jueves, 22 de enero de 2009

Hundested

Ayer, aprovechando el sol y que Kepa tiene su coche aquí, decidimos ir a visitar algún pueblo. Cogimos un mapa de Dinamarca y, de forma totalmente aleatoria, elegimos Hundested. La expedición éramos Carlos, Kepa, David, Michele y yo. El resto de la gente tenía un examen de danés.
Llegamos a Hundested. Parte del camino era el mismo que cuando fui a Frederikssund, siempre al borde del fiordo. Avistamos halcones y vimos el lago más grande de Dinamarca, el Arresø.
En Hundested hacía mucho frío. Es un pueblo pesquero, situado justo en la boca del fiordo. Las casas son bajitas y de colores, y con el techo de pico. Hay un ferry que va a Rørvig, en la otra orilla. Aparcamos el coche en el puerto y le preguntamos a una lugareña cómo iba lo del ferry. Quedaban cuarenta minutos para el siguiente. El plan era cogerlo y volver a Roskilde por esa parte del fiordo.
Para matar el tiempo fuimos a la playa, una calita de arena muy fina y agua limpísima. Nos echamos fotos y tiramos piedras lisas. Al final de la calita empezaban unos barrancos, y ahí nos encaminamos. No eran muy altos, pero daba un poco de miedo. Continuamos andando, bordeando el filo del acantilado. Vimos un cartel que indicaba la casa museo de Knud Rasmussen. El caminito parecía apacible, así que nos olvidamos del ferry y seguimos adelante.
Lo de Knud Rasmussen fue un poco birria. La casa era bonita, justo al lado de un faro y con el techo hecho de ramas, pero estaba cerrada. Un transeúnte nos contó que aquella era la casa donde Rasmussen vivía. Nos contó que fue él (Rasmussen, no el transeúnte) quien diseñó unas rutas en Groenlandia para trineos de perros, que aún en la actualidad dan vueltas alrededor de la isla para que los americanos no la ocupen subrepticiamente. Luego nos recomendó seguir el camino, porque un poco más adelante había un pueblecito típico escandinavo.
El camino discurría con el mar a un lado y campito al otro. Había casitas muy apañadas, cada una con su barca en la orilla. Solecito bueno y mar en calma.
Tras preguntarle a una danesa de bellos ojos llegamos a Kikhavn, el pueblecito. Era muy pequeño, tan solo una calle, con las casas muy bonitas y espejos retrovisores en las ventanas (se admiten teorías, pero la de más peso es la del cotilleo).
La vuelta la hicimos por otro camino. Por un momento pareció que nos habíamos perdido en una zona militar, pero llegamos sanos y salvos al coche cuando la tarde empezaba a caer. Michele cantaba con toda la potencia de sus pulmones. Carlos nos atizaba con un palo.
Tras discrepar un poco sobre dónde comer, paramos en la pizzería de Hundested. Hago un inciso para contar que Carlos y Kepa han de seguir durante dos semanas una dieta vegetariana, como parte de una apuesta.
Sin más sobresaltos, cogimos el coche y en una hora estábamos de nuevo en Korallen. Noche cerrada.
Las niñas de Hvidovre nos habían invitado a cenar a su casa. Yo prometí preparar una tarta de limón, pero antes decidí dormirme un ratito. Por supuesto, me desperté super tarde y el plan de la tarta se fue al garete. Y no solo eso: fui un momento a charlar con Dalia y cuando salí (a propósito, un poco triste), ya se había ido todo el mundo y yo tuve que ir a Hvidovre solo. Para acrecentar mi depresión, el revisor me amenazó con pagar las 600 coronas de multa por no haber picado. Qué mal rollo, macho.
Llegué con la cena acabada – me lo merezco –, y nos fuimos directamnete a Copenhague de marcha. La última noche de Michele en Copenhague, porque el domingo se vuelve a Italia. A las siete de la mañana, tras una noche más bien tranquila y relajada, me dormí.

No hay comentarios: