miércoles, 28 de enero de 2009
Jornada de biciterapia
El camino fue tranquilito, pero empezó a dolerme una rodilla. Comí un trozo de pizza en Albertslund, a medio camino aproximadamente. El camino es muy sencillo: hay una carretera que va recta desde el centro de Roskilde al centro de Copenhague, la Roskildevej. Para variar un poco, me desvié en un par de ocasiones; más el destino volvía a reconducirme a Roskildevej. El cielo estaba nublado, y la temperatura oscilaba entre cero y dos grados.
Cuando me quedaba poco para llegar al centro, cogí por una calle ancha que rodea a la ciudad en todo su perímetro. De esta forma entraría al centro por detrás, y vería partes de la ciudad que aún no he visto. Me alegré de mi decisión, porque Copenhague es una ciudad grande y bonita, con muchos rincones agradables, y a veces parece que si me sacas de Christiania o el Diamante Negro me pierdo.
Esta calle anular va tomando distintos nombres: Pile Allé, Allegade y Falkoner Allé cuando va por el barrio de Frederiksberg. Casas de cierto lujo, muchos pináculos, jardincitos e iglesias. Por el barrio de Nørrebro (al que también me he referido alguna vez como el “barrio de los tiroteos”) se llama Jagtvej. Luego continua en el barrio señorial de Østerbro, bajo los nombres Jagtvej, Strandvoulebarden y Kristianiagade. En este barrio está la Universidad de Copenhague. También vi el estadio de fútbol y los edificios futuristas del puerto.
Al final de este periplo está la estación de tren de Østerport, donde tenía pensado dejar mi bici para volver otro día a recogerla. Pero antes fui a la sirenita, porque me pillaba cerca y porque le había prometido a Michele que iría a verla. La rodilla me dolía muchísimo. Cogí por los jardines circundantes y vi a la pobre sirenita en su roca, con un par de turistas echándose fotos.
Iniciso. Michele no se iba a Italia directamente: primero iba en un crucero a Oslo con su amigo Roberto (que ha despertado pasiones en Korallen). Pues bien, mientras miraba a la sirenita y me masajeaba la entumecida rodilla, pasó algo muy curioso. La bocina de un barco resonó en las inmediaciones y, con lentitud majestuosa, vi a lo lejos la silueta de un crucero que soltaba amarras y se marchaba rumbo al norte. A mis ojos, Michele y la sirenita se habían vuelto a encontrar.
Después de este chocante momento tan melosamente descrito, volví a la estación, amarré mi bici, y paseé un poco por la ciudad. Cené en un chino, utilicé los baños públicos más lujosos del mundo y volví a la residencia. Aquí nos esperaba una cena de cumpleaños buenísima y la Monday Party. Monday Party que, por falta de motivación, sustití por una Alternative/Relaxed Monday Party; y luego me acosté.
lunes, 26 de enero de 2009
La despedida de Bebeto
El caso es que cogía el tren a las cinco de la mañana, y algunos desdichados le prometimos quedarnos con ella hasta el final. Se vino a Korallen después de cenar. Yo había preparado mi recurrente tarta de limón. Jugamos al parchís mientras comíamos tarta y galletas. Cuando acabó la partida eran todavía las una. ¿Cómo matar el tiempo ahora? Otro parchís sería excesivo e insano. Entonces se nos ocurrió ir a la playa de Roskilde.
Nos pusimos ropa de abrigo y fuimos con el coche de Kepa al puerto de Veddelev, en el que ya estuvimos hace tiempo. Inmersos en una oscuridad total, cogimos por un senderillo hasta la playita propiamente dicha. Durante un trecho nos desviamos del senderillo para hundirnos en un barrizal asqueroso.
