sábado, 23 de mayo de 2009

Las noches azules (parte 3 de 3)

El tercer día en Hirtshals fue el último. Lo recogimos todo, saludamos a unos marineros curtidos y ebrios camino de la estación, y cogimos nuestra sucesión de trenes hasta Trekroner. El sol lucía en el cielo y en nuestros corazones.

- BLANCA Y JOSEMA POR LA MAÑANA -

En el tren lo pasamos muy bien, porque estaban casi todos los asientos ocupados, así que nos pegamos las seis horas de trayecto cambiando de sitio cada dos por tres. Esto, sumado a que íbamos a hacernos visitas o a ofrecer alimentos del fondo común, nos mantuvo entretenidos durante el viaje; y supongo que incluso pudo inquietar a los demás viajeros del tren, viendo tanto movimiento de personas y maletas en todas direcciones.
Paramos en Odense, ciudad natal de Hans Christian Andersen. El clima se había estropeado. Soplaba un viento frío y llovía. Salimos a dar un paseo, pero con este percal el paseo consistió en salir por una puerta de la estación y entrar por otra, con risas jocosas por nuestra parte. Cogimos otro tren hasta Roskilde (en esta parte del trayecto hay que cruzar uno de los conjuntos puente-túnel más largos del mundo, el Store Bælt, una construcción impresionante). En Roskilde esperamos cinco minutitos más y cogimos finalmente el tren que nos llevó a nuestro Korallen querido.

- EL MEGAPUENTE DEL STORE BÆLT-

Desde aquél día, varios eventos se han sucedido. Uno fue la despedida de Vianney, que se va a Francia por su propio pie o, por problemas burocráticos, será repatriado. Fue una fiestecilla muy amena, consistente en una cena y una batalla de agua. Ayer también nos habían avisado de que había una fiesta en RUC. Yo no quería ir, pero, presionado por Pasquale, nos acercamos. Por suerte la fiesta había terminado, así que volvimos a Korallen, él enfadado y yo aliviado.
Hace un par de días acompañé a Pasquale al centro comercial porque se le había antojado un monopatín (“... si los niños pequeños pueden hacerlo, para mí será incluso más fácil”). Lo rompió in situ, tres minutos después de comprarlo, mientras lo probaba en un parking. Lo descambió y se compró otro. Horas después, cuando acababa de sacarlo del plástico, Vianney se montó y lo destrozó. Un motivo más para continuar con la perpetua infelicidad de Pasquale.
Y los días siguen pasando, y pasado mañana voy a la oficina internacional de la universidad a decir que en Julio le pueden dar la habitación 32 a otro.

viernes, 22 de mayo de 2009

Las noches azules (parte 2 de 3)

Al día siguiente desayunamos café y pasteles comprados con el fondo común, y cogimos el trenecito hacia Hjørring. Desde allí cogimos un tren hacia Frederikshavn, donde Mikel se encontró por casualidad con un compañero al que no veía desde primero de carrera; y desde Frederikshavn cogimos un tercer tren hasta Skagen, el pueblo más al norte de Dinamarca (sin contar Groenlandia ni las islas Feroe).
Skagen, que como pueblo es bastante birrioso, es conocido por Grenen, una playa alargada que penetra en el océano, separando el Mar del Norte del Báltico. Estos dos mares se encuentran al final de esta lengua de arena, creando un curioso efecto en las olas y un extraño sonido de mareas que vienen en sentidos contrarios. Supongo que también creará peligrosas corrientes submarinas, pues en la playa había varios carteles que avisaban de peligro de muerte a los desdichados que osaran bañarse.

