viernes, 31 de octubre de 2008

Carlos y Kepa

Noto que hay demanda de posts acerca de la gente que estoy conociendo aquí, y menos paisajes ni hostias. Esto me pone en un brete; pero es la audiencia la que manda, y por suerte aún no me he forjado ningún enemigo serio que pudiera demandarme por volcar opiniones sobre él/ella en el blog. Empiezo por, probablemente, dos de los personajes más peculiares con los que me he topado aquí.
[Desde el cariño].
Carlos y Kepa fueron los primeros españoles que conocí en Korallen. Estudian en Madrid, y ya se conocían desde hace tiempo. Su estancia en Dinamarca es de sólo cuatro meses. Ambos tienen novia, muy a pesar de algunas erasmusas que quieren hacerles “cross the line”.
Su sentido del humor es satírico, cruel y muy divertido. Generalmente dicen lo que piensan, o sencillamente lo que más gracia haga, como “esta comida está malísima” o “no me estoy enterando de ni una palabra de lo que me está contando”. Cuando notan que algo se les va de las manos (generalmente en el transcurso de alguna fiesta) golpean las paredes con la palma de la mano abierta, con fuerza, como si quisieran destruírla. También es ésta su manera de llamar a la puerta, lo cual a veces sobresalta un poco a aquél a quien buscan.
Una de sus aficiones más notorias es clavar cuchillos de veinte centímetros de largo en las paredes de las habitaciones de la gente, especialmente en la de María. Otra afición es gastar bromas. Por ejemplo, apilar sillas y mesas sobre las puertas de las habitaciones (en la mía), soplar pimienta a los ojos de la gente o quemar la planta de los pies de alguien que duerme. Cabe decir que Kepa ya sufrió su reprimenda: unas personas anónimas pusieron colorante para la paella en el tubo de su ducha. Ahora es más rubio. Toda esta cadena de sucesos es la que se denomina Guerra de Korallen, que empezó oficialmente hace un par de lunes (siempre recordaré a Kepa diciéndome, muy serio, “la Guerra ha comenzado”).
Los días de la fiebre de bicicletas eran conocidos porque tenían muchísimas bicis; les habían costado bastantes coronas arreglarlas, y luego tuvieron problemas para amortizar los gastos. Otra anotación interesante es que Carlos viaja gratis con Iberia porque su padre trabajaba allí. (A propósito, el martes me compré el billete de vuelta para la navidad, y el miércoles la compañía aérea, Sterling, se declaró en bancarrota. Qué cosas).
Con ellos te puedes ir a dar paseos con la bici, a jugar al fútbol, de visita a Cristiania y de fiesta en cualquier momento. Si queréis conocerlos, tendréis más posibilidades de encontrarlos en la spanish kitchen que en la biblioteca. Y ahí estarán, dispuestos a sorprender (y quizás a ultrajar) a cualquier visitante que venga a Korallen.

- KEPA EN LA SPANISH KITCHEN -

- CARLOS (IZDA) Y MICHELE (DCHA) EL DÍA QUE FUIMOS A LA PLAYA -

lunes, 27 de octubre de 2008

El camino hacia la estación de Trekroner

Salgo de mi habitación. Al atravesar mi cocina saludo a Renaud, que no sé cómo me las apaño pero siempre me lo encuentro cocinando. Luego paso por la spanish kitchen para saludar a los coralineros españoles. Salgo de Korallen saltando por el balcón, y enfilo Trekroner Forsferpark. Es una calle larga y ancha, con aceras amplias y dos tipos de farolas, altas de luz blanca y a ras del suelo de luz amarilla, que de noche le dan un toque muy bonito. A ambos lados hay matorrales, donde la fauna es caracoles, pájaros y liebres.
A la izquierda hay unos edificios que conforman el CAT (center for avanceret teknologi), algo así como el emaití de Boston. Tienen sus oficinas y sus fuentecitas, pero poco ambientillo. A la derecha está RUC, pero los árboles nos la ocultan. Al poco aparece el primer edificio, beige y con muchas ventanas. Debe ser algo de física o tecnología, porque por las ventanas se ven aparatos ultramodernos, brazos electrónicos, balanzas, tubos y cables, ordenadores, probetas y, ¿quién sabe?, quizás hasta aceleradores de partículas (esto me lo he sacado de la manga).
Cuando este edificio acaba, paso junto al arco que conforma la entrada principal de RUC, pero sin cruzarlo (pues de otra manera entraría en RUC). Me acerco un minuto a mirar las pantallas informativas. Temperatura: 9,3º; viento: 3,8 m/s; estado del fiordo: rizado.
Continuo todo recto por Trekroner Forskerpark. El arco une el primer edificio con la biblioteca, otra construcción imponente, también beige y con ventanales grandes. A la izquierda, el CAT deja paso a una serie de residencias para estudiantes, una tiendecilla y consultas médicas. Enfrente, el lago.
Para evitar zambullirnos en el lago, la Trekroner Forskerpark gira a la izquierda. En mitad del camino hay un puestecillo turco donde comprar kebabs y perritos calientes. El dependiente es buena gente, y un día que me faltaban dos coronas no le importó.
Seguimos girando a la izquierda y subiendo una leve pendiente. Dejamos el lago a nuestra espalda. A ambos lados está la residencia Rockwool. La parte de la derecha es la denominada Blue Tower. Sus habitantes dicen que no les gusta Korallen, pero más bien que se lo pasan en nuestras fiestas. Aquí viven mi amiga Marianne y mi enemiga Picatoste. Esta residencia tiene jardincitos para los momentos de distensión.
A continuación se cruza un puente de formas geométricas sobre la carretera que lleva a Roskilde. Luego hay que andar unos cien metros por un camino sin farolas que cruza un descampado siniestro. A pesar de lo lúgubre, es fácil encontrar aquí latas y botellas vacías, que podemos canjear luego en el Fakta por coronas.
Hablando del Fakta, lo tenemos justo delante. El camino siniestro acaba en una placita destartalada con muchas bicis aparcadas. A la izquierda está el edificio del Fakta, que también aloja un par de tiendas de ropa. A la derecha está el edificio del Super Brugsen (con dependientas más guapas que el Fakta, pero más caro) y el banco donde hay que pagar Korallen. Al frente de esta placita hay una zona con cientos de bicicletas. Las hay de todos los colores y tamaños, abandonadas y sin abandonar; y la otra noche fui con Michele y Pasquale a dar una vuelta en busca de algo aprovechable, sin éxito.
Justo detrás de este montón de bicis hay una pendiente de unos tres metros, sobre la cual discurren, transversalmente, las vías del tren (a la derecha, Roskilde; a la izquierda, Copenhague). Para subir a los andenes hay que entrar en un túnel y luego subir unas escaleras que nos dejan entre las vías.
Se pica el billete y se espera. Hay muchos trenes que no tienen parada en Trekroner, y no frenan ni un poco al pasar, lo cual es bastante peligroso. Por fin, puntual como un reloj atómico, llega el tren y me subo, con el fuerte deseo de que el pase el p. revisor, que para algo he picado.

