miércoles, 17 de diciembre de 2008

La víspera del examen

Llevo varios días, ahora sí, estudiando. Metido en mi cuarto leyendo y releyendo el proyecto y tomando notas. Intenté sacarle punta al lápiz con unas tijeras y me quedé sin lápiz, maldita sea. Tengo el examen mañana a las 10. Me pongo delante de los examinadores, les doy la mano, y hago una presentación de cinco minutos sobre el proyecto (el tema de la mía es “errores de nuestra investigación”). Durante un cuarto de hora te hacen preguntas variadas que has de esquivar lo mejor posible. Luego sales luego vuelves a entrar y te dicen la nota. Mi grado de nerviosismo es medio-alto.
Debido a la soledad en que se ha quedado Korallen, estan pasando pocas cosas. He terminado mi supermapa de Copenhague, que ocupa una pared casi entera (un metro de ancho por dos de alto), y estoy rezando porque no se caiga. Me he encontrado un sofá, una lámpara y una cajonera, pero las dos últimas las he dejado fuera porque no sé dónde ponerlas.
Hoy a las cuatro y media ya era de noche. Me comí un kebab y di un paseo por los campos alrededor de la universidad. Es increíble el poco ambiente que hay. Sólo me crucé con una pareja de corredores y un par de ciclistas. Cosa curiosa, encontré el sitio en el que está la estación meteorológica de RUC. Fui diciendo en voz alta mi presentación, y grabándola para calcular el tiempo que tardo y detectar posibles errores.
Hace un rato estaba en mi sofá leyendo “El Guardián entre el Centeno” (que aún no lo he terminado) cuando escuché muchas bocinas en la carretera. Un camión que llevaba un tubo metálico enorme estaba causando una caravana. Salí con mi chaquetón y me quedé mirando hasta que se resolvió el problema (creo que tuvo que pasar por medio de una rotonda o algo así).
Ahora voy a cenar con alguna gentecilla que queda aquí. Os dejo un video que ayer, en el colmo de la tristeza (y del aburrimiento) hicimos Michele y yo. Música: la Penguin Cafe; temperatura: 3º; humedad relativa: 97%.

p.d. Después del examen me pondré a hacer la maleta y a limpiar un poco la habitación, que está que da pena. No sé si escribiré blog o no. Luego me voy a Copenhague, paso la noche en el aeropuerto, y llego al aeropuerto de Málaga a las 10.40. El día 27 vuelvo a Dinamarca, y el 28 me voy a Kiruna a pasar nochevieja. Kiruna es un pueblo en Suecia, a 100 km al norte del círculo polar, donde siempre será de noche y donde hace tanto frío en la calle que dicen que no te puedes sonar la nariz porque los pelillos se congelan y te los puedes clavar (¡verídico!). Vuelvo a Roskilde el 3 de enero, y daré señales de vida en este infausto blog cuando se me hayan descongelado las extremidades. Blog en el que, a propósito, cada vez hay menos animación en lo que a comentarios se refiere, supongo que por hastío del personal.
Glædelig jul og godt nytår.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Monica y Chris

Korallen se vacía. Monica y Chris son americanos, y se les ha acabado la estancia aquí. No son las personas con las que más trato he tenido, ni comían usualmente en mi cocina ni venían a las fiestas; pero puedo afirmar que son una parte muy importante de Korallen y que les echaré de menos.
Para introduciros a Chris, os invito a que visitéis mi primera entrada en este blog, la del 31 de agosto. Estaba en el saloncito del Danhostel y sólo había un cable para el internet. Permitidme autoparafrasearme, “... cuando el danés que lo está usando ahora deje de utilizarlo lo conectaré al portátil...”. Ese danés no era danés. Era un estadounidense corpulento y de voz gravísima: Chris. El mismo que, cuando fui un homeless (22 de septiembre) me preparó espaguetis y me dijo “I'll get you into your room”.
Chris es un hombre sano y fuerte. Salía por la noche a correr o con la bici. Durante todo el día se veía su flexo encendido por la ventana, y era él estudiando. Tenía buena mano para la comida, y compartía gustoso con los demás lo que preparaba. Habla italiano porque pasó dos años viviendo en Italia, y le encantaba hablar con los italianos sobre su estancia allí, recogiendo aceitunas, comiendo queso y bebiendo vino en el cortijo. A veces se arrancaba con un español muy gracioso y por lo general soez. Hacía gracia escucharle hablar sobre su abuela y sobre sus cuatro hermanos mayores.
Chris vivía en uno de los puntos calientes de Korallen: el pasillo adyacente a la spanish kitchen. Incontables habrán sido las noches que no haya pegado ojo a causa del jaleo, y un par de veces salió mosqueado; pero nunca guardó rencor alguno, y siempre animaba a la gente a unirse a las fiestas aun cuando luego él nunca asistiese.
Chris, zalamero con las niñas, crujidor de espaldas. Una gran persona.