Hay una marcha de cuatro o cinco kilómetros desde Skagen hasta Grenen, que hay que hacer a pie. En el camino me encontré un mapa genial de Noruega. Justo antes de la punta está el faro. Me acerqué a curiosear, y descubrí que se podía subir previo pago de diez coronas. No había nadie cobrando, sino una hucha. Pagué (no porque se me esté contagiando la honradez danesa, sino porque había varios daneses al lado, y no quería quedar mal), y subí hasta lo alto por unas vertiginosas escaleras de caracol. Las vistas eran impresionantes, pero acabó llevándose más fotos el complejo juego de lentes del fanal (fanal que, ahí queda el dato, fue fabricado en París).
Bajé de nuevo y, descalzo y en solitario, hice el último trecho hasta el punto en que los dos mares chocan. Allí me reencontré con el resto del equipo. Colgamos los chaquetones y jerséis en el perchero (el perchero era un árbol seco, es que se nos está pegando el funcionalismo), echamos las toallas a la arena, y a comer sandwiches.

- LA PUNTA MÁS EXTREMA DE GRENEN Y, POR ENDE, DE DINAMARCA -

Después de comer tomamos un poco el sol y jugamos a las palas. Empezó a arreciar el frío, así que recogimos las cosas y volvimos al pueblo. El grupo se escindió. Algunas niñas, amedrentadas por el frío y la duración de la marcha, decidieron volver en un tractorcillo que traía y llevaba a la gente. Los que volvimos andando fuimos acumulando trozos de madera en un cubo para la hoguera de más tarde (hoguera que, perdonen que desvele el futuro, no llegó a realizarse); y subimos al faro.
Mientras esperábamos al tren en Skagen nos tomamos un café en un bar (y las patatas fritas que les sobraron a las anteriores ocupantes de la mesa). Luego, más trenes: de Skagen a Frederikshavn, de Frederikshavn a Hjørring. En Hjørring nos dimos un paseo. El pueblo resultó ser muy bonito, con muchas esculturas por la calle y bastante animación. En la estación, mientras esperábamos, Josema y Mikel jugaban a las palas a pocos metros de las vías.
En Hirtshals nos esperaba una impresionante puesta de sol y la cena. Después fuimos al salón común del albergue, donde había unos daneses sentados en los sofás, con la mesa llena de patatas fritas y cocacolas, viendo Eurovisión. Entusiastas, aplaudimos a Dinamarca y a España, y ellos (tendrían cincuenta o sesenta años) hicieron lo mismo, con más cortesía que entusiasmo. En las puntuaciones aplaudíamos los puntos que les daban a ambos países, y también los de Noruega, que se nos está contagiando el sentimiento escandinavo. Cuando acabó el show, y sin nada mejor que hacer, nos fuimos al cuarto, donde conté chistes hasta que todos se durmieron. Y después me dormí yo.

jueves, 21 de mayo de 2009

Las noches azules (parte 1 de 3)

He pasado un par de días en Jutlandia. Bueno, los pasé hace ya como una semanita; pero me tomo libertad para hablar de ello con más cercanía temporal, pues el tiempo es dúctil, como bien sabemos los que hemos visto el asombroso último episodio de la quinta temporada de LOST.
Salimos una soleada mañana cargando con nuestras mochilas y con dos cestas del Fakta llenas de comida poco saludable comprada con el fondo común. Teníamos un billete de interraíl que nos permitió, en menos de seis horas, llegar a la otra punta del país, a la ciudad de Hjørring, en Jutlandia. El viaje fue muy apacible. El paisaje era monótono pero bello: praderas y más praderas, algún que otro bosquecillo, pueblos diminutos y casitas desperdigadas. En el tren íbamos riéndonos mucho, jugando a pegarnos nombres de otras personas en la frente y teníamos que adivinar quienes éramos (esto, aunque parezca infantil, da mucho juego a unas mentes retorcidas como las nuestras).