Llegamos a la playa, y nos tiramos en la arena para mirar el cielo. Era un espectáculo increíble, porque no había ni una sola nube, ni un solo fotón de contaminación lumínica; y se veían cientos, miles de estrellas. Allí estuvimos un largo rato, atentos a las estrellas fugaces (yo sólo vi una, pero los otros vieron más. A propósito, éramos Michele, Paula, Eva, Kepa, Carlos, la propia Bebeto y yo). Se escuchaban patos en la lejanía y la hipnótica voz semiemporrada de la risueña Bebeto.
El frío empezó a calarnos los huesos, y decidimos marcharnos de tan gélido lugar. Entre los barcos improvisamos una fiestecilla con el equipo de música del coche.
De nuevo en Korallen estuvimos un rato en el cuarto de Michele, escuchando música, haciendo malabares y esperando la hora del destino.
Llegó la hora del destino, y Kepa, Carlos, Michele y yo llevamos a Bebeto a su casa, un apartamento al lado del lago. La acompañamos hasta su mismísima sala de estar, donde su compañera de piso estaba haciendo una maleta. Ante la atónita mirada de ésta, cogimos a Bebeto por los aires y la manteamos un rato, a modo de despedida. Coreamos su nombre y nos fuimos. Una vez fuera, volvimos a corear su nombre, y Bebeto salió al balcón para decirnos adiós por última vez. La vitoreamos y, esta vez sí, nos fuimos de una vez por todas a dormir. Adiós, Bebeto Bebeto Bebeto.
viernes, 23 de enero de 2009
Mis 10 puentes favoritos en Dinamarca
[Nota para los lectores intrépidos que realmente se propongan leer el post entero y se interesen por el tema: he puesto links al final para ver fotos].
10- Bryggebroen o Cykelbro: es un puente contemporáneo exclusivo para viandantes y ciclistas. Une los barrios Islands Brygge y Vesterbro en Copenhague. Es un puente blanco muy bonito, apoyado en el canal por patas inclinadas; y por la noche hay en toda su longitud un tubo de neón blanco que lo ilumina. Está un poco alejado de la mano de Dios. Pasé por él el día que fui a ver los edificios modernos de Islands Brygge. Pasaba mucha gente corriendo y en bici, y había un tipo fotografiando a una chavala haciendo el pino para alguna campaña publicitaria. 190 m de largo y 6 de alto.
9- Puente sobre la carretera Ågade, que separa Nørrebro de Frederiksberg (la carretera separa y el puente une). Puente muy moderno, para peatones. Es como de Calatrava, con una viga blanca muy retorcida que sirve para aguantar los cables que sostienen al puente en sí. Blai y yo cruzamos este puente un día que hicimos una caminata larguísima desde su casa hasta Christiania para luego encontrarnos con la niña del pelo azul. Íbamos charlando sobre el proyec. Qué tiempos aquellos. 63 m de largo.
8- Roskilde Pedestrian Bridge. Este puente, muy discretito, describe una suave curva sobre la autopista que va a Køge, y también es sólo para peatones o bicis. Cuando vamos a Roskilde solemos pasar por él, viene justo después del lago grande. Siempre suele haber alguien paseando un perro por las inmediaciones. Justo antes y justo después hay una cuesta, por lo que siempre que se atraviesa, en cualquier dirección, se tiene la misma impresión: por fin se acabó la cuesta arriba. También se va por este puente a casa de David. 50 m de largo, 4 m de alto.
7- Puentecillos que unen Christiania con el mundo exterior. Van sobre el lago, y son las “entradas alternativas” al barrio (lo cual llevará al lector atento a deducir que no son para vehículos). Estos puentes salen y llegan desde los senderillos que hay en la orilla; no son puentes llamativos sino pequeñas pasarelas de madera o metal. Al cruzarlos se ven las casas de los Cristianitas en la orilla, con muchas bicis, cosas raras y arañas a su alrededor. En el mismo lago hay levantadas algunas esculturas extrañas, como animales gigantes y deformes. Alguna que otra noche hemos utilizado estos puentes como “salida alternativa”.