Monica es medio sueca, es alta, rubia y tiene los ojos azules. Vivía en la tercera planta. Desde su ventana se veía todo Trekroner, la universidad, y hasta la catedral de Roskilde (muy a lo lejos, claro). Yo solía ir a su cuarto a charlar con ella. En Seattle ella estudia cine, y de hecho su “proyec” era hacer un corto. Pero al final no hablábamos tanto de cine como de la vida. Monica ha tenido una vida dolorosa. Ha sufrido estando en Dinamarca, y puede que siga sufriendo de vuelta a casa. Porque es una persona buena, compasiva incluso con los que la traicionan.
Monica fue una de las que gasearon cuando fue a protestar para que cerrasen el gueto de inmigrantes de Copenhague, y va a conferencias feministas. Es una luchadora. Quiere ser feliz, y estoy seguro de que a pesar de los pesares lo ha sido y lo será.
La gente quiere mucho a Monica. Lo sé por la cantidad de lágrimas españolas que se han derramado por ella.

- MONICA (A LA IZQUIERDA) CON ROCÍO -

Por favor, no recurráis mucho a mi melosidad a la hora de hacer las críticas pertinentes (a la vez que impertinentes) en los comentarios. Gracias.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Jueves, viernes y sábado (raros)

Estos días están siendo un poco raros. Además de la noche casi perpetua en la que vivimos y de que fuera hace más frío que dentro de una nevera, ésta ha sido la última semana para mucha de la gente aquí. Algunos volverán y otros no. El Coral está sensible.
El viernes pasado fue el cumpleaños de Irene. El jueves por la noche le preparamos una sorpresa muy bonita. Maite, nuestro cebo, se quedó con ella en su cuarto viendo LOST. A contrarreloj, una patrulla de gente llenamos todo el borde de un pasillo con doscientas velas que conducían a una cocina. Eva preparó un bizcocho de chocolate. Michele consiguió desactivar el encendido automático de las luces. A la hora convenida – medianoche – el capítulo de LOST terminó, y Maite le propuso a Irene bajar a ver qué se cocía. Y entonces es cuando la cumpleañera se encuentra con el pasillo de velas, y la gente al fondo con una tarta.
La sorpresa quedó genial. Luego la fiesta se desmadró bastante, mas yo me retiré pronto a mis aposentos.
El viernes no hice nada en especial. Fui a la cantina a comer, y luego estuve en un laguito helado tirando piedras a la superficie para romper el hielo.
Esa noche celebramos el fin de año por adelantado. Primero hicimos una cena más íntima (siendo “íntima” un término relativo), con comida para todos los gustos (empanadillas, jamón, quesos, tarta de maíz...); todo buenísimo. Yo, en un alarde de coraje, preparé la famosa tarta de limón, leche condensada y galletas (cambié la leche condensada por yogur porque en este país no tienen leche condensada, malditos sean), y me salió rica pero escasa. Luego fuimos a la spanish kitchen, que estaba entera decorada de navidad, y allí había una multitud de gente venida de todo Trekroner para celebrar el fin de año. Kepa explicó en inglés cómo funciona la tradición de las doce uvas. Cuando llegó medianoche, pusieron en el youtube las campanadas de 1999. A pesar de la multiculturalidad de la susodicha multitud (franceses, italianos, americanos, turcos, canadienses, iraquíes, etc.), la cosa funcionó muy bien y casi todo el mundo se comió las uvas a tiempo. Luego, champán y musiquita para celebrar la entrada del 2009. La fiesta acabó en forma de llorera. Parecía que la cosa se extendería, pero supimos contenerla. Ya habrá tiempo, joler.
El viernes, huyendo de un Korallen que cada vez amenaza con ser más lacrimógeno, fui a Copenhague con Irene, Rocío y una amiga suya de España. Comimos en el restaurante vegetariano de Christiania. Luego estuvimos viendo puestecillos y paseando por la ciudad. En este país se toman la navidad muy a pecho: el interior de cada casa está adornado profusamente, en todos los jardines (públicos o privados) hay arbolillos iluminados, y en cualquier parte te encuentras adornos y luces, incluso en la mismísima RUC. Como motivo navideño utilizan corazones.
Nos tomamos un café en la planta subterránea de un garito y jugamos a un futbolín que no cumplía con ninguno de los estándares establecidos. Andamos un poco más por la ciudad y volvimos a la residencia, donde vimos dos episodios de Padre de Familia y nos fuimos a dormir, muy cansados.
Ayer fui a Roskilde en busca de regalos. La calle peatonal está iluminada con discreción y buen gusto. Hice las compras pertinentes y volví a Korallen. Todo el suelo de mi habitación está ocupado por un supermapa de Copenhague que estoy formando tras haber adquirido dos volúmenes de las páginas amarillas.
Al caer la noche entregamos los regalos del amigo invisible. Luego hicimos una porra para el barça-madrid y se apiñaron todos a ver el partido. Yo no vi ni siquiera un minuto, pero me llevé la porra (trescientas veinte coronitas).
Después hubo una fiesta que se suponía iba a ser la “goodbye party”. Yo huí de tal evento, y me quedé en fiestas alternativas más tranquilas (que no menos llorosas). Llegado un momento, las mangueras de incendios se desenrroscaron, se vaciaron cubos de agua sobre la gente, y la “goodbye party” se convirtió en una “water party” brutal y divertidísima, que acabó con todo inundado, varias pulmonías en proceso de incubación, y un par de puntos de sutura en la cabeza de ****.
Pero eso es otra historia que debe ser contada en otra ocasión.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Frederikssund