Llegamos, como digo, a Hjørring, donde cogimos un trenecillo hacia nuestro pueblo de destino, Hirtshals. Este segundo tren era más como un autobús: iba vacío y había que solicitar las paradas dándole a un botón. Qué funcionales estos daneses.
Hirtshals es un pueblo pequeño pero importante gracias a su puerto, al que llegan muchos barcos desde Noruega. Por eso, cada vez que mirábamos al mar veíamos enormes ferris y algún que otro carguero llegando o marchándose. Un mar muy bonito, a propósito, en el que el sol tardó muchísimo tiempo en ponerse. Fuimos andando hasta nuestro hotel, que quedaba al final de una hilera de casitas que daban a la playa. Ocupamos nuestra habitación y bajamos a la arena.
Supongo que sabréis que, al igual que en invierno en Kiruna nunca salía el sol, en verano nunca se pondrá. En Hirtshals el sol se ponía; pero la luz del día nunca llegó a apagarse por completo. El sol se puso a las 9.34, y el cielo siguió coloreado de naranja y violeta hasta la medianoche. Entonces creímos que sí que se vería del todo negro, pero no fue así; el horizonte siguió violáceo hasta que, a eso de las 2.30, empezó a clarear. Pero vayamos por partes.

Vimos la puesta de sol desde el faro del pueblo, que es muy bonito y está rodeado de búnkeres subterráneos. Luego volvimos al hotel y cenamos arroz con tomate. Había dos equipos, el de cocineros y el de fregadores; contándome yo en éste último.
Los miembros de la expedición éramos Fer, Eva, Paula, Josema, Blanca, Maite, Mikel, Sandra (la única no española, la pobre) y yo.
Ya secos los platos, fuimos a la playa a mirar las estrellas y a intentar encender una hoguera. A pesar de disponer de rollos de papel higiénico del hotel, nos fue imposible, porque la paja y la madera estaban muy húmedas. Helados, fuimos al hotel y nos dormimos cada uno en nuestra cama y Dios en la de todos.

jueves, 14 de mayo de 2009

Excursión a Copenhague

Ayer fue un día muy entretenido. A mediodía, Josema, Sam, Fer y yo cogimos las bicis y nos encaminamos a Copenhague. Supongo que le habréis perdido la pista a mi bici. Haré un breve flashback sobre qué fue de ella. Yuuuummmmm...
Mi bici estaba enganchada en Christiania, y yo había perdido la llave del candado. Me daba miedo llevármela por si alguien creía que la estaba robando y me pegaba una paliza o me tiraba una granada de mano. Un día, sin embargo, me lancé y la cogí, y la llevé a Trekroner. En el camino se me ocurrió la soberana estupidez de pedalear con el candado puesto creyendo que lo reompería. Fue, como digo, una estupidez. La cadena se enganchó en los piñones y los radios se retorcieron. Abandoné a mi bici junto a la estación y ahí sigue la pobre, inservible, sirviendo de alojamiento a múltiples arañas hasta que el óxido la consuma.
Yuuuuuummm. Yo pedaleaba la bici de Jess, una chica australiana muy maja. A medio camino, a la altura de Ålholm (pongo el nombre porque me gusta escribir esa A rara), habíamos quedado con las niñas. Sam se volvió a Trekroner, y a Josema, Fer y a mí se nos antojó algo que comer. Entramos al supermercado con la humilde intención de comprar unas patatas fritas. No sé qué nos pasó, que de repente nos entró un ansia consumista irrefrenable y acabamos comprando toblerones, cocacolas, caramelos, galletas, plátanos, uvas, y hasta un pepino. Salimos, y dos sorbos de cocacola después descubrimos que estábamos inflados y que habíamos pasado por un estado de total enajenación mental.
Llegaron Eva y Blanca, y reemprendimos el camino. Llegamos sanos y salvos a la plaza del ayuntamiento de Copenhague, y torcimos en dirección a la playa de Amager. De repente, mientras cruzamos el puente Langebro (que ocuparía el top 11 de mi lista), suna una alarma. Se nos interpone en el camino una valla con unas luces intermitentes. Nos paramos, confusos. Empieza a acumularse un pelotón de ciclistas y coches. Entonces, ante nuestros atónitos ojos, el puente ante nosotros empieza a levantarse, hasta ponerse casi perpendicular al suelo. Cae todo el polvillo. Y un cacho de barco cruza por el hueco que el puente ha dejado. Luego, suavemente, el pavimento vuelve a recuperar su horizontalidad, levántase la valla, y el tráfico volvió a fluir. Nos quedamos un ratito más en el puente, viendo en el horizonte cómo el puente Knippelsbro (puesto 5) se abría para dejar pasar al carguero. Luego continuamos la aventura.
Habíamos quedado con Rocío en la puerta de un Fakta en Amagerbro (el barrio de la Universidad). Mientras esperábamos y comíamos doritos, vi pasar a un tipo que me resultó muy familiar. Le seguí. Empezó a andar en dirección contraria, y entonces le abordé y le pregunté si había actuado en “El Jefe De Todo Esto”, una de las películas de von Trier. El tío me dice entre dientes que sí. Le digo que la peli es muy buena, pero él pasa de mí y se marcha. Luego vuelve a pasar, pero ni me mira. Luego otra vez de vuelta. Qué tío más raro, macho, pensé. Había también un par de tipos con auriculares y micros. Con la mosca detrás de la oreja, buscamos a nuestro alrededor, hasta que vimos en un balcón una cámara de cine. Todo encajó. El actor en cuestión, Jens Albinus, uno de los actores que suele contratar Lars von Trier, estaba en mitad de una grabación, de ahí su laconismo y su extraña indumentaria marrón. Qué emocionante.
Para no estorbar más al rodaje, nos fuimos a nuestro punto de destino: la playa. Nos tomamos las galletas de chocolate, los plátanos y las uvas; y luego fuimos a las afueras de aeropuerto a ver aterrizar los aviones. Hay un sitio que los ves pasar a un tiro de piedra por encima de tu cabeza.
Todavía en bici, volvimos a Christiania, donde estuvimos charlando un rato. Sin ningún incidente que reportar, volví a Korallen y, con un intenso dolor de estómago causado por mi desordenada dieta, me dormí.
Soñé que Celia se caía del tejado del Diamante Negro, no me preguntéis por qué. Adiós.

