecnología, porque por las ventanas se ven aparatos ultramodernos, brazos electrónicos, balanzas, tubos y cables, ordenadores, probetas y, ¿quién sabe?, quizás hasta aceleradores de partículas (esto me lo he sacado de la manga).
Cuando este edificio acaba, paso junto al arco que conforma la entrada principal de RUC, pero sin cruzarlo (pues de otra manera entraría en RUC). Me acerco un minuto a mirar las pantallas informativas. Temperatura: 9,3º; viento: 3,8 m/s; estado del fiordo: rizado.
Continuo todo recto por Trekroner Forskerpark. El arco une el primer edificio con la biblioteca, otra construcción imponente, también beige y con ventanales grandes. A la izquierda, el CAT deja paso a una serie de residencias para estudiantes, una tiendecilla y consultas médicas. Enfrente, el lago.
Para evitar zambullirnos en el lago, la Trekroner Forskerpark gira a la izquierda. En mitad del camino hay un puestecillo turco donde comprar kebabs y perritos calientes. El dependiente es buena gente, y un día que me faltaban dos coronas no le importó.
Seguimos girando a la izquierda y subiendo una leve pendiente. Dejamos el lago a nuestra espalda. A ambos lados está la residencia Rockwool. La parte de la derecha es la denominada Blue Tower. Sus habitantes dicen que no les gusta Korallen, pero más bien que se lo pasan en nuestras fiestas. Aquí viven mi amiga Marianne y mi enemiga Picatoste. Esta residencia tiene jardincitos para los momentos de distensión.
A continuación se cruza un puente de formas geométricas sobre la carretera que lleva a Roskilde. Luego hay que andar unos cien metros por un camino sin farolas que cruza un descampado siniestro. A pesar de lo lúgubre, es fácil encontrar aquí latas y botellas vacías, que podemos canjear luego en el Fakta por coronas.
Hablando del Fakta, lo tenemos justo delante. El camino siniestro acaba en una placita destartalada con muchas bicis aparcadas. A la izquierda está el edificio del Fakta, que también aloja un par de tiendas de ropa. A la derecha está el edificio del Super Brugsen (con dependientas más guapas que el Fakta, pero más caro) y el banco donde hay que pagar Korallen. Al frente de esta placita hay una zona con cientos de bicicletas. Las hay de todos los colores y tamaños, abandonadas y sin abandonar; y la otra noche fui con Michele y Pasquale a dar una vuelta en busca de algo aprovechable, sin éxito.
Justo detrás de este montón de bicis hay una pendiente de unos tres metros, sobre la cual discurren, transversalmente, las vías del tren (a la derecha, Roskilde; a la izquierda, Copenhague). Para subir a los andenes hay que entrar en un túnel y luego subir unas escaleras que nos dejan entre las vías.
Se pica el billete y se espera. Hay muchos trenes que no tienen parada en Trekroner, y no frenan ni un poco al pasar, lo cual es bastante peligroso. Por fin, puntual como un reloj atómico, llega el tren y me subo, con el fuerte deseo de que el pase el p. revisor, que para algo he picado.

p.d. Respecto al polémico bollo que presenta el coche en una de las fotos de la rutilla noruega, he de aclarar que el coche ya venía así de la agencia. El único daño físico que le infringimos al vehículo fue arrancarle los reposacabezas para dormir más cómodos.

domingo, 26 de octubre de 2008

Crónica del viernes

El viernes por la mañana tuve una reunión con el coordinador de mi proyecto, David Mathieu. La reunión consiste en los miembros del grupo más David sentados alrededor de una mesa en una de las cocinas del departamento, discutiendo sobre el papel del internet en la adaptación de los estudiantes erasmus a RUC. En un momento dado, el profesor empezó a comerse un Twix que desvió toda mi atención.
Después de la reunión me tomé el cafecito de rigor, eché unas cuantas partidas en el futbolín del departamento, y volví a Korallen. Bueno, antes hicimos una ronda por todas las cocinas de la facultad, porque los viernes son el día de los congresos: mucha gente enchaquetada y con credenciales que se pegan a mediodía una comilona estupenda. Cuando desaparecen, llegan las aves de rapiña con sus tuperbares (elijo la transcripción fonética de la palabra porque desconozco su transcripción léxica) y los llenan del arroz, queso, carne mechada y salmón que ha sobrado. Este viernes, de todas maneras, fue poco fructífero, porque solo había un poco de fruta (poco-fructífero).
Por la noche tuvimos cena danesa en Copenhague, en el piso de Frederic, Bue y Magnus. Ellos son los mentores (un mentor es alguien que pides por internet para que los primeros días en estas tierras te ayuden con los transportes, el idioma, etc.) de Eva y Rocío; estudian español y son muy simpáticos. Uno de ellos (“el rubio”, un nombre en clave un poco tonto porque los tres son rubios) será el padre de los hijos de Eva (apunte a petición de la interesada).
El piso está en Reverdilsgade, a un minuto andando de la estación central. Hay que subir cinco plantas por unas escaleras vertiginosas, y para entrar hay que descalzarse. Tienen el piso con pósters y cuadros de diversa índole, sin cortinas en las ventanas, un sofá comodísimo, lámparas y sillas de Ikea, y muchísimos libros.
La cena era pan recién horneado y cuencos con cosas diversas: zanahoria cruda, pepino, pepinillos, salchichón, patatas fritas, atún y maíz. Todo frío y abundante (a pesar de lo cual no sobró ni una miga, supongo que para asombro de los mentores). Bebida: agua y un vino que compramos los españoles en el Fakta, tan barato como imbebible.
Nos quedamos charlando mucho rato. Llegó más gentecilla: españoles, y también algunas niñas alemanas y un par de estadounidenses. Carlos y Alessandro empezaron a jugar a la videoconsola: había que moverse o la cosa acabaría en acople.
Salimos del piso sobre las 11 y nos dirigimos, guiados por Frederik y Bue, a una fiesta de Halloween en el Vesterbro, un barrio a quince minutos andando. Entramos en el bar, donde había mucha marcha: buena música, decoración Halloween, y gente disfrazada con calaveras, sangre y cuchillos. Me encantó. Además, era un sitio puramente danés, por lo que fue una buena ocasión para ver sus hábitos y costumbres fiesteras. La gente bailaba en el centro de la sala, o bien charlaban en los sofás, o bien hacían cola educadamente para entrar en unos servicios sorprendentemente limpios, tratándose del antro que era.
Yo salí de la fiesta con un esqueleto de plástico en una mano y una bandera pirata en la otra. Joler, qué bien se lo montan los daneses.
Nos comimos un perrito caliente y luego esperamos una hora al tren hacia Trekroner. Unos cuantos se durmieron en un incómodo banco. Bajamos al andén a picar el billete. Unos cuantos se durmieron en el chisme de picar el billete. Nos montamos en el tren. Unos cuantos se durmieron en el tren. Al fresco (6º) llegamos a Korallen, apilamos unas veinte sillas en la puerta de Kepa, que se había venido en coche, y nos fuimos a nuestras respectivas camas a dormir.

- EL CHISME DE PICAR EL BILLETE -