Aviso que el post de hoy es espesito. Empieza con una advertencia preliminar (ésta), luego una introducción geográfica, después viene el grueso descriptivo de un viaje sin nada destacable, y acaba con una reflexión melosa hasta la náusea. Si queréis podéis seguir leyendo; pero estáis avisados.
Hoy desperté con una extraña sensación en los ojos. Era el sol. Me vestí a toda prisa, desayuné en el cuarto de Michele y salí con la bici.
El fiordo de Roskilde es una lengua del mar báltico que se adentra unos sesenta kilómetros en Sjælandia. Debajo del todo está Roskilde. Lo del oeste es la península de Hornsherred y lo del este es Sjælandia propiamente dicho. Aproximadamente por la mitad, a treinta kilkómetros al norte de Roskilde, esta lengua de agua alcanza su máxima estrechez, por lo que han tendido un puente de un lado a otro, el puente de Frederik (Frederiksbro).
Eran las 10.30, y tomé rumbo al norte. El cielo estaba muy azul y sin nubes. Fue curioso ver la trayectoria del sol, siempre muy pegado al horizonte. Durante toda la excursión la temperatura no subió de uno o dos grados.
Mi meta era la ciudad de Frederikssund, que es de donde sale el puente hacia Hornsherred. No hice el camino pegado al borde del fiordo, sino por el interior, en el carril bici de una carretera nacional. Todo eran praderas, casitas pintorescas, polígonos industriales y molinos de viento. Yo llevaba un plano cutre elaborado por mí mismo, y en algún cruce debí perderme. Estuve unos kilómetros por la carretera, codo con codo con coches y camiones. De nuevo en el carril bici, le pregunté a un señor cómo llegar. Me respondió en danés. Asentí como si me enterara de algo y me piré. Le pregunté a otro señor de voz rasposa. Volví a perderme y no sé cómo encontré finalmente el camino, pero el caso es que llegué a buena hora y con buen ánimo.
Me di un paseo por la calle peatonal, con las casas de colores. Había mucha gente, pero me pareció una ciudad triste. Demasiado silencio.
Cerca del ayuntamiento compré un queso redondo y cacahuetes. Fui a la oficina de turismo y me llevé todos los mapas que pude. Luego crucé el puente. Al otro lado está Færgelunden, un bosque enorme; con el suelo cubierto de hojas rojas y los troncos verdes de musgo. Aparqué la bici en un área de servicio y paseé por el bosque mientras comía el queso a bocados. El bosque era precioso y relajante.