martes, 12 de mayo de 2009

La ofensiva insinuación del tuenti

- LOS DOS PABLOS, ANA Y YO; UNO DE LOS 9 DÍAS QUE ESTUVIERON AQUÍ -

Algo interesante habré hecho en este tiempo. Esto es lo que me insinúa el tuenti para decirme que cambie mi estado, que lleva doscientos cincuenta días siendo “estoy en Roskilde”.
En estos últimos días, por ejemplo, me he llevado dos sustos de muerte. Uno fue un arácnido muy grande que se me cruzó por una calle solitaria una fría noche que volvía a Korallen. El otro susto fue, el primer miércoles de mayo, estando con mis amigos. Llovía y hacía frío y viento. A mediamañana, de repente, suena un sonido penetrante y feroz. Asustado, salgo al exterior. Es un sonido tan de ultratumba que parece no venir de ninguna parte, sino del mismísimo cielo. Se detiene. Cinco minutos después, la sirena (porque sonaba como una sirena) vuelve a sonar. Mientras corro por los pasillos de Korallen, me planteo que ha pasado algo chungo en el mundo (del que llevo desconectado doscientos cincuenta días) y que la belicosa Dinamarca ha entrado en guerra con otro país. Pienso en mandar un sms de despedida a mi familia, pero la sirena se detiene.
Cinco minutos después vuelve a sonar, esta vez de una manera más profunda y siniestra. La parca debía estar pronta a sobrevolar nuestras cabezas. Me acerco a la Danish Kitchen. Allí, varios daneses ven tranquilamente la televisión. Estos daneses son tranquilos hasta en tiempos de guerra. Les pregunto que qué demonios pasa y me dicen que, cada año, el primer miércoles de Mayo testan en todo el país las sirenas antiaéreas, para comprobar su correcto funcionamiento.
Pues sí que funcionan, maldita sea.