6- Puente Dronning Louise sobre uno de los lagos de Copenhague. Ya he dicho alguna vez que Copenhague tiene cinco lagos, uno detrás del otro, separando el centro de la zona norte. Éste es un puente antiguo por el que pasan cuatro carriles para coches, más los carriles bici y las aceras. Incontables veces lo he cruzado, yendo a los pubs de Nørrebro o a casa de Blai a presenciar algún tiroteo. Se sustenta sobre unos enormes pilares de piedra. Farolas y balaustrada muy ornamentadas. Por la noche la vista desde el medio es impresionante, con todas las luces de la ciudad reflejadas en los lagos. Agua estancada. Patos y cisnes.
5- Knippelsbro. Este puente une Sjælandia con Amager, más particularmente el centro de Copenhague con el barrio de Christianshavn. Es un puente levadizo para bicis, coches y peatones. Se coge cuando vamos a Christiania andando, por lo que siempre se pasa con cierta alegría en nuestros corazones. A un extremo hay unos edificios de oficinas, y al otro el parlamento con su torre retorcida y llena de suciedad. Cuando estás en el centro del puente se ve a un lado la ópera, y al otro el Diamante Negro. A cada extremo del puente hay un torreoncito para controlar su levantamiento. Buen puente éste. 115 m de largo, 28 de alto.
4- Puente Kronprins Frederiks en Frederikssund, que atraviesa el fiordo de Roskilde en su punto más estrecho. Es un puente metálico que parece bastante herrumbroso, a pesar del abundante tráfico de coches, bicis y personas. El día que fui a Frederikssund lo atravesé, para luego perderme un rato por el bosque de Færgelunden. Tiene una barandilla que parece poco segura. Está apoyado en el lecho del fiordo con pilares. También es levadizo, con su torreoncito correspondiente. 300 m de largo, altura no mucha.
3- En el top-tres, empezamos con un “pseudopuente”: el puente acristalado que une el Diamante Negro con la parte antigua de la Biblioteca Real. Pasa sobre una carretera muy transitada. El techo es inclinado, y está decorado con un fresco enorme de un pintor danés. El puente mantiene la estética del Diamante Negro: mármol, cristal y acero. Hay algunas estanterías con libros. Un día que estaba haciendo el proyec en la biblioteca me dio por asomarme por sus ventanas, y vi nevar por primera vez en Dinamarca.
2- Øresundsbron. Une Suecia con Dinamarca, y es un megapuente del que os podría dar la tabarra durante horas. Sale de Copenhague en forma de túnel (por la seguridad de los aviones), y en medio del estrecho de Øresund sale a la superficie por una islilla artificial y se convierte en puente, forma final en la que llega a Malmö. Se sustenta sobre pilares bajo la calzada, pero justo en medio hay dos parejas de columnas altísimas que sustentan un trozo de puente sobre cables. Pasan coches y trenes. A ambos lados se ven molinos en medio del mar. Cuentan Carlos y Kepa la anécdota de que una vez tuvieron que parar el coche en medio del puente porque uno de sus amigos tenía que echar la pota. El puente describe una curva y cada vez que he intentado verlo desde Copenhague me lo ha impedido la niebla. El peaje cuesta veintipico euros, y cuando se pasa en tren se ve, en un punto dado, una bandera danesa y justo después una sueca. Saquen sus conclusiones. 7850 m de largo, 57 m de alto.
1- El puente que ha quitado el primer puesto al colosal Øresundsbron es, por méritos propios, el puente de Trekroner. Un puentecillo con un arco metálico que sostiene mediante vigas una pasarela de madera. Pasa sobre la carretera que va a Roskilde. La madera se hiela a veces, convirtiéndose en una amenaza para los peatones no avisados. Es el camino que va al Fakta, al banco y a la estación de tren. Miles de veces atravesado, con bici, sin bici, cargando bolsas, con las manos en los bolsillos, contento, enfadado... Se puede ver Korallen en el horizonte, y es entonces cuando uno se da cuenta de lo lejos que está nuestra residencia (sentimiento especialmente doloroso cuando vuelves por la madrugada tras salir en Copenhague). Puente azul que, éste más que los otros, seguirá soportando nuestros pasos durante una buena temporada.