Crucé el puente de nuevo. La vuelta la hice por un carril bici que iba más pegado al fiordo, y que resultaría ser más pintoresco, más seguro, y más infernal. El camino en cuestión (ruta nº 40: Fjordstien) no era, como a la ida, un carril anexo a una carretera nacional: más bien podríamos decir que era un sendero que se adentraba en la Sjælandia profunda. Granjas, barro, estanques, casas pintorescas y olor a caca de vaca. Me quedé sin agua y tuve que pedir que me rellenaran la botella en una casa. Atravesé el pueblo de Jyllinge, que tenía un parquecito con unas vistas espectaculares al puerto y al fiordo.
A falta de diez kilómetros para Roskilde, el cansancio se apoderó de mí. La noche cayó súbitamente. No había iluminación en la maldita ruta nº 40. Hacía frío. Esta última parte del trayecto tuve que hacerla muy lento, y a veces incluso tuve que bajarme de la bici y seguir un poco a pie. Me comí medio paquete de cacahuetes. Tuve que llamar a otra casa a pedir más agua (que para más inri me sirvieron del grifo del agua caliente). Llegué a RUC exhausto. Aparqué mi bici allí mismo y compré un kebab que me comí camino a Korallen.
El sufrimiento, de todas formas, mereció la pena. A las seis de la tarde, con sesenta kilómetros a mis espaldas, llegué a mi cuarto y caí dormido como un tronco. ¿Y qué he ganado? Pues contemplar la belleza del fiordo; y de los bosques y los campos de Dinamarca.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Algo huele a podrido en Dinamarca

He hecho un intermedio en la limpieza mensual de mi habitación para comentaros un poco qué he hecho este fin de semana. La Penguin Cafe Orchestra retumba en los altavoces. Mi estado mental es bueno. La temperatura exterior es de 6º.
El sábado, y aprovechando que Carlos y Kepa habían alquilado un coche cada uno, nueve korallens y dos novias fuimos a Helsingør. Helsingør es un pueblo en el extremo noreste de Sjælandia, a 30 km al norte de Copenhague.
Llegamos sobre mediodía. Chirimiri pertinaz. Atravesamos con el coche algunas calles estrictamente peatonales y aparcamos cerca de la plaza principal. Allí había montado un mercadillo con productos típicos, y también una pista de patinaje y una noria. Había mucha gente, muchos helsingøreños (a ver qué lingüista me analiza esta palabra). Todo estaba ambientado de navidad, los árboles con luces y los tenderos con gorros de Santa Claus.
Cerca de la plaza, tras cruzar un par de puentes, está el impresionante castillo de Kronborg, conocido porque Shakespeare ambientó aquí Hamlet. Es muy grande, con docenas de salas, habitaciones, escaleras y pináculos; muebles antiguos y muchas ventanas que daban a un tiempo tempestuoso. Un buen lugar en que imaginarse a Hamlet volviéndose loco, con la calavera en la mano o diciendo que Dinamarca huele a podrido. En un ático había unas niñas muy raras disfrazadas de Santa Claus, dos comiendo galletas en una mesa y otra encaramada en las vigas del techo (?).
Dimos un paseo por los jardines alrededor de la fortaleza, que dan al mar, y al otro lado se veía la silueta de Helsingborg, que está en Suecia; y muchos barcos en medio.
Luego bajamos a las mazmorras, oscuras y siniestras. Hacía frío, el techo era muy bajo (Carlos se descalabró), eran muy laberínticas y estaban iluminadas sólo por un bonito quinqué de aceite cada cierto trecho. Daba mucho miedo, y nos alegramos de salir a la luz del día.