p.d. Respecto al polémico bollo que presenta el coche en una de las fotos de la rutilla noruega, he de aclarar que el coche ya venía así de la agencia. El único daño físico que le infringimos al vehículo fue arrancarle los reposacabezas para dormir más cómodos.

domingo, 26 de octubre de 2008

Crónica del viernes

El viernes por la mañana tuve una reunión con el coordinador de mi proyecto, David Mathieu. La reunión consiste en los miembros del grupo más David sentados alrededor de una mesa en una de las cocinas del departamento, discutiendo sobre el papel del internet en la adaptación de los estudiantes erasmus a RUC. En un momento dado, el profesor empezó a comerse un Twix que desvió toda mi atención.
Después de la reunión me tomé el cafecito de rigor, eché unas cuantas partidas en el futbolín del departamento, y volví a Korallen. Bueno, antes hicimos una ronda por todas las cocinas de la facultad, porque los viernes son el día de los congresos: mucha gente enchaquetada y con credenciales que se pegan a mediodía una comilona estupenda. Cuando desaparecen, llegan las aves de rapiña con sus tuperbares (elijo la transcripción fonética de la palabra porque desconozco su transcripción léxica) y los llenan del arroz, queso, carne mechada y salmón que ha sobrado. Este viernes, de todas maneras, fue poco fructífero, porque solo había un poco de fruta (poco-fructífero).
Por la noche tuvimos cena danesa en Copenhague, en el piso de Frederic, Bue y Magnus. Ellos son los mentores (un mentor es alguien que pides por internet para que los primeros días en estas tierras te ayuden con los transportes, el idioma, etc.) de Eva y Rocío; estudian español y son muy simpáticos. Uno de ellos (“el rubio”, un nombre en clave un poco tonto porque los tres son rubios) será el padre de los hijos de Eva (apunte a petición de la interesada).
El piso está en Reverdilsgade, a un minuto andando de la estación central. Hay que subir cinco plantas por unas escaleras vertiginosas, y para entrar hay que descalzarse. Tienen el piso con pósters y cuadros de diversa índole, sin cortinas en las ventanas, un sofá comodísimo, lámparas y sillas de Ikea, y muchísimos libros.
La cena era pan recién horneado y cuencos con cosas diversas: zanahoria cruda, pepino, pepinillos, salchichón, patatas fritas, atún y maíz. Todo frío y abundante (a pesar de lo cual no sobró ni una miga, supongo que para asombro de los mentores). Bebida: agua y un vino que compramos los españoles en el Fakta, tan barato como imbebible.
Nos quedamos charlando mucho rato. Llegó más gentecilla: españoles, y también algunas niñas alemanas y un par de estadounidenses. Carlos y Alessandro empezaron a jugar a la videoconsola: había que moverse o la cosa acabaría en acople.
Salimos del piso sobre las 11 y nos dirigimos, guiados por Frederik y Bue, a una fiesta de Halloween en el Vesterbro, un barrio a quince minutos andando. Entramos en el bar, donde había mucha marcha: buena música, decoración Halloween, y gente disfrazada con calaveras, sangre y cuchillos. Me encantó. Además, era un sitio puramente danés, por lo que fue una buena ocasión para ver sus hábitos y costumbres fiesteras. La gente bailaba en el centro de la sala, o bien charlaban en los sofás, o bien hacían cola educadamente para entrar en unos servicios sorprendentemente limpios, tratándose del antro que era.
Yo salí de la fiesta con un esqueleto de plástico en una mano y una bandera pirata en la otra. Joler, qué bien se lo montan los daneses.
Nos comimos un perrito caliente y luego esperamos una hora al tren hacia Trekroner. Unos cuantos se durmieron en un incómodo banco. Bajamos al andén a picar el billete. Unos cuantos se durmieron en el chisme de picar el billete. Nos montamos en el tren. Unos cuantos se durmieron en el tren. Al fresco (6º) llegamos a Korallen, apilamos unas veinte sillas en la puerta de Kepa, que se había venido en coche, y nos fuimos a nuestras respectivas camas a dormir.

