miércoles, 1 de abril de 2009

Dalia

Hace unos meses empecé a describir a gente de aquí que, de una manera u otra, han sido y son importantes para mí. Ha llegado la hora de continuar. El tiempo, implacable, no me dará tregua. Junio asoma en el horizonte.
El sábado se fue Dalia. La pobre no tuvo despedida con mangueras ni lágrimas. También es cierto que se muda a sólo quince kilómetros de aquí, a casa de sus padres. Se fue de allí hace un año, y para pagarse Korallen se buscó un trabajo de lavaplatos. Así, entre semana iba al instituto en Copenhague, y los fines de semana a trabajar a Roskilde.
Dalia es una musulmana rebelde. Lleva el pelo cubierto, pero no toleró que su padre la prohibiese relacionarse con chicos (motivo por el que se marchó de casa). Lleva una medallita dorada con un verso del corán que la protege.
Yo solía ir a verla antes de dormir. Nos quedábamos charlando en su cuarto horas y horas, y es que se podía hablar con ella de lo que fuese, incluidos temas escabrosos o delicados, como la religión. Con un cigarro en la mano, me contaba de su casa en Kirkuk, de las fuentes llenas de fruta, de que su abuelo se despertaba tempranísimo para regar las plantas, de cuando iba con sus amigos a la heladería. Me contaba de un viaje que hizo a Bagdad a escondidas de sus padres. Y también me contaba de cuando la despertaban las sirenas avisando que bombardeaban la ciudad. Su padre desapareció de su vida porque le perseguían en la guerra; y cuando volvió a aparecer fue para llevársela a Dinamarca, teniendo ella once años. Ahora tiene diecinueve, y cuando una vez en una fiesta alguien le dio a la alarma de incendios, ella se despertó con un ataque de pánico al recordar las sirenas de la guerra.
Un tema constante en nuestras conversaciones era un chico con el que estuvo saliendo hasta hace unos meses, con el que se peleaba mucho, que ahora está prometido con otra chica, y al que ella quiere con locura. A Dalia le han pasado historias muy tremendas, dignas de la más truculenta telenovela. Yo he visto a Dalia más veces llorar que sonreír.
A veces cocinaba algún plato iraquí, y siempre me daba un poco. Le regalé el quinqué que robé en el castillo de Hamlet, porque cuando se lo enseñé me dijo que el olor le recordaba al de su casa en Kirkuk. Le encantaban las mariposas y las flores, la música árabe (ya me sé de memoria los funestos cuarenta principales de Iraq), y el cine de Bollywood.
A Dalia le gustaba hablar con la gente, y también quedarse dormida en camas ajenas, arrullada por las voces de los demás y con la luz encendida (le aterra la oscuridad). Y Dalia no sólo habla: escucha con los ojos muy abiertos cada palabra que alguien dice.
Dalia es pura dulzura. A veces le robaba cigarros a María, pero, aparte de eso, era imposible no quererla; es imposible no seguirla queriendo, y será imposible olvidarla.

1 comentario:

Eleuterio Sánchez dijo...

Jler, Rixi, mas emocionado, iyo.
No conocí a Dalia, pero te juro (bueno, no, te prometo; mejor, te digo)que yo tampoco conocí nunca a nadie como Dalia que, por lo que cuentas, hizo un viaje a bagdad, a escondidas de sus padres...¡¡antes de cumplir los once años!! De Guiness, macho.
Como en casos anteriores, se ruega una oración por su alma.
(Y ojo aquí con los chistecitos, Macarroni y Felia, que ya sabeis lo que pasa con estos temas, que los carga el diablo, así en general, que no hay más que leer los periódicos y oir las noticias de Al Yacira)
Ah! y ya le balen a su abuelo, los madrugones, pa poner a la niña a regar, con lo facil que es enchufar la manguera.
También me ha emocionado mucho cuando iba con sus amigos a la heladería.
Y lo del amor.