- DAVID, FER Y YO. APRÉCIENSE MI ABRIGO NUEVO Y EL CASTILLO DE HAMLET -

Volvimos al centro cuando caía la noche, y comimos en una pizzería de una calidad más que cuestionable, a la que recordaremos como la Pizzería de los Champiñones Crudos.
Dormí durante todo el viaje de vuelta a Korallen. Al llegar estuve un rato escuchando música a la luz de mi nuevo quinqué; luego me duché y fui con Fer a cenar a casa de Blai, que el pobre lleva invitándonos un siglo.
La cena era escalivada, un plato típico catalán. El ambiente era genial. Conté unos cuantos chistes (incluído el de los caracoles y el de la escopeta), y luego unos pocos se fueron de fiesta. Yo me quedé con Blai manteniendo conversaciones filosóficas, y sobre las cuatro nos dormimos.
El domingo amanecí en Copenhague con el cuerpo levemente resacoso. Fregué los restos de la noche anterior, desperté a Blai y nos fuimos a una feria de discos de vinilo que había en el barrio. Curioseamos un poco, y luego salí a ver un partido de fútbol entre equipos infantiles femeninos que había en un pabellón al lado. En cuanto me despisté un segundo me dieron un pelotazo. Arrastré a Blai fuera de la feria de los demonios y fuimos andando hacia Christiania.
El paseo, que son unos pocos kilómetros, fue muy ameno. Vimos la tumba de H. C. Andersen en su respectivo cementerio, y pasamos por calles nuevas que nunca está mal conocer.
En Christiania conocimos a una niña de pelo azul que nos llevó al mercadillo navideño, una carpa enorme atestada de gente. Probamos las galletas de chocolate veganas (sin nada que proceda de los animales, o sea, sin huevo, mantequilla ni leche), que estaban asombrosamente ricas; y luego fuimos a Operaen, un barecillo donde habíamos quedado con unos amigos para presenciar una jam session.
Una jam session es una improvisación musical entre gente que no se conoce. Alguien del público puede subir al escenario, pedir una guitarra y acompañar a la melodía que tocan los demás (que ya de por sí es una improvisación). Personalmente, a mí me resulta emocionante la armonía a la que llegan unos músicos que no se conocen sobre una melodía que no existía antes.
Cuando acabó la jam session, la gente fue a la planta baja, donde había otra jam session más marchosa; pero yo estaba cansado y volví a mi querido Korallen. Cené un arroz iraquí y me acosté sin más preámbulos.
Bueno, vuelvo a mi limpieza. Aún no he comido porque María está preparando botillo, un plato típico de Ponferrada. A ver cuándo suena la campana del rancho.

viernes, 5 de diciembre de 2008

El proyecto maldito y la nevada frustrante

La semana que precedió a Estocolmo fue dura. Muy dura. Para empezar, el jueves era la fecha límite para entregar el proyecto. Empezamos a quedar todos los días de diez de la mañana a siete de la tarde, trabajando a destajo. Gora se erigió como el mandamás absoluto y absolutista. Blai mecanografiaba páginas y páginas, Cécile tres cuartos de lo mismo; yo arreglaba la maquetación; y Yan, que la pobre no se entera de nada, llevaba a cabo un proyecto paralelo enmarcado en su mundo feliz y utópico. La última noche, a falta de diez páginas, a Gora se le fue la cabeza y nos dijo que íbamos a suspender, que nos quedásemos todas las navidades trabajando y que lo entregásemos en enero. Qué noche más tensa. Blai y yo juramos que acabaríamos el proyecto fuera como fuese. Toda la noche corrigiendo, maquetando, poniendo la letra más grande, desarrollando teorías aburridísimas. Gora dejó de dar señales de vida sobre las cuatro. Sobre las once de la mañana siguiente el proyecto por fin contaba con las 45 páginas requeridas. Pocos minutos después de haber acabado el maldito proyecto, Yan nos informa de que se ha puesto en contacto con el supervisor, y que nos ha dado una semana extra. Que caiga un rayo y arda RUC, cagoentó.
Por otra parte, el clima se porta mal. Hace un frío de coj., y el miércoles nevó, cosa que recibí con relativamente poca alegría; y para colmo al día siguiente toda la nieve se había derretido, por lo que fue una nevada más bien frustrante.
Como contrapunto, han pasado algunas cosillas no mu malas. Ya soy danés (o sea, ya he recibido el CPR), ya soy estudiante de RUC (o sea, ya he recibido el carné), me he encontrado un mueblecito y me lo he agenciado como mesilla de noche (he puesto encima una vela y la moleskine, mala combinación ahora que lo pienso), el sábado pasado salimos a un tugurio en Copenhague que me gustó mucho; y ayer hubo en Korallen una “Tapas Party” con tortillas de patata buenísimas, jamón serrano, y unos canapés de cebolla caramelizada que YO hice.
Hoy por la mañana he estado en el focus group del proyecto de unas niñas. Nos dejan un folletito que ellas han elaborado para que lo leamos, y luego nos hacen preguntas, para que debatamos y podamos darles nuevas ideas. Por la tarde he cogido la bici para ir a Roskilde. Me perdí a propósito, me ladró un perro, y entré en misa. Sí, sí, en misa. Me pareció la manera más barata de visitar la catedral. A propósito, la misa ha sido muy bonita. Me la he tragado entera a pesar de ser en danés. Había un coro que cantaba como los ángeles, acompañado por el órgano. Sólo no me ha gustado que el cura la dio de espaldas. A pesar de eso, muy, muy bonita; y no ha habido ni comunión ni cepillo, así que no puedo quejarme. Hoy ha sido un buen día.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Estocolmo (parte 4 de 4)