- EL CHISME DE PICAR EL BILLETE -

martes, 21 de octubre de 2008

Desde la biblioteca

El tiempo sigue transcurriendo a su ritmo habitual. Los días cada vez son más cortos, cada vez se ve menos el sol, llueve cada tres horas, y hace frío. En la entrada principal de RUC hay unas pantallas con información variada (horarios de trenes, edificios, climatología); la temperatura ya nunca sube de 11º (podeis verlo en tiempo real en www.geo.ruc.dk/vejr/). Los árboles se ponen amarillos y rojos y todo el suelo está cubierto de hojas.
Ayer por la tarde fui a comprar al Fakta y me gasté cien coronas. Para cenar me puse un pollo en el horno y, no sé qué pasó, que acabó saltando la alarma de incendios. Saqué el pollo y descubrí que seguía casi crudo. Intenté freírlo, con consecuencias funestas. Bañé el pollo en salsa de queso para disimular el mal sabor, pero no hice sino potenciarlo.
Luego hubo fiesta en Korallen, la ya tradicional Monday Party. Estuvieron casi al completo todas las delegaciones mayoritarias (que son: la española, la italiana, la francesa y la danesa). Era el cumpleaños de uno de los daneses. Hubo gente que acabó haciendo pilas humanas en una habitación y tirando zapatos por la ventana. Yo tuve una fiesta tranquila, casi toda la noche charlando agradablemente con una amiga del Rockwool Kollegiet (otra residencia de estudiantes, cuyos habitantes critican Korallen tan a menudo como vienen a visitarnos).
Esta mañana desperté con la mente despejada y el ánimo ligero, desayuné cereales en el cuarto de Michele, comí en la cantina por un valor de 42 coronas (arroz, pescado, patatas, tomate, soja, salsa picante, salsa no picante) y me vine a la biblioteca a terminar un trabajo para el proyecto. Qué bonita es RUB (Roskilde Universitetsbibliotek). Tiene dos plantas (además de un sótano levemente siniestro), la de arriba sólo llega hasta la mitad y está abierta como un balcón hacia la de abajo. Una de las fachadas es un ventanal gigante hacia el lago pequeño, donde se ven patos (en el lago) y arácnidos gigantes (en el ventanal).

Cuando terminé el proyecto de los demonios me acerqué a por un café a la cocina de mi departamento, y luego a comprar un toblerone blanco a la cantina. Allí me encontré con unos daneses que estudian español y que conocía. Estoy muy orgulloso porque por primera vez dije algo de mi cosecha en danés. Eran cuatro cuatro palabras, y tuve sólo tres errores. Dije “jeg gør i bibliotek”. Lo correcto es “jeg går på biblioteket”, que se pronuncia algo así como “yai goa po bibliotekit”, y quiere decir “me voy a la biblioteca”.
Volví, efectivamente, a la biblioteca, y aquí me encuentro, escribiendo cosas variadas en el blog para que veáis que hay cierta rutina en mis días perdido en Roskilde. La temperatura ha bajado una décima. Jeg går på Korallen.