- VUESTRO HIJO Y/O/U/E HERMANO Y/O/U/E SOBRINO Y/O/U/E NIETO Y/O/U/E AMIGO Y/O/U/E ENEMIGO RICARDO TOCANDO LA ARMÓNICA -

Más cosas interesantes han pasado. Al día siguiente fuimos a Hillerød, a ver el castillo y pasear por sus alrededores. El caso es que, sin comerlo ni beberlo, nos vimos metidos en un conciertillo ofrecido por un coro de septuagenarios, cantando temas patrióticos y religiosos con sus voces angelicales. El público también estaba conformado por un montón de septuagenarios, con sus mantitas por encima de las piernas (era en la terraza de un café) y sus pastelitos. Y nosotros allí con nuestras pintas greñudas, que en nuestra vida nos veremos en una igual. Pasaron un papelito con las letras de las canciones y hasta nos atrevimos a entonar algún párrafo ininteligible.

- ANA, PABLO Y PABLO EN LA PLAYA DE ROSKILDE -

Otro día fuimos al Tivoli. Me compré el multi-ticket, o sea, para poder montarme en todo lo que quisiera. Es útil comprártelo si te quieres montar en más de tres atracciones, porque cada atracción cuesta 60 coronas y el multi-ultra-ticket cuesta 200. Haciendo las cuentas de manera aproximada, nos montamos dos veces en la caída libre, dos veces en el supercolumpio giratorio, una vez en el trono de pacal (con consecuentas casi funestas por motivos vomitivos), entramos en una casa con pruebas divertidas, en un carricoche muy suavito para contrarrestar; y nueve veces en la montaña rusa. Fue una tarde muy divertida. Luego fuimos a Christiania a comprar dieciséis galletas de chocolate, que a mis amigos les han gustado mucho.
Al día siguiente del Tivoli mis amigos se fueron, cogiendo el avión por los pelos. Mi cuarto ha vuelto a tener cierto orden, aunque el caos y la suciedad siguen siendo la norma dominante. Después de varios días de viento y lluvia, ayer volvió a brillar el sol. Por la noche fue el cumpleaños de Marianne, y lo celebramos con una comida en la que comí tanto que estuvo a punto de crearse un agujero negro en mi estómago. Yo preparé un batido de fresa muy rico, y tuve la astucia de reservarme un vaso en el cuarto, que esta mañana me ha venido de perilla. La fiesta terminó al amanecer, esto es, a las 3.30 de la mañana.

- MARIANGELA, PASQUALE, FER Y YO. OJO A MI CAMISETA NUEVA -

Bueno, me voy a pasear alrededor del lago con Pasquale. Aunque a lo mejor debería replantearme este plan y dedicarme a limpiar. La alfrombra rezuma mugre. Ya veré lo que hago. Adiós.

domingo, 3 de mayo de 2009

Post exclusivo para Miriam

Hay varias residencias que te puedes quedar: hay una que se llama Filosofparken, otra que es la Rockwool Kollegiet (la Blue Tower), otra que es la Trekroner Kollegiet; y, la más maléfica de todas, Korallen. Yo no te puedo decir sobre las demás proque no las conozco demasiado; pero varios datos objetivos:
- Korallen es la más cara de todas.
- Korallen, a diferencia de las demás, tiene cuarto de baño propio en cada habitación. En las demás residencias hay que compartir con otra persona.
- Korallen tiene cocinas dentro de cada cuarto; y también cocinas comunes. Las demás residencias tienen cocinas comunes, pero se comparten con menos gente que en Korallen. Así pues, en mi opinión, creo que la convivencia en Korallen es más fácil y con más gente.
- Korallen es la residencia que pilla más lejos de la estación de tren y del supermercado. Este detalle, en principio superfluo, es un serio contratiempo cuando se llega, a las seis de la mañana, a un grado bajo cero, después de estar toda la noche de fiesta en Copenhague. Se ve Korallen a lo lejos y se piensa "¡dios!, ojalá viviera en la Blue Tower".
- Para primavera y verano, Korallen tiene un césped estupendo para comer y tomar el sol; y balcones para hacer barbacoas. Las otras residencias tienen menos espacio al aire libre.
En realidad, da un poco igual en qué residencia te quedes. Llega un punto en que las residencias están muy compenetradas unas con otras, y da igual dónde vivas, que puedes ir a cualquier fiesta o a cualquier cocina a tomar un café. En el campus hay buen ambiente, con la excepción de una banda de narcotraficantes (noooooo, es broma) y de las arañas carnívoras.
Yo pedí la residencia desde España, a partir del 1 de septiembre, a la Oficina Internacional de RUC, que es donde se hace el resto de los trámites. Me dijeron una dirección en Roskilde en la que pedir la llave. Todo fue muy sencillo, aunque muy doloroso porque se me rompió la rueda de la maleta y tuve que llevarla a peso por todo Roskilde. También ha habido gente que ha llegado aquí sin residencia; pero en cuestión de algunos días acaban consiguiéndola, tras ir a la Oficina Internacional en persona.
No sé si este post te habrá resuelto alguna duda. Yo sólo te digo que me lo estoy pasando muy bien (prueba de ello es la poca frecuencia con la que escribo), que todo el mundo aquí se lo está pasando muy bien, y que este país es muy apacible y bonito. Un saludo, y pregunta más cosas si lo necesitas, que aquí estoy yo pa contestarte.
Adiós, Miriam, tienes un nombre muy bonito.