Lo de dejaros anteayer con la intriga de en qué habitación dormí fue hecho ex profeso para que no dejáseis de leer esta crónica, más bien aburrida, de mis peripecias en Estocolmo.
De hecho, no dormí en mi habitación. El hotel (su nombre es “Best Hostel Old Town”) es un edificio de cuatro plantas, y por dentro es un laberinto absoluto. No es una exageración: hay pasillos que hacen zig-zag, escaleras rectas y de caracol, de madera o metálicas; cocinas, salones, puertas en todos lados (algunas que dan a habitaciones y otras que dan a escaleras)... no os podéis hacer una idea. O eran varias viviendas y se han dedicado a tirar tabiques, o bien el arquitecto se había fumado un porro.
Nosotros teníamos reservadas varias habitaciones de varias camas cada una. Las dos primeras noches dormí con Pasquale, Marianne, Laura, Michele y Paolo; pero la última noche (la noche que os mantiene con la intriga) dormí con todos los españoles. La verdad es que no tenía ningún motivo, sólo por cambiar un poco, porque había camas libres. El techo estaba inclinado y las camas estaban separadas por mamparas de tela. Era muy divertido estar allí con la gente, yendo de mampara a mampara, riéndonos, poniendo las ropas mojadas en la calefacción, etcétera. He de decir (ejem) que también dormía allí un hombre mayor que llevaba sus pertenencias en un carrito.
Intriga resuelta, pues. El jueves, último día en Estocolmo, dimos un paseo por Skepps Holmen, que es una islita rodeada de barcos. Cada vez había menos nieve, y pudimos ver algo de verde en los parques y el verdadero color de los tejados (pizarra negra y verde).
Paseamos por las callejas de piedra de Gamla Stan. Visité la tienda de Tintín, que tenía algunas miniaturas increíbles (por ejemplo una réplica del avión de Carreidas, o Rascar Capac tirando una bola de cristal al suelo, con esa cara que da tanto rile), muy caras (mínimo doscientos leuros).

Comimos en un restaurante subterráneo que en su tiempo fue la cárcel del Gamla Stan. Yo comí quiche de marisco, ensala y café, de nuevo por siete euros. La camarera, trenzas vikinga y mirada penetrante.
A las cinco habíamos quedado en la puerta del hotel para irnos. Yo estuve a punto de irme sin pagar, pero no lo conseguí. Camino a la estación, todo el mundo iba muy rápido; yo me quedé rezagado con Rocío y Laura, y al llegar a la estación (rehaciendo el camino que hicimos Laura y yo el primer día) no localizamos a nadie. Cogimos el Arlanda Express hacia el aeropuerto y nos perdimos por las terminales hasta encontrar la nuestra.
Hicimos el chequín y comimos quicos. Llegaron los otros. Pasamos por los controles de seguridad de turno, y nos montamos en el avión. El viaje fue sin contratiempos. Yo fui en la ventanilla, y detrás mía había un bebé que me tiraba del gorro. Al llegar a Copenhague, y tras hacer el loco con los carritos de las maletas, cogimos el tren hacia Trekroner, comiendo un chocolate buenísimo que había comprado esa misma tarde en el Gamla Stan. Se notó mucho el cambio de la temperatura, y Dinamarca nos pareció incluso una tierra calurosa, después de los días que habíamos pasado en Estocolmo. En Korallen se desarrollaba la fiesta de acción de gracias americana; pero no, gracias.