lunes, 20 de octubre de 2008

La semana después de la rutilla noruega

Estoy en la biblioteca de la universidad. Acabo de terminar un trabajillo de quince mil caracteres, así que ahora tengo un rato de distensión antes de volver al estrés fiestero de Korallen.
Voy a contar qué he estado haciendo esta semana, tras el espectacular viaje a Noruega.
El martes por la noche fui a la ópera de Copenhague con algunos amigos y enemigos. Era “La Traviata”, cantada en italiano con subtítulos en danés, por lo que del argumento me enteré más bien poco. Al principio hay una fiesta y al final ella muere, pero no sé nada de lo que pasa en medio. Enibuei, el edificio de la ópera es impresionante, modernísimo, colosal; así que no lo pasé mal. Bueno, un poco, pero por motivos ajenos al edificio, a la Traviata, y a los lectores de este blog.
El camino de vuelta iba a ser en autobús, pero unos pocos aventureros decidimos hacerlo en barco (un barquito que nos llevaría por un canal a København H, la estación central de Copenhague). Qué ilusos. El barco nos llevó a la sirenita, es decir, al quinto pino, y nos dejó allí arriados. Nos echamos un par de fotos y luego fuimos andando hasta la estación más cercana, donde pasaba en pocos minutos un tren hacia Trekroner. Tuvimos mucha suerte, porque a la una de la mañana hay que ser precavido en lo que a horarios de trenes se refiere.
Otro día volví a ir a Copenhague por la tarde. Creíamos que el Tivoli era gratis. De nuevo, qué ilusos. Había que pagar la misma desorbitada cantidad de croner que siempre, cosa a la que nos negamos (croner = coronas). Copenhague es una ciudad preciosa. En la plaza del ayuntamiento, la Rhåduspladsen, han puesto unas mesas con miles de piezas blancas de Lego, para que la gente haga estructuras. Hay algunas torres espectaculares. Yo mangué unas cuantas piezas de recuerdo, y contribuí a levantar unas pocas plantas (muy toscas) de una torre.
Al día siguiente fui a cenar con mi clase de Digital Convergence (profesor incluido) a un restaurante vegetariano en Christiania. La comida (garbanzos y cuscús) era buena y barata. Luego el profesor se largó, y los alumnos nos fuimos a una fiestecilla de música electrónica, láseres psicodélicos y mucho humo. En el camino de vuelta a la estación nos detuvimos en la Rhåduspladsen a ver las estructuras de Lego y a llevarnos más piezas. Dato curioso, al día siguiente me enteré de que esa noche hubo un acto criminal en la plaza. Dato curioso, y macabro. Al llegar a Korallen me esperaba una nefasta fiesta vikinga de la cual conseguí evadirme a las cinco de la mañana.
Ayer fuimos en una excursión en bici alrededor del fiordo de Roskilde. Primero llegamos hasta Roskilde, donde compramos pan, queso, un zumo muy espeso y pringles; y luego fuimos bordeando la playa, atravesando bosques y praderas, hasta una calita llamada Veddelev. Cespecito, barquitas de madera, arena blanca, agua muy fría. Nos lo pasamos muy bien (excepto en las cuestas arriba), cada uno con nuestra flamante bici (casi todas de dudosa procedencia). A propósito, el pedal de la mía se afloja, maldita sea. Llegamos a Korallen cansados, felices y malolientes.
Esta mañana he vuelto a ir a Roskilde en bici, al fresco. He esperado dos horas en una oficina para poder obtener un papel que me permitirá obtener un permiso de residencia que me permitirá obtener el CPR. El CPR es uno de los temas de conversación más en boga últimamente (la fiebre ciclista está pasada de moda). El CPR es un carnet maravilloso que te permite acceder a la salud pública y a los fotomatones (?), y que, básicamente, quiere decir que eres legal en Dinamarca. Qué mal rollo, macho, ir por ahí sin el CPR.

jueves, 16 de octubre de 2008

En busca de la aurora boreal (parte 4 de 4)

El domingo despertamos (bueno, María nos despertó, gracias a dios) a las 7.30 de la mañana. Desayunamos en el salón comunal (cereales, yogur, tostadas, café, zumo), embutimos todo nuestro equipaje en el coche, dejamos la llave en la recepción, y nos encaminamos hacia Trekroner. Primero, eso sí, había que atravesar Noruega, llegar a Oslo, cruzar la frontera, pasar por Göteborg y Malmö, cruzar el puentetúnel, conseguir salir de las caóticas afueras de Copenhague y aparcar en Korallen; una distancia total equiparable a ir de Tahivilla a San Sebastián; todo esto sin arañar el coche, que había que devolverlo en Copenhague el lunes a las 9.30 con el depósito lleno. Lo bueno es que esta vez el viaje lo haríamos de día.


Y cómo cambia la cosa. Los paisajes de Noruega son hermosos y espectaculares. Montañas nevadas, bosques interminables, carreteras que discurren decenas de kilómetros paralelas a ríos furiosos y lagos relajantes; cascadas saltando desde las cumbres, casitas típicas y ovejas. Nos paramos a jugar con la nieve y lo pasamos genial. Me caí sobre unos arbustos y estuve a punto de romperme la crisma, pero me vengué arrojándole una superbola a Blai.
Ya que este día se presentaba complicado, decidimos respetar al máximo los turnos de dos horas cada conductor; ni un minuto más ni menos. Comimos un kebab en Lillehamar. Llegamos a Oslo sobre las 5 de la tarde, y esta vez fue muy fácil encontrar el camino hacia Göteborg. La frontera fue igual de cachondeo que a la ida: como si fueran el mismo país.

Dato curioso, a lo largo de todo este día pagamos con cuatro tipos de moneda: coronas noruegas, coronas suecas, coronas danesas y euros (porque los aceptan en todas partes). Además, en Noruega admiten coronas suecas, y en Suecia admiten todo tipo de coronas, por lo que esto es la juerga padre. El problema es que ahora entre nosotros nos debemos dinero, pero cada uno debe al otro en una moneda distinta, por lo que la resolución de nuestras deudas será compleja.
Cenamos a medianoche en una hamburguesería a ciento y pico kilómetros de Malmö. Nos tomamos unos cafés gratis y no muy malos, y enfilamos el último trecho del trayecto.
Cruzar el puentetúnel fue igual de emocionante que a la ida, e igual de caro. Sólo nos quedaban ya cuarenta kilómetros hacia Trekroner. Y entonces entramos en reserva.

Fue horroroso. El coche pitaba porque se quedaba sin gasolina, y de Copenhague a Trekroner no había una maldita gasolinera a la vista. La tensión iba en aumento. Por fin encontramos una gasolinera donde conseguimos llenar el depósito (y donde, además, nos cobraron un 40% de comisión por pagar con tarjeta).
A las 2.30 de la mañana llegamos a Korallen tocando el claxon, muy cansados, pero muy felices, y con una aventura a nuestras espaldas que (perdonen mi melosidad) nos habrá cambiado para siempre.
A propósito, ni rastro de las auroras boreales.

miércoles, 15 de octubre de 2008

En busca de la aurora boreal (parte 3 de 4)

La noche fue infernal. No para mí, que dormí en el asiento del copiloto totalmente reclinado; pero sí para los demás (seré miserable). A Blai se le clavaba el volante, Fer no sabía dónde poner las piernas; María e Irene acabaron con la espalda destrozada. Yo disimulaba un poco y decía que también estaba incómodo. Para ventilar teníamos las ventanas un poco abiertas; de repente empezó a llover, y al ir a cerrarlas el coche tomó vida propia, los mandos no contestaban, las ventanas se abrían y cerraban solas y todos acabamos empapados.
Sobre las 11 de la mañana del sábado entramos en la recepción, sucios y maltrechos, y pedimos habitación para una noche, por favor. Nos fue dada (23 € por persona, incluyendo el desayuno del día siguiente más todo-lo-que-te-puedas-llevar-sin-que-se-den-cuenta, a nombre de Rikardo Blanko de Tarita), nos duchamos y bajamos a Trondheim (digo bajamos porque el albergue está en una colinita).
Trondheim fue hace mil años la primera capital de Noruega (como Roskilde en Dinamarca), y es la tercera ciduad más grande del país. Fue fundada por Olaf el Vikingo.

Trondheim es, y no me quiero poner meloso, una de las ciudades más bonitas que he visto en mi vida. Montañas a un lado y mar al otro; todos los árboles verdes, amarillos y rojos; iglesitas preciosas, catedral gótica magnífica, niñas guapas, el cielo azul y todas las casas como de cuento. Y todo esto se refleja en un canal alrededor del cual pudimos dar un paseo precioso. No sé cómo describirlo sin recurrir al sentimentalismo.
Comimos pizza y ensalada en un bufet libre (lo de libre tuvo malas consecuencias para Blai); luego seguimos paseando y yo me eché una siestecita en un césped paradisíaco.

Cogí arena de una playita bastante cutre. Tiramos piedras al agua. Cruzamos un par de puentes. Les ofrecimos ayuda a unos piragüistas que parecían tener problemas, y la rechazaron. Luego empezó a llovernos, por lo que volvimos al albergue.
Nuestro cuarto tenía dos literas y una cama suelta; yo dormía en la parte de abajo de una de las literas. Teníamos un pequeño lavabo, pero las duchas y los toiletter eran comunes a todas las habitaciones de nuestro pasillo. En la planta baja había un par de cocinas y un salón comunal con vistas hacia la ciudad.
Allí nos tomamos unos cafés (todos buenísimos excepto el capuchino especial, que resultó ser asqueroso), leímos algunos libros, tomamos cuscús con vino, filosofamos un poco, nos reímos mucho, y nos dormimos en nuestras confortables camas.

martes, 14 de octubre de 2008

En busca de la aurora boreal (parte 2 de 4)

El viernes despertamos con las columnas vertebrales doloridas, pero descansados. Nos despedimos del Chesco y bajamos al centro de Oslo a tomar un café. Llovía, y la parte de la ciudad que vimos era bastante sosa. Nos tomamos el maldito café (maldito porque era tremendamente caro) y cogimos el coche en dirección a Trondheim.

Salir de Oslo fue una pesadilla. Estuvimos dos horas por las circunvalaciones, entrando, saliendo, preguntando en gasolineras, perdiéndonos por caminos sin final, under the bridge, etcétera. Sólo sabíamos que teníamos que tomar la E6 (carretera nacional, se acabaron las autopistas). Para más inri, gente a la que preguntamos nos dijo que ir a Trondheim era una locura, que ni se nos ocurriera ir allí.
Tras esas dos horas infernales (Irene las sufrió al volante, y merece un aplauso por ello), sobre las 17.30 conseguimos encontrar la carretera hacia Trondheim. Paramos junto a un lago para tomar un poco de cuscús, y seguimos adelante.
Se nos hizo de noche muy pronto, por lo que apenas sí pudimos apreciar el paisaje noruego. Oslo es muy montañosa, rodeada de bosques, y con salida a un fiordo. Y toda Noruega nos pareció así: muchas montañas, muchos lagos (y de muchos kilómetros), muchos bosques... una pena que fuese noche cerrada y que todo esto tuviéramos que intuírlo. Al principio había muchos pueblos y ciudades junto a los lagos (las más importantes Hamar y Lillehamar); luego la cosa se desertizó bastante.
La carretera era muy cómoda, con la excepción de que no sabíamos exactamente cómo llevar las luces; y además había muchísimos camiones que conducían como locos y nos echaban las largas por motivos desconocidos. En una gasolinera perdimos el balón de fútbol, como hizo notar Fer minutos después. Contábamos chistes (algunos muy malos), escuchábamos música, comíamos chilinoters. El paisaje montañoso cambió por una extensión enorme y negra; y en las montañas del horizonte podíamos ver nieve. Después, montañas de nuevo; y finalmente, a las 2 de la mañana, llegamos a Trondheim.
Habíamos pedido habitación en un albergue. Claro está, nos perdimos en Trondheim. Por suerte, había mucha gente de fiesta en la calle, y les preguntamos a unos que llevaban un kebab enorme y con una pinta deliciosa. Llegamos con gran júbilo al albergue. Aparcamos el coche en el parking frente a éste. Llamamos como locos a la puerta. Apareció la recepcionista con un cabreo excepcional diciendo que qué horas eran esas. Nos acomodamos en el coche dispuestos a pasar la noche dentro del vehículo.