Mis amigos

Después de tantos días, hago una breve conexión con el mundo bloguero. Están aquí tres amigos de Málaga, Ana, Pablo y Pablo. Llegaron el pasado martes, y desde entonces esto ha sido un no parar. Hemos andado por Copenhague y por Roskilde, y ayer dimos un paseo en bici por el fiordo. El 1 de Mayo es fiesta nacional en Dinamarca, y fuimos a celebrarlo al Fæledparken, un parque enorme en el centro de Copenhague. Allí había miles de personas, con música, hogueras, carpas, etcétera. Fue impresionante. No sabía que había tantos daneses, ni que pudieran beber tanto. Luego nos fuimos a Christiania a continuar la fiesta; pero nuestras gargantas estaban doloridas por el frío, y volvimos a Korallen.
Ayer, después del ya mencionado paseo por el fiordo (se nos olvidaron los tenedores para el picnic y tuvimos que ir a una casa a pedirlos; y la señora, muy amable, nos los regaló), tuvo lugar una fiesta increíble en Korallen. La organizaron los daneses en su cocina, pero el evento, monstruoso, se extendió al resto del edificio. Volaron sillas, se activaron las mangueras, se bailó sobre las mesas. Al pobre Pablo Burbuja, que descansaba tranquilamente en la terraza de la segunda planta, le golpeó una silla en la cara; silla lanzada desde el jardín. El otro Pablo tuvo un accidente al caerse de un carrito y golpearse el coxis con una barandilla. Para celebrar la victoria del Barça, una eufórica M. A. F. se encaramó a una encimera y mostró al público su azulgrana anderbuear. A las cuatro y media, con el clímax de la fiesta, llegó el amanecer. Acompañé a una tambaleante Marianne a la Blue Tower, y volví a mi habitación a dormir entre un revoltijo de sábanas y calcetines sucios. Mi habitación está en un punto de desorden y suciedad desconocido hasta ahora. Ropa, colchones, edredones, clínex, bolsos, comida, papeles, parecen haber tomado el poder y lo ocupan todo.
Pues eso, que cada vez amanece más temprano y anochece más tarde; que los atardeceres son larguísimos y muy bonitos, que el clima es perfecto, que Korallen está inundado y asqueroso, que hay arañas gigantes y mosquitos que parecen helicópteros. La Cobra Negra sigue a lo suyo, con sus oscuros trapicheos en las plantas superiores; y progreso adecuadamente con mis malabares de cinco bolas.
Ahora iremos a la jam session. En lo que nos queda de semana, tengo previsto llevar a mis amigos a Hillerød y Malmö; y si recaudamos suficiente dinero recogiendo latas de la calle, iremos al Tivoli.
Un saludo a todos y todas.