- DETRÁS: YO, MAITE DE HVIDOVRE Y EL HOMBRO DE EVA. DELANTE NUESTRA, JOSEMA, BLANCA DE HVIDOVRE Y PAULA, TODOS DORMIDOS COMO TRONCOS -

He aquí la reflexión final cargada de melosidad. Irme de Estocolmo a Dinamarca me dio pena. Es una ciudad preciosa, y lo pasé genial con mis amigos. He pasado varios días un poco tocado por la experiencia, añorando el laberíntico Best Hostel. Esto me hace pensar, ¿en qué grado añoraré Roskilde cuando me vaya para siempre?

martes, 2 de diciembre de 2008

Estocolmo (parte 3 de 4)

El miércoles por la mañana nevaba. Fuimos a desayunar a una cafetería calentita y acogedora en el Gamla Stan, sandwich con café y camarera de agradable mirada. Paseamos un poco por el barrio y compramos algún que otro capricho; y luego Laura, Maite, Rocío y yo nos encaminamos al barrio sur, Södermalm, a comprar unas botas para la nieve. Hay una tienda (número 2) que encontraron los italianos el primer día, donde por 10 euros te las compras. Son horrorosas y por detrás pone Belle, pero al menos son calentitas. Rompí un atijo in situ (al ponérmelas en la tienda), pero me dio vergüenza decirlo. Comimos unas galletitas de canela que había en el mostrador para los clientes y salimos del local con nuestras llamativas botas nuevas.
Esta parte de la ciudad es un poco montañosa; el número 3 es un mirador al que se llega por un puente vertiginoso. Eché mil fotos a la ciudad, que era un mar de tejados nevados, y volvimos al Gamla Stan. En el número 4 nos reencontramos con el resto de la tropa. Ahí está el palacio real, y llegamos justo para presenciar el cambio de guardia, a las once. Tamborcitos y cornetas y soldados haciendo figuritas.
Luego fuimos a ver la catedral, el número 5. Es muy alta, y el pico principal es de hierro forjado de manera que se puede ver a través el cielo azul. Azul digo, porque salió el sol, para alegría de los excursionistas, tan hastiados ya de tanta nievecita del puentencito.

Fuimos al ayuntamiento (número 6), un edificio de ladrillo rojo a la orilla del agua, que es donde se entregan los premios Nobel. Tiene un patio interior con una columnata, y un muelle en el mar. Me llamó mucho la atención el sonido: un goteo constante e intenso, provocado por la nieve que se derretía en los tejados y caía al suelo.
Fuimos al Norrmalm, y comimos (número 8) en la calle Droninggatan, la cual ya mencioné en este infausto blog. De nuevo por muy buen precio (ocho euros), pollo a la plancha con patatas, ensalada libre, pan y cafecito. El servicio estaba estropeado y tuve que ir a la estación de metro.
Paseamos por Droninggatan, donde la gente se compró gorros, chaquetones y guantes (a propósito, Estocolmo es la ciudad donde más guantes sueltos hay en el suelo por metro cuadrado). Rocío y yo nos quedamos solos y fuimos a la pista de patinaje en el Kungsträdgården (número 9) a esperar hasta que llegó el resto del grupo.
Qué bien nos lo pasamos. Al principio titubeábamos, pero luego cogimos soltura y acabamos todos cogidos de la mano, dando vueltas ocupando toda la pista, o en fila como si fuéramos un tren. Nos caíamos, intentábamos frenar, nos agarrábamos a las vallas del borde, nos reíamos mucho.
A las seis cerró la pista, y nos encaminamos al Kungliga Humlegården (número 9), donde el día antes habíamos visto a los niños con los trineos. En principio la gente no tenía muchas ganas de ir a este sitio, porque querían volver pronto al hotel para ducharse y salir a algún pub. Pero entonces nos encontramos con los italianos, que se habían agenciado un trineo. Y fue la apoteosis. Al principio nos turnábamos el trineo, pero luego empezamos a usarlo de dos en dos y de tres en tres; y luego a usar bolsas de plástico e incluso a otras personas. Era fantástico. Estuvimos como una hora tirándonos colina abajo y haciendo el indio.

Deshidratados, cansadísimos, tras un angustioso rato en que creímos que Michele había perdido su mochila con todos los documentos, emprendimos el camino de vuelta. Volvimos atravesando parte del palacio real (número 11).
Esta vez cocinaron los franceses, una tortilla muy rica con verduras y demás condimentos, y luego salimos a un pub que he indicado con el número 12. Había karaoke. Canté Blowin' in the Wind con Rocío, Josema y Michele; pero luego empecé a encontrarme mal (hiato) y volví al hotel. En el camino conocí a Olaf, un sueco de Linköping muy gracioso que hablaba español y con quien estuve charlando mucho tiempo; luego en el hotel estuve charlando mucho tiempo con un brasileño que tocaba en un grupo; y luego junto a la puerta de la habitación estuve charlando mucho tiempo con una amiga francesa con la que por más que hablemos nunca nos entenderemos. Fui a una habitación que no era la mía y me dormí.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Estocolmo (parte 2 de 4)

El martes amaneció nublado, pero no nevó durante todo el día, e incluso llegamos a ver el sol. Nos levantamos temprano para pasear por Estocolmo.
He dibujado con el paint un burdo plano de la ciudad con mi trayectoria durante este primer día.

