domingo, 11 de enero de 2009

Viaje a la Laponia (parte 5 de 5)

Dos de enero. Último día en Kiruna, último día del año en que no saldría el sol. Pero aún quedaban cosas que hacer. Marianne, Blanca, Hugo y yo fuimos a esquiar al monte Luossavaara. Este monte era una mina hasta que dejó de ser rentable; entonces hicieron una pista de esquí con cinco bajadas. Abrían a las 11.30. Fuimos andando, y en el camino vimos un peñasco impresionante y los edificios abandonados de la mina. Un resplandor rojo indicaba dónde estaba el sol, a apenas unos milímetros por debajo del horizonte, como queriendo asomarse. Alquilamos los esquís y compramos el 4-5 (forfai), y cogimos la percha para subir a la pista azul (la más fácil). Sólo el coger la percha ya fue una odisea. Cuando estuvimos arriba, casi me muero de la impresión. La pista era empinada y larguísima. Por suerte, había muy poca gente, estábamos casi solos.

Hugo, buen esquiador, nos dio lecciones básicas. Luego comenzó el tormento. Me caí cientos de veces. En cuanto me descuidaba cogía muchísima velocidad. Cuando entraba en un poco de hielo se me torcían las piernas. A casi veinticinco grados bajo cero, tenía el bigote y las gafas congelados. Al tiempo que yo bajaba una vez, Hugo y Marianne bajaban cuatro. Blanca empezó a mi mediocre nivel, pero acabó sobrepasándome con creces. Desde el suelo los veía subir con la percha. Una vez se me cayó un esquí, y tuve que arrastrarme media pista hasta la valla de madera para poder incorporarme y ponérmelo. Fue infernal. Lo de la percha era otro numerito, y un par de veces tuvo que salir el encargado para ayudarme. Eso sí, las vistas eran espectaculares. Alrededor había un mar interminable de montañas nevadas, muy impresionante. A causa del frío la batería de la cámara se acabó de súbito, por lo que ahora ese espectáculo reside sólo en nuestra memoria.
Comimos unos sandwiches en un garito donde estaban todos los esquiadores. Seguimos esquiando (o, en mi caso, blasfemando y arrastrándome humillado) hasta las 15.00, ya de noche. A esas alturas esquiaba con las gafas quitadas porque eran puro hielo.
Volvimos al Yellow House. Chocolate caliente, hacer las maletas, partida de cartas, adiós a las niñas holandesas y a la estación a coger el tren.

A las 17.30 nos fuimos de Kiruna. Todos excepto Vianney y Noémie, que se volverían con la furgoneta. Marianne y Paule tenían un coche cama, y la primera parte del viaje la hicimos en su compartimento, mirando mapas y diciendo las capitales del mundo. Me dormí momentáneamente. Luego llegó más gente y nos fuimos a nuestros miserables asientos.
Esta noche sí que dormí más tiempo, a pesar del traqueteo y la mala postura. Sobre las 8.30 empezó a amanecer. Nos reencontramos con el sol; y con Josema, Blanca y María, que habían pasado la noche aislados del resto porque su vagón estaba después del restaurante, que cerraba por la noche. Desayunamos unos sandwiches que hizo Fer, y a las 10.10 llegamos a Estocolmo.
Ahora empieza lo gracioso. Hugo, Fer y yo teníamos el tren a Copenhague (en sueco Köpenhamn) a las 10.20, y Blanca, María y Josema tenían pensado coger uno a las 17.00, pero aún no tenían los billetes. Marianne y Paule cogían el de las 17.00, y sí que tenían los billetes. Como Estocolmo es tan bonito, decidí coger el tren de las 17.00, porque gracias al interraíl el billete sólo vale 4 euros. Cruel destino. A las 10.25, cuando acababa de salir un tren como una plaza a mi nombre, nos dice la señorita que no hay más plazas en el de las 17.00; que tenemos que coger uno a las 13.15 que, para más inri, no es directo sino con escala en Göteborg. Maldije al universo.

- EN LOS MOSTRADORES DE ESTOCOLMO, MOMENTOS DESPUÉS DE RECIBIR LA NEFASTA NOTICIA -

Resignados, dimos un paseo por Estocolmo. Compré chocolates en mi tienda predilecta. Luego cogimos el tren, y llegamos a Göteborg tras cinco horas de viaje. Nuestro consuelo era que teníamos dos horas para ver un poco de esta ciudad, que dicen que es una de las más bonitas de Suecia.
Maldición. La estación de Göteborg está en un barrio poco recomendable. Fuimos andando hasta el puerto, donde había un par de veleros bonitos, un edificio futurista y la ópera; pero no había ni un alma, sólo de cuando en cuando una figura embozada y siniestra.
Nuestro tren a Copenhague salió a las 19.40. Después de Malmö cruzamos el puente y, por fin, a medianoche, llegamos a la querida capital danesa. Blanca, que vive allí, se marchó. Josema, María (recuerden que la pobre ha estado coja todo el viaje, empapándose de la tele sueca, que por lo menos está en inglés) y yo cogimos el tren hacia Trekroner a las 0.07.
Llegamos a Korallen, despertamos a Fer (que había llegado varias horas antes) y nos fuimos a nuestras habitaciones. Yo ni siquiera deshice mi maleta. Lo dejé para otro momento: la ropa sucia, los mapas, la arena del fondo de la mina, un par de señales sustraídas del tren; todo podía esperar. Lo más importante, los recuerdos, no necesitan que se les ordene.

2 comentarios:

Miguel dijo...

JOLER MACHO, qué :
--principio más gracioso (UN SOL QUE PARECE QUE QUERÍA ASOMARSE...¡¡¡jejejejje, que mariconada con perdón de quien lea por akí, no digo con perdón de los abuelos que luego pasa lo que pasa,....ostia lo he dicho¡¡¡uuuuuu).

--DESENLACE con más incógnita (EMBOZADO que significa??,

--FIN más melancólico, LOS RECUERDOS NO NECESITAN ORDENARSE..., Richi te hacen falta un par de galletones bien daosss¡¡

UN SALUDO a los nuevos foristas, FELIA, quién nos dejará su coche cuando vayamos a covenjaun??
fEEELIAAAAAA que no CETEVERPELO¡¡

Anónimo dijo...

gracias.
gracias.
-YA SALGO EN EL BLOG-
por cierto...yo sigo reposando en vacaciones.. se ofrece espacio "cool" para iniciaciones (soy consciente de que esto suena realmente mal, espero que me perdonen tus familiares y amigos, carece de cualquier connotación sexual)..vaerese 22-
quiero una próxima entrega de CORALITOS.