10-
http://www.dw.dk/uk/projects/bryggebroen.aspx
9-
http://www.dw.dk/uk/projects/aagade-bridge.aspx
8-
http://www.cowi.com/SiteCollectionDocuments/cowi/en/menu/03.%20Projects/03.%20Transport/6.%20Bridges/Other%20file%20types/0233-1701-039e-06a_low.pdf
7- ¿?
6- http://www.360cityguide.com/360lookbook/city/copenhagen/copenhagen_sights/sight3.htm (en 3D)
5- http://flickr.com/photos/caspermoller/2510229683/
4- http://www.bi-lidt.dk/den_gamle_by/Broen-Fjorden.html (fotos antiguas)
3- http://images.google.com/imgres?imgurl=http://www.pushpullbar.com/forums/attachment.php%3Fattachmentid%3D28679%26d%3D1177527087&imgrefurl=http://www.pushpullbar.com/forums/denmark/6010-copenhagen-waterfront-architecture.html&usg=__ThhCvr73jfGUlV_ZZCixuEqXS_M=&h=700&w=467&sz=95&hl=es&start=17&um=1&tbnid=qNGl4Mvd0vwVEM:&tbnh=140&tbnw=93&prev=/images%3Fq%3Dsorte%2Bdiamant%26um%3D1%26hl%3Des%26lr%3D%26rls%3Dcom.microsoft:*:IE-SearchBox%26rlz%3D1I7TSEA%26sa%3DN
2- http://www.copenhagenpictures.dk/oeresundsbron-copenhagen-denmark.html
1- http://photoblog.thomassidor.com/index.php?showimage=7
jueves, 22 de enero de 2009
Hundested
Llegamos a Hundested. Parte del camino era el mismo que cuando fui a Frederikssund, siempre al borde del fiordo. Avistamos halcones y vimos el lago más grande de Dinamarca, el Arresø.
En Hundested hacía mucho frío. Es un pueblo pesquero, situado justo en la boca del fiordo. Las casas son bajitas y de colores, y con el techo de pico. Hay un ferry que va a Rørvig, en la otra orilla. Aparcamos el coche en el puerto y le preguntamos a una lugareña cómo iba lo del ferry. Quedaban cuarenta minutos para el siguiente. El plan era cogerlo y volver a Roskilde por esa parte del fiordo.
Para matar el tiempo fuimos a la playa, una calita de arena muy fina y agua limpísima. Nos echamos fotos y tiramos piedras lisas. Al final de la calita empezaban unos barrancos, y ahí nos encaminamos. No eran muy altos, pero daba un poco de miedo. Continuamos andando, bordeando el filo del acantilado. Vimos un cartel que indicaba la casa museo de Knud Rasmussen. El caminito parecía apacible, así que nos olvidamos del ferry y seguimos adelante.
Lo de Knud Rasmussen fue un poco birria. La casa era bonita, justo al lado de un faro y con el techo hecho de ramas, pero estaba cerrada. Un transeúnte nos contó que aquella era la casa donde Rasmussen vivía. Nos contó que fue él (Rasmussen, no el transeúnte) quien diseñó unas rutas en Groenlandia para trineos de perros, que aún en la actualidad dan vueltas alrededor de la isla para que los americanos no la ocupen subrepticiamente. Luego nos recomendó seguir el camino, porque un poco más adelante había un pueblecito típico escandinavo.
El camino discurría con el mar a un lado y campito al otro. Había casitas muy apañadas, cada una con su barca en la orilla. Solecito bueno y mar en calma.
Tras preguntarle a una danesa de bellos ojos llegamos a Kikhavn, el pueblecito. Era muy pequeño, tan solo una calle, con las casas muy bonitas y espejos retrovisores en las ventanas (se admiten teorías, pero la de más peso es la del cotilleo).