Estocolmo está formado por una miríada de islas que están enganchadas entre sí por puentes. El hotelito (número 1) está en el Gamla Stan, que es el casco antiguo de Estocolmo. Fuimos bordeando el mar hasta el número 2, Strandvägen, una larga avenida con árboles altísimos a ambos lados cuyas sus copas forman un túnel. Todo estaba completamente cubierto de nieve. En el agua había yates y veleros. Cruzamos el puente que lleva a Djugården, y el número 3 indica dónde se escindió el nutrido grupo, porque es difícil mantener la cohesión en un grupo de dieciocho personas, todas ellas locas. Laura, Rocío y yo nos dimos un paseo por un jardín, completamente nevado y con unas vistas preciosas a la ciudad. Luego entramos al museo Vasa (número 4), donde estaba el resto del grupo.
El Vasa es un barco que se hundió hace cuatrocientos años en la costa de Estocolmo, como el Titanic. Hace sesenta años decidieron reflotarlo y restaurarlo, y está expuesto en el museo, rodeado de explicaciones de cómo era la sociedad sueca de la época, y de cómo lo reflotaron. Es un barco giganetsco, y verlo allí todo un espectáculo.
Salimos del Vasa, y el grupo iba tan lentísimo que Maite, Rocío y yo nos volvimos a escindir. Fuimos por un parquecito y entramos en una iglesia gótica (número 5) para visitarla. Por dentro era muy bonita, pero salimos escopetados cuando nos dimos cuenta de que acababa de haber un entierro y que el muerto estaba allí en persona.
El número 6 indica el bar donde comimos. Para entonces, de tanta nieve, tantos charcos, tanto hielo, tantos coches salpicando, teníamos los pies empapados y empezábamos a coger frío. Comí descalzo, con las zapatillas encima de la calefacción. La comida era sueca, buena y barata. Por siete euros, unos crepes de patata, beicon con mermelada, ensalada autoservicio, pan con mantequilla, bebida y café con leche. Buenísimo.
Salimos cuando empezaba a oscurecer. Atravesamos el Kungliga Humlegården (número 7), un parque enorme donde había muchos niños jugando con trineos. Las farolas se encendieron, dándole un toque cálido al ambiente. Maite y yo:

El número 8 es una calle con tiendas de dineriti, alfombra roja (porque tenía lugar un festival de cine), calorcito en las terrazas de los bares y una iluminación navideña de muy buen gusto. En particular me gustó un árbol de navidad con luces que “caían” como si fueran copos de nieve.
El número 9 es otro parque, el Kungsträdgården, más pequeño que el anterior pero con una pista de patinaje sobre hielo. Aquí presenciamos algunos porrazos importantes, y llamé por teléfono a papá y mamá y Celia, aunque Celia creo que estaba en Tarifa (aaaggghhhhh).
Seguimos andando. La calle Drotninggatan (número 10) es la calle más importante de Estocolmo. Peatonal, larguísima, llena de tiendas y bares. En el suelo hay, en toda su extensión, palabras plateadas que dicen algo; lo malo es que está en sueco y me quedé con la intriga.
Dimos media vuelta y volvimos a una plaza enorme (número 11) a la que hay que bajar por escaleras porque está en un nivel inferior al de la calle. Alrededor hay edificios de oficinas y centros comerciales, todo muy espectacular.
Volvimos al hotel, cansadísimos. Con Eva como jefa de cocina, se preparó un arroz con queso y jamón, que comimos entre todos. Michele contó una versión en español de Robin Hood (“Roberto Capucha”). Después unos pocos nos fuimos a dar un paseo por el Gamla Stan, un laberinto de callejuelas empedradas que me recordó a pueblecillos como Genalguacil. Como punto álgido de la noche, Rocío me atacó traicioneramente con una bola de nieve. Volvimos al hotel, donde había gente que se había tomado más de un chupito, y me fui a dormir. Estado de la mar: llana; temperatura: -6º.