lunes, 13 de octubre de 2008

En busca de la aurora boreal (parte 1 de 4)

Este fin de semana todo el mundo en Korallen se marchaba en una excursión organizada a Bornholm, una islita danesa al lado de Suecia. Un grupo de cinco amigos (españoles todos) no íbamos, así que, para no aburrirnos, decidimos irnos a ver la aurora boreal a Noruega. Qué infelices.
Salimos de Trekroner a las 17.30 del jueves, con el coche cargado de abrigos, cojines, mantas, arroz, cuscús, sandwiches y cacahuetes. El coche era un Peugeot 407 negro, alquilado.
Fuimos a Copenhague, y cruzamos el tunelpuente hacia Malmö. Fue muy emocionante, porque ambos (el puente y el túnel) son espectaculares, y, joler, la excitación de irnos a otro país...

Ya en Suecia, enfilamos hacia el norte, siempre por autopista. Se nos hizo de noche muy pronto, por lo que nuestra imagen del país es bastante difusa.
Sabíamos que para llegar a Oslo había que pasar por Göteborg (he de hacer notar que no llevábamos con nosotros ningún tipo de mapa, instrucciones, o guía. También he de decir que para orientaros busquéis en google maps los sitios de los que hablo). La entrada a Göteborg era bastante confusa, y nos pusimos muy contentos cuando vimos la indicación hacia Oslo.
Íbamos cinco personas: Irene, Blai, María, Fer y yo. Los primeros tres tienen carnet de conducir, y se iban turnando aproximadamente cada tres horas, para estar siempre descansados. Paramos en bastantes áreas de servicio (he de decir que hay muchas y que son estupendas), jugamos al frisbee y al fútbol en ellas, y comimos muchos chilinoters (no sé si se escribe así, son cacahuetes picantes).
Después de Göteborg pasamos la frontera Suecia-Noruega. He de decir que tanto esta frontera como la Dinamarca-Suecia fueron un cachondeo; sin ningún tipo de aduana ni parada; un descontrol, vamos.
Llegamos a Oslo sobre las 2 de la mañana. Nuestro destino era un barrio de las afueras llamado Kringsjå (pronúnciese crincho). Nada más entrar en Oslo nos perdimos por un barrio de ambiente dudoso en el que no nos atrevimos a preguntar a nadie por ninguna dirección. Dimos muchas vueltas, y alguien nos indicó vagamente la dirección. Nos volvimos a perder. Por último, tras mirar un plano en una parada de autobús, llegamos a Kringsjå.
Kringsjå es una residencia de estudiantes, pero a lo grande. Es una miniciudad de cincuenta edificios (algunos de hasta nueve plantas), con colegio, supermercados y bares; entera poblada por estudiantes. Uno de ellos, Chesco, amigo de un compañero de Korallen, era nuestro contacto.
Prosigo. Cuando llegamos a Kringsjå, el Chesco estaba de fiesta, así que, por muy derrotados que estuviéramos, nos unimos a él y a sus amigos. Conocimos a una chica noruega que nos dijo que era una estupidez ir a Tromsø o a Mi-O-Rana (sitios más al norte a los que pensábamos ir, pero que nos pillaban igual de lejos que París o Milán); y que fuéramos a Trondheim.
A horas intempestivas nos acostamos los cinco en el suelo del cuarto del Chesco, y caímos fulminados por el sueño.

viernes, 10 de octubre de 2008

Actualización noruega

Hola. Buenas noches. O buenos días. Estoy en una ciudad estudiantil en Oslo. Condujimos toda la tarde y mucha noche para llegar hasta aquí. Las fronteras, un cachondeo. Ya actualizaré todo. Mañana queremos llegar a Tromheim (oséase, más al norte todavía). Estamos muy cansados.
Lo dicho, ya actualizaré. Adiós, hijos míos.