La vuelta la hicimos por otro camino. Por un momento pareció que nos habíamos perdido en una zona militar, pero llegamos sanos y salvos al coche cuando la tarde empezaba a caer. Michele cantaba con toda la potencia de sus pulmones. Carlos nos atizaba con un palo.
Tras discrepar un poco sobre dónde comer, paramos en la pizzería de Hundested. Hago un inciso para contar que Carlos y Kepa han de seguir durante dos semanas una dieta vegetariana, como parte de una apuesta.
Sin más sobresaltos, cogimos el coche y en una hora estábamos de nuevo en Korallen. Noche cerrada.
Las niñas de Hvidovre nos habían invitado a cenar a su casa. Yo prometí preparar una tarta de limón, pero antes decidí dormirme un ratito. Por supuesto, me desperté super tarde y el plan de la tarta se fue al garete. Y no solo eso: fui un momento a charlar con Dalia y cuando salí (a propósito, un poco triste), ya se había ido todo el mundo y yo tuve que ir a Hvidovre solo. Para acrecentar mi depresión, el revisor me amenazó con pagar las 600 coronas de multa por no haber picado. Qué mal rollo, macho.
Llegué con la cena acabada – me lo merezco –, y nos fuimos directamnete a Copenhague de marcha. La última noche de Michele en Copenhague, porque el domingo se vuelve a Italia. A las siete de la mañana, tras una noche más bien tranquila y relajada, me dormí.
sábado, 17 de enero de 2009
Malmö
Nuestra primera parada fue, por supuesto, el rascacielos de Calatrava. Éste está situado cerca del mar, en una zona entre residencial y portuaria. El edificio en sí es una maravilla. La base es un pentágono irregular que, como si fuese un torso en flexión, va girando a medida que se suceden las plantas. La última planta, la 54, tiene una rotación de 90º respecto a la primera. Todo el edificio es blanco y lleno de ventanas oblicuas. Alguna vez que otra lo he visto desde Copenhague; de hecho, es el edificio más alto de Suecia. Debajo tiene un estanque vacío y algunas esculturas contemporáneas. No se puede visitar, malditos sean, para preservar la seguridad e intimidad de los oficinistas y/o/u/e residentes.
Decidimos ir al casco antiguo a comer. El camino se hace constantemente al lado de canales, que en ocasiones estaban helados. Arrojé algo de nieve a unos patos que luego me persiguieron airados (voy a ataque animal por día). Vimos una escena muy graciosa: unos gansos cruzando por un paso de cebra. Lo malo era el frío. Con ese frío (sensación térmica de -6º) no puedes estar más de dos horas en la calle sin entrar en un sitio, lo cual explica muchas cosas (dejemos esto para otra ocasión).
El casco antiguo (Gamla Staden) de Malmö es bonito y pequeño, con las casas antiguas, algún que otro pináculo gótico, y muchas plazas y plazuelas. Los adornos de navidad aún no los han quitado, y vimos algo muy curioso: una fuente de fuego (?).
Comimos en un restaurante como en Estocolmo: por 8 leuros, un plato de comida exquisita (carne con setas y patatas), más una ensalada de bufé libre, más bebida, pan y café. La camarera, que, a propósito, tenía a su hija de dos años con ella mientras trabajaba, me dijo que aceptaba coronas danesas pero que no hacía el cambio. Qué sinvergüenza, joler. 75 coronas suecas no son 75 coronas danesas. Pagóme Rocío con tarjeta de crédito.
- EL PARQUE MALMÖHUS Y LAS NIÑAS EN UNA CALLEJUELA -
Llegamos a Korallen sobre las ocho. Caí en un sueño agitado e incómodo. Luego abrí la nevera común y empecé a comerme unos espaguetis que había preparado la noche anterior. A la mitad, de repente, me di cuenta de que había un trozo de salchicha, por lo que esos espaguetis no eran los míos. ¿De quién eran?, ¿dónde están los míos?; nunca lo sabré.
