lunes, 1 de diciembre de 2008

Estocolmo (parte 2 de 4)

El martes amaneció nublado, pero no nevó durante todo el día, e incluso llegamos a ver el sol. Nos levantamos temprano para pasear por Estocolmo.
He dibujado con el paint un burdo plano de la ciudad con mi trayectoria durante este primer día.

Estocolmo está formado por una miríada de islas que están enganchadas entre sí por puentes. El hotelito (número 1) está en el Gamla Stan, que es el casco antiguo de Estocolmo. Fuimos bordeando el mar hasta el número 2, Strandvägen, una larga avenida con árboles altísimos a ambos lados cuyas sus copas forman un túnel. Todo estaba completamente cubierto de nieve. En el agua había yates y veleros. Cruzamos el puente que lleva a Djugården, y el número 3 indica dónde se escindió el nutrido grupo, porque es difícil mantener la cohesión en un grupo de dieciocho personas, todas ellas locas. Laura, Rocío y yo nos dimos un paseo por un jardín, completamente nevado y con unas vistas preciosas a la ciudad. Luego entramos al museo Vasa (número 4), donde estaba el resto del grupo.
El Vasa es un barco que se hundió hace cuatrocientos años en la costa de Estocolmo, como el Titanic. Hace sesenta años decidieron reflotarlo y restaurarlo, y está expuesto en el museo, rodeado de explicaciones de cómo era la sociedad sueca de la época, y de cómo lo reflotaron. Es un barco giganetsco, y verlo allí todo un espectáculo.
Salimos del Vasa, y el grupo iba tan lentísimo que Maite, Rocío y yo nos volvimos a escindir. Fuimos por un parquecito y entramos en una iglesia gótica (número 5) para visitarla. Por dentro era muy bonita, pero salimos escopetados cuando nos dimos cuenta de que acababa de haber un entierro y que el muerto estaba allí en persona.
El número 6 indica el bar donde comimos. Para entonces, de tanta nieve, tantos charcos, tanto hielo, tantos coches salpicando, teníamos los pies empapados y empezábamos a coger frío. Comí descalzo, con las zapatillas encima de la calefacción. La comida era sueca, buena y barata. Por siete euros, unos crepes de patata, beicon con mermelada, ensalada autoservicio, pan con mantequilla, bebida y café con leche. Buenísimo.
Salimos cuando empezaba a oscurecer. Atravesamos el Kungliga Humlegården (número 7), un parque enorme donde había muchos niños jugando con trineos. Las farolas se encendieron, dándole un toque cálido al ambiente. Maite y yo:

El número 8 es una calle con tiendas de dineriti, alfombra roja (porque tenía lugar un festival de cine), calorcito en las terrazas de los bares y una iluminación navideña de muy buen gusto. En particular me gustó un árbol de navidad con luces que “caían” como si fueran copos de nieve.
El número 9 es otro parque, el Kungsträdgården, más pequeño que el anterior pero con una pista de patinaje sobre hielo. Aquí presenciamos algunos porrazos importantes, y llamé por teléfono a papá y mamá y Celia, aunque Celia creo que estaba en Tarifa (aaaggghhhhh).
Seguimos andando. La calle Drotninggatan (número 10) es la calle más importante de Estocolmo. Peatonal, larguísima, llena de tiendas y bares. En el suelo hay, en toda su extensión, palabras plateadas que dicen algo; lo malo es que está en sueco y me quedé con la intriga.
Dimos media vuelta y volvimos a una plaza enorme (número 11) a la que hay que bajar por escaleras porque está en un nivel inferior al de la calle. Alrededor hay edificios de oficinas y centros comerciales, todo muy espectacular.
Volvimos al hotel, cansadísimos. Con Eva como jefa de cocina, se preparó un arroz con queso y jamón, que comimos entre todos. Michele contó una versión en español de Robin Hood (“Roberto Capucha”). Después unos pocos nos fuimos a dar un paseo por el Gamla Stan, un laberinto de callejuelas empedradas que me recordó a pueblecillos como Genalguacil. Como punto álgido de la noche, Rocío me atacó traicioneramente con una bola de nieve. Volvimos al hotel, donde había gente que se había tomado más de un chupito, y me fui a dormir. Estado de la mar: llana; temperatura: -6º.

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