lunes, 5 de enero de 2009

Viaje a la Laponia (parte 1 de 5)

Hugo, Fer y yo salimos de Korallen el 28 de diciembre a las 7 de la mañana. A las 8.31 cogimos en Copenhague el tren directo a Estocolmo. El viaje duró unas seis horas y fue muy tranquilo. Al principio había mucha niebla, y luego apareció la nieve. A ambos lados se extendían kilómetros y kilómetros de bosques y muchos lagos helados.
Dimos un paseo por Estocolmo, donde volvimos a visitar nuestro hotelito y la tienda de chocolates del Gamla Stan. Compré cuatro bombones que metí en un bolsillo de la mochila y que al término del día se habían derretido, malditsa sea.
En la estación de Estocolmo nos encontramos con Blanca, María y Josema, que habían venido en autobús. Ellos no tenían aún el billete hacia Kiruna. Gracias a una vendedora muy apañada pudieron comprar los últimos billetes que quedaban en nuestro tren, eso sí, en el vagón de los perros. De otra manera, los pobres se habrían comido las uvas en Estocolmo (que, oye, tampoco hubiera estado tan mal).
El tren para Kiruna salía a las 18.12 pero se retrasó dos horas. Matamos el tiempo jugando a las cartas y comiendo unas tostasnackas. En el andén hacía un frío que te rilas. A las 20.30, emocionadísimos, emprendimos el camino hacia Kiruna.
Hicimos casi todo el viaje en la más absoluta oscuridad. A veces saltaban chispas de la catenaria, y se podían ver, como iluminados por un relámpago, árboles altísimos y mucha nieve. Al principio había bastantes pueblos, pero conforme subíamos el paisaje se iba desertizando más y más. Yo no podía conciliar el sueño porque el asiento era incomodísimo, y vi las estaciones, nevadas y silenciosas, de pueblos con nombres tan extraños como Gävle, Bollnäs, Järvsjö, Ånge, Bräke, Vännäs, Jörn, Älvsbyn. Luego el cielo empezó a clarear y apareció el paisaje blanquísimo y los bosques interminables. En Boden me bajé del tren para tomar el fresco, y presencié cómo cambiaban de sitio unos vagones.

Desayuné en la cafetería del tren, y justo después de Murjek anunciaron por la megafonía que habíamos cruzado el círculo polar. No veríamos más el sol hasta el tres de enero. Pasamos Gällivare y finalmente, a las 11.35, llegamos a Kiruna.
La primera vista era una montaña con las estrambóticas construcciones que hay fuera de una mina. Al lado hay un lago helado y un monte nevado, y en medio de todo esto el pueblo de Kiruna, cubierto por una espesa capa de nieve e iluminado por una luz de amanecer que duró horas y horas.
Curiosamente, hacía más calor en Kiruna que en Estocolmo: -1º (en Estocolmo hacía -5).
En la estación nos encontramos con una pareja de franceses coralineros muy simpáticos, Vianney y Noémie, que habían ido hasta allí en furgoneta (habiéndose recorrido primero toda Finlandia). Ellos llevaron al hotel las mochilas en la furgoneta, y nosotros subimos andando.
En el hotel, el Yellow House, aún no estaban disponibles las llaves de nuestras habitaciones, así que bajamos al centro de la ciudad a la oficina de información.

- FER, BLANCA Y YO -

Las casas de Kiruna son de colores; hay casas bajas y también bloques de pisos. Las calles son muy anchas, y esto es así para dejar espacio a la nieve que apartan las máquinas quitanieves. Así, la calle tiene una anchura normal, solo que a cada lado se extienden montículos de nieve de hasta metro y medio de altos. Por supuesto, no se veía nada de acera ni pavimento, pues todo está cubierto por una peligrosa combinación de hielo y nieve. Que se lo digan a María.
Gradualmente, la luz violeta del amanecer se tornó en luz roja de atardecer. Fuimos con la furgoneta hasta la orilla del lago (que se llama Luossajärvi). Allí echamos cientos de fotos al cielo, nos metimos hasta la cintura en nieve y echamos una batalla brutal y agotadora.
Cayó finalmente la noche y volvimos al Yellow House; y yo salí a pasear por Kiruna. Vi la catedral, muy bonita, de madera roja. Estaba asustado porque está en medio de un parque oscuro y temía que me saliera un lobo o algo así. En un par de ocasiones estuve a punto de romperme la crisma por culpa del hielo. La gente que ví se desplazaba en unos trineos que eran como patinetes sin ruedas. En busca de un buen sitio para ver la aurora boreal subí hasta uno de los puntos más altos, donde había un colegio. El cielo estaba muy claro (en diez minutos vi dos o tres estrellas fugaces), y se veía Kiruna extenderse a tus pies.

Llegué al hotel justo para la cena en la cocina común (espaguetis). Después nos abrigamos y cogimos la furgoneta para ir al borde del lago, donde no hay nada de iluminación y podríamos quizás ver alguna aurora boreal. Saliendo del hotel, María se resbaló y se hizo daño en la rodilla, lo cual traería, como veréis más adelante, consecuencias.
Estuvimos a orillas del Luossajärvi un par de horas, pero ni rastro de Aurora en el cielo. Llegamos incluso a convocarla en voz alta, y se habló de sacrificar a Fer a los dioses; pero nada. Hacía un frío mortal. Se dieron clases básicas de astronomía y electromagnetismo. Para entrar en calor entablamos una encarnizada batalla de nieve Francia vs España; y luego nos fuimos al hotel a dormir.

p.d. Como veréis, aún os quedan cuatro posts sobre el viaje a la Laponia sueca. Posts largos y de lectura tediosa. Perdonadme. De vuelta al Korralen, hay poco que contar. La gente va llegando, pero esto sigue estando mu vacío... hace mucho frío (¡-8º!), todo está helado. Lo dicho, espero que no os pueda el aburrimiento y que lleguéis hasta el final en estos cinco posts kiruneses.

2 comentarios:

josema dijo...

Por cierto, la encarnizada batalla librada entre españoles y franceses fue claramente dominada en todo momento por el bando ibérico (le pese a quien le pese!!!!!)
PODEMOOOOOS!!!!!!

Blai dijo...

De momento, sólo siento envidia. Y lo leeré todo, ya te digo yo que sí. Ricardo, hazte un móvil danés de una vez y algún día te llamaré, que puedo hacerlo des de un sitio y no tenemos que pagar nada.

Te echo mucho de menos, a la mierda la teoría del contexto!