Por lo noche hubo una fiesta muy divertida en un bar de Roskilde. Al principio no me admitieron la entrada por la edad; pero luego vieron que estaba invitado. Era la fiesta de despedida de Eric, un chico holandés mu apañao. Paolo y Laura también se fueron ayer.
La gente nueva sigue por aquí, pero aún no se ha desarrollado ningún acontecimiento.
jueves, 15 de enero de 2009
La tortuosa Ruta Romántica por Boserup Skov
Entré en la oficina de turismo y me lo llevé todo (dos o tres kilos de folletos). Con semejante lastre a la espalda, decidí seguir una ruta cortita que venía indicada en uno de los folletos: la Ruta Romántica del oeste de Roskilde.
La cosa empezó con un mal augurio: nada más salir de Roskilde pasé cerca de un psiquiátrico. Allí había un loco en un banco mirando a los patos del fiordo. Al verme me gritó y luego se rió diabólicamente. Seguí adelante y me interné en el bosque de Boserup (Boserup Skov). Este bosque, del que me había hablado Fer, son un montón de colinas llenas de árboles altos, pelados por el frío, justo al borde del fiordo helado. Fer no me había hablado, sin embargo, del suelo completamente embarrado y lleno de hojas podridas, de la falta absoluta de señalización, ni del sonido lejano de sierras mecánicas y árboles cayendo al suelo.
Llegué a una playita con el agua helada. Cerca había una barca varada a la que le eché el ojo para otro día. Seguí mi enfangado camino hasta llegar por fin al querido asfalto. El mapa de la ruta romántica era todo un rompecabezas. Mi siguiente meta era el pueblo de Kattinge, pero en un cruce de caminos me desvié para visitar Bolnæs, un grupo de casuchas en un bosque lúgubre. Luego me encaminé a Kattinge. Todo el paisaje está formado por el juego del mar con incontables penínsulas, islas y lagos. Hay muchas granjas, caballos, vacas, caca.
Kattinge era otro conjunto de casitas que atravesé en menos de treinta segundos. Luego consulté mi confuso mapa y vi de milagro la indicación de vuelta para Roskilde. Ya era hora.
La tragedia estuvo a punto de cernirse sobre mí. Acababa de ver un molino (cosa buena), pero me dolía la pierna y tenía frío y hambre (cosas malas); y entonces me llamaron por teléfono. Paré, contesté, y al instante escuché unos ladridos furiosos (cosa muy mala). Salió un perro de un recodo del camino y yo sentí el aliento de la parca en mi nuca. Avancé unos metros, pero el terror me volvió muy tonto y los avancé hacia él. Por suerte, poco antes de que me diese alcance, alguien llamó al perro, y yo salí ileso del altercado.
Mandé el maldito mapa al demonio y cogí la carretera nacional hacia Roskilde, orientándome por la silueta de la catedral. Fui a la estación de trenes a preguntar cuánto cuesta ir a Malmö, y media hora después, exhausto, llegué a Korallen. Al parecer ha llegado gente nueva. A ver cómo se desarrollan los acontecimientos.
lunes, 12 de enero de 2009
Vuelta al Korral
El viernes fuimos en bici a Dragør (“playa para dibujar”), un poblacho al sur de Copenhague, en la isla de Amager. Fue una excursión larga y llena de incidentes, entre los que se cuentan un brazo contusionado, un neumático reventado, dos bicicletas nuevas y muchos billetes de tren. En Dragør estuvimos dando vueltas por un búnker, desde el que se podía ver a lo lejos, entre la neblina, el puente de Malmö. Empapados de lluvia y sudor, bordeamos el aeropuerto para ver los aviones pasar a pocos metros sobre nuestras cabezas. Volvimos en tren, por supuesto.