martes, 7 de octubre de 2008

Guía práctica de localizaciones

Hola. Estoy en un sofá en la cocina de mi departamento. Acabo de jugar al futbolín, me he tomado un café, he estado trabajando con mi project group y la resaca de anoche (fiesta temática: Francia) no está siendo tan dura como esperaba.
A continuación voy a contextualizar dónde estoy y dónde me muevo, porque puede que haya conceptos poco claros o confusos.
- Dinamarca: país nórdico del norte. Se compone de una península, Jutlandia, y varias islas (Sjæland, Bornholm...). Capital: Copenhague. Producto nacional: cerveza. Afición nacional: beber cerveza.
- Sjæland: isla que pertenece a Dinamarca, al este de Jutlandia. En esta isla están Copenhague y Roskilde. Está unida por puentes a Jutlandia y a Suecia (capital de Suecia: Estocolmo; producto nacional: cerillas).
- Roskilde: ciudad en Sjæland, a unos 30 km al oeste de Copenhague. Aproximadamente 50000 habitantes. Antigua capital del país, con una catedral preciosa donde están enterradas generaciones enteras de reyes. Hoy día se la conoce más por su festival de música. Mike Oldfield tocó en el 84.
- Trekroner: barrio a las afueras de Roskilde, tirando hacia Copenhague. Quiere decir “tres coronas”.
- RUC: universidad de Roskilde, sita en Trekroner. El campus consiste en la universidad propiamente dicha, con sus jardines y sus lagos; más varias residencias (Korallen, Rockwool, Trekroner college).
- Korallen: ya lo he dicho.
Además, otros lugares de interés:
- Fakta y Super Brugsen: los supermercados de Trekroner. Fakta es más barato, pero Super Brugsen tiene más cosas. Y te cobran las bolsas, asín que hay que ir preparado.
- Christianshavn, Nørrebro, Vesterbro, Østerbro: barrios de Copenhague.
- Christiania: barrio hippie dentro de Christianshavn (que es un barrio pijillo, lo que crea una curiosa conradicción). Son los Baños del Carmen de Copenhague, pero intentaré no embuclarme.
- Danhostel: albergue en Roskilde en el que me quedé la primera noche y en el que todo el mundo ha dormido alguna vez.
- Hedehusene, Høje Taastrup, Valby: las paradas que hace el tren para ir de Trekroner a København H (la estación central de Copenhague). Es útil saberlo por si no has comprado billete y tienes que hacer todo el viaje metido en el servicio contando las paradas.
- Ringsted: ciudad en Sjæland. No he estado nunca ni sé nada sobre ella; pero el tren de Copenhague a Trekroner es el de Ringsted (oséase, aquél cuya última parada es tal).
Espero haber proporcionado una buena guía para poder seguir mis peripecias, desventuras y catástrofes amorosas en Dinamarca.

lunes, 6 de octubre de 2008

La sirenita

Ayer fui a Copenhague porque una compañera de Korallen daba un conciertillo a las 7. Yo fui un poco antes, porque, joler, todavía no había visto la sirenita. Me bajé en la estación de Østerport (cómo me gusta poner la Ø) y fui andando por Grønningen, una calle preciosa, con un parque enorme a un lado y unas casas de dineriti al otro.

Llegué a la sirenita, no le eché ninguna foto porque si pones “copenhaguen mermaid” en el google imágenes aparecen 55000 resultados; y luego bajé por otra calle, Østbanegade, procurando no perderme mucho en el camino al garito donde tocaba Kaitlin (USA).
Ya al comienzo de Østbanegade me di cuenta de que había muchísimas bicis aparcadas. Recorrí aprisa toda la calle, porque llegaba tarde, y al final, a la altura de Dag Hammarskjölds Alle (una calle muy ancha cuya pronunciación no puedo siquiera imaginar), tuve una visión. Una bici en el suelo con el candado quitado.
A todo gas bajé con mi nueva bici por Dag Hammarskjölds Alle, y luego, para despistar, me metí por una callecita menor, Stockholms Alle. Las ruedas estaban un pelín desinfladas, pero todo lo demás estaba perfecto: frenos (dandole a los pedales para atrás), reflectantes, cosa para maletas y timbre. Lo que más me fastidiaba era que no tenía candado, y a ver dónde dejaba yo ahora la bici y que no me la robase ningún desgraciado.
Como una exhalación pasé por Øster Farimagsgade, Frederiksborggade, Dronning Louises Bro (un puente sobre un canal) y Nørrebrogade; y llegué a Fælledvej, la calleja donde está Rayuela, el café (español) donde tocaba Kaitlin. Como había bastantes bicis aparcadas en la puerta, disimulé la mía entre ellas, y deseé que ningún joputa se diese cuenta de que no tenía candado.
El conciertillo estuvo bien. Casi todo el mundo era de Korallen, así que estuvimos en familia. El sitio es muy agradable, con muchos libros en español y unas ventanas estupendas desde las que podía vigilar mi bicicleta. Conocí a una abogada chilena que rondaría los sesenta, que me contó cosas interesantes y me dio a probar mate. Kaitlin tocó y cantó muy bien.
Después fuimos a un pub donde jugamos al futbolín; cenamos en un kebab y nos hicimos amigos del dependiente, un iraquí que hasta me regaló patatas fritas.
La vuelta en el tren fue sin contratiempos. Por 14 coronas mas el precio del billete te dejan subir con la bici. Al llegar a Korallen la guardé en un cuartito cerca de mi habitación, donde está seguro que nadie me la va a robar. Necesito comprar un candado en Roskilde. Hay mucho ladrón por ahí suelto.

p.d. No cuelgo ninguna foto de la bici, a ver si el dueño la encuentra en internet y viene a arrancarme la cabeza.

viernes, 3 de octubre de 2008

Fiebre de bicicletas

Tráiler: un chaval de pelo alborotado, andar desgarbado, desaliño general y tos crónica va al parking de bicis de Korallen, coge una y la arroja a unos matorrales.

