domingo, 16 de noviembre de 2008

Greve

Ayer teníamos pensado levantarnos a las diez para ir en bici a Holbæk, un pueblo a unos veinte kilómetros al oeste de Roskilde. Compraríamos cosas en el Fakta, haríamos un picnic y nos echaríamos fotos a la orilla del fiordo. Por supuesto, todo este bucólico plan se desmorona cuando nos despertamos, resacosillos, a las dos de la tarde.
De todas maneras, el clima no era del todo malo, así que sobre las tres llené la mochila de ropa seca y cogí la bici en dirección a Greve, un pueblo a once kilómetros al sur que tiene playa en el mar báltico (Østersøen). Mis compañeros de excursión decidieron quedarse estudiando, y por eso dejamos lo de Holbæk para otro día.
El camino no se me hizo muy largo. Era una carretera con el suelo lleno de hojas húmedas que atravesaba praderas y granjas. Poco tráfico y no mucho frío. Sin embargo, dos cosas me dieron mala espina: 1) un trecho del camino era sin carril bici; 2) la carretera no tenía farolas. Empecé a preocuparme sobre la vuelta, porque sabía que la haría enteramente de noche. Ya pensaría algo.
A las afueras de Greve le pregunté a una señoritinga que iba en bici cómo llegar a la playa; y ella resultó vivir a sólo 500 metros de la orilla y se ofreció amablemente a llevarme. Fui charlando con ella, me enseñó las dos partes de Greve (la antigua y la moderna), me preguntó si hablaba alemán porque su inglés no era muy bueno, me dijo que venía de montar a caballo y que su hijo había estado en Madrid el pasado septiembre en un congreso de arquitectura.
Llegué a la playa. Fue muy emocionante porque me recordó a los Pinos: extensa, con su bosquecillo detrás, relajantísima. Había muchas algas. Cogí la muestra pertinente de arena. Para cuando empecé el camino de vuelta era noche cerrada, y no me apetecía volver por el mismo camino. Y entonces veo una indicación que dice: “København 22”, y, sin pensármelo dos veces, encamino mi bici hacia Copenhague.
Este trayecto fue una locura. La carretera iba recta hacia la capital, pero de repente gira hacia el norte, y me perdí. Atravesé pueblos y bosques, zonas residenciales, un campito enbarrado, plazuelas, puentes, túneles, y hasta subí unas escaleras. Finalmente reconocí Roskildevej, que es una de las carreteras de entrada a Copenhague; y sobre las ocho, exhausto y sudoroso, llegué a la estación central.
Engullí un perrito caliente y me di un paseo por las calles circundantes a Strøget. En una plaza había un mercadillo con muchos puestos, cada uno con productos típicos de algún país europeo (con la típica “paëlla” española). Merendé a base de las muestras gratuitas; pero al llegar a un puesto con unos trozos de turrón que harían palidecer a la mismísima Felia, mi contención se desbordó, y me gasté 40 coronas.
Volví a la estación central (donde me preguntaron varias veces cómo llegar a tal sitio o cómo comprar tal billete), y cuando llegué a Korallen, hastiado y sucio, me duché, cené revuelto de champiñones, charlé con Dalia, estuve con el ordenador, y me acosté.

3 comentarios:

Eleuterio Sánchez dijo...

Joler, Rixal, ya que te pierdes podías habere tardado un poco más en encontrarte, macho, eso sí que hubiera sido una aventura.
Muy emocionante lo de la playa, lo de los pinos...Lo de la comida y la resaca, yastá más bisto que el TBO, iyo.
¿hiciste fotos? ¿Estaba buena la señoritinga? ¿intimásteis?(físicamente, me refiero; filosóficamente lo doy por descartado).
(Por lo que cuentas, sospecho que el Dios de las Bicis Robadas -al que rezo con fruicción, una vez cuando era chico me tangaron la bomba- aún te persigue, así que andate con ojo)

Blai dijo...

Jajaj, vaya aventura! Que grande. Y todo eso en vez de ir al CPH DOX. Digno de un buen estudiante de Comunicación!

Sin embargo, yo sí que fui y vi una película catalana. Toma!

Y hoy estoy intentando avanzar con el project, tú como lo llevas? Dime algo!

Eleuterio Sánchez dijo...

Eso, Rixal, echale guebos y contesta en público, macho, cómo yebas el proyect?
¡¡Ahí te queremos ver!!