En Dinamarca hay bicis ebribuer. Algunas se ve que tienen un dueño atento, porque tienen candado, cesta, timbre, y un chisme en el manillar para poner un plano. También hay muchas bicis con remolque para niños, y es muy gracioso ver a dos chavales embutidos en el carrito a toda velocidad por el centro de Copenhague.
En la otra cara de la moneda (corona o euro), en cualquier parte te encuentras bicis destrozadas. Dejadas de la mano de dios. Mugrientas, telarañosas, sin cadena, sin frenos, con las ruedas pinchadas, torcidas o sin ruedas; sin candado, sin manillar ni cuadro (lo que se llaman ruedas sueltas). También existe la leyenda de que hay bicis con una etiqueta amarilla (que quiere decir que dentro de unas semanas la policía se la llevará de donde está), y otras con etiqueta naranja (que quiere decir que puedes cogerla pero que no te la quedes, o sea, que la dejes en cualquier parte para que otros puedan usarla). Reiterar que esto parece más una leyenda urbana que una realidad.
Hay fiebre de bicicletas. No se habla de otra cosa. Todo el mundo está consiguiendo bicis. Hay gente a las que se las regalan, otros las compran, y otros las mangan (tengan o no candado). También hay combinaciones: un compañero se compró una bici, la misma noche se la robaron, y a la mañana siguiente se hizo con unos alicates y en pocos minutos volvió a tener bici.
Aquí el que no corre vuela. Hace varios días le eché el ojo a una bicicleta en Korallen. Está oxidada, hay que cambiarle la rueda de atrás e instalarle unos frenos. El timbre no funciona y la fricción que ejerce la dinamo es absurda. Esta mañana estaba yo en mi habitación y vino José K (caballa) y me dijo que fuéramos a echarle un vistazo a las bicis. Era mi oportunidad. Él también le había echado el ojo a una, y por un momento temí que se tratase de la misma que yo. No, no era. Fue a él a quien se le ocurrió la idea de echarlas a los matorrales. Si en un par de días nadie dice nada, nos las llevaremos a reparar a Roskilde. Cabe decir que luego José K me llevó a un solar con más arbustos y me enseñó otras dos bicis de (ahora) su propiedad, listas para llevarlas al taller.
Os mantendré al día con mis tejemanejes. Ahora llueve. Adiós.

jueves, 2 de octubre de 2008

Transcurriendo el tiempo

Hola. Lo que vais a leer corresponde al martes pasado. Por motivos de peso – estudios, claro – no he podido subirlo hasta ahora.
“Vengo de un cespecito junto a Korallen, de jugar al frisbee y al pañuelito (sí sí) con la delegación española. A las 10 he tenido clase. La clase da a una cocina, y a la hora de comer se ha extendido un aroma delicioso por el aula porque alguien estaba cocinando algo en el horno. Salí afuera y miré con ojos famélicos a la chica que cocinaba; pero no me hizo caso y se comió la lasaña ella sola. Así las cosas, comí en la cantina, y luego me reuní con mi grupo para discutir sobre el dichoso proyecto. Al llegar a la residencia me encontré con el percal del frisbee. Clima: tormentoso; estado de la mar: llana.
Ayer por la tarde fui a pie a Roskilde con Blai, un compañero de clase. Por supeusto, nos perdimos. Atravesamos una pradera enorme que nos podríamos haber ahorrado, pero al menos disfrutamos el paisaje. Las ovejas pacían, la llovizna caía, y ni un alma nos salió al paso.
En Roskilde fuimos al Gimle a ver Amélie. Había bastante gente. Ver Amélie rodeado de niñas francesas le daba a la cosa un toque muy exótico. En el camino de vuelta a la estación de tren me encontré un gorro de lana.”

- CAFELITO EN LA COCINA DE MI DEPARTAMENTO -

Aquí lo dejé el martes. El resto de la semana ha transcurrido sin contratiempos. Ayer por la noche salí en Copenhague. Los miércoles son el día Erasmus en el pub Studenterhuset. Había mucha animación y bailoteo, por sólo 10 coronas (1,3 € aproximadamente). Después de este sitio fuimos a un bar irlandés; y luego cogimos el tren hacia Roskilde, y en Roskilde el tren para Trekroner.
Es curioso que en los pubs hay futbolines, y la gente realmente se lo toma con pasión, agolpándose en torno al juego, vitoreando a los campeones y abucheando a los perdedores. Para haceros una idea de la dimensión social del futbolín, baste decir que hasta yo jugué.
Hoy en la facultad he descubierto que cerca del “rompeuñas” hay un futbolín gratis. Cuando juegue procuraré no exaltarme demasiado para no molestar a la gente que estudia a pocos metros de distancia.
De nuevo decir que siento por mi poca constancia bloguera; pero Rafa se ha ido de viaje y me dijo que no escribiese demasiado. Adiós.