Hace un par de noches había una fiesta de cumpleaños en RUC. Con la expectativa de encontrarnos con (personas) danesas, nos pasamos a ver qué tal; y la cosa no estaba nada mal. Buena gente, buen futbolín y buena música para jugar al limbo. Al llegar a Korallen, y para enfriar un poco el ambiente, se sacaron las mangueras antiincendios.
Otro día, viendo Match Point en una habitación atestada de gente, perdí mis llaves. Durante un día viví a merced de cualquier desalmado que quisiera entrar por mi puerta abierta. Al día siguiente, por suerte, aparecieron en la habitación de María, y se acabó mi inquietud. Hay motivos estos días para estar inquieto en Korallen. Tanto jugar al parchís genera ciertas tensiones personales que pueden estallar en forma de cruenta guerra, y ese día había ganado yo tras liquidar a Kepa del tablero.
Hoy he estado en Copenhague. Hay una zona al sur que se llama Islands Brygge, que antes era un barrio de mala muerte, con crimen y delincuencia, pero que ahora es por donde se está extendiendo la ciudad. Al borde de un canal hay muchos edificios ultramodernos espectaculares (algunos de ellos aún en obras), con mucho acero y cristal y formas puntiagudas. Cuando venga Gumito le llevaré allí y echaremos fotos.
Me comí un trozo de pizza y una bola de arroz y tomate. Subí a la azotea de un centro comercial desde donde se veía todo Copenhague. Luego fui al aeropuerto, donde estaba una patulea de españoles para recibir a Irene, la última de las coraleñas que quedaba en España. Nos la llevamos a Christiania a tomar un chocolate caliente. Allí hemos conocido a un gallego que lleva tres meses viviendo en el barrio y que nos ha contado cosas muy curiosas. Cómo los Cristianitas le pusieron a prueba para comprobar si realmente quería vivir allí (despreciándole, quitándole el trabajo, dándole la oportundiad de hacer algún daño al lugar...), y cómo, tras superar airoso estas pruebas de fuego, un día los mandamases se le acercaron en la calle y le ofrecieron fumar “el porro de la paz”. Una historia increíble y muy graciosa.
Total, que volvemos a las andadas. Bicicleta, fiestas, parchís y cartas, administración RUC, y muy pronto las clases. Las temperaturas bajaron hasta los -10º hace una semana, se helaron todos los lagos y nevó; ahora han vuelto a subir. Estamos a 4,5º. Humedad relativa: 69%; viento: 7 m/s SSO; estado del canal en Islands Brygge: agitado.
domingo, 11 de enero de 2009
Viaje a la Laponia (parte 5 de 5)
Comimos unos sandwiches en un garito donde estaban todos los esquiadores. Seguimos esquiando (o, en mi caso, blasfemando y arrastrándome humillado) hasta las 15.00, ya de noche. A esas alturas esquiaba con las gafas quitadas porque eran puro hielo.
Volvimos al Yellow House. Chocolate caliente, hacer las maletas, partida de cartas, adiós a las niñas holandesas y a la estación a coger el tren.
Esta noche sí que dormí más tiempo, a pesar del traqueteo y la mala postura. Sobre las 8.30 empezó a amanecer. Nos reencontramos con el sol; y con Josema, Blanca y María, que habían pasado la noche aislados del resto porque su vagón estaba después del restaurante, que cerraba por la noche. Desayunamos unos sandwiches que hizo Fer, y a las 10.10 llegamos a Estocolmo.
Ahora empieza lo gracioso. Hugo, Fer y yo teníamos el tren a Copenhague (en sueco Köpenhamn) a las 10.20, y Blanca, María y Josema tenían pensado coger uno a las 17.00, pero aún no tenían los billetes. Marianne y Paule cogían el de las 17.00, y sí que tenían los billetes. Como Estocolmo es tan bonito, decidí coger el tren de las 17.00, porque gracias al interraíl el billete sólo vale 4 euros. Cruel destino. A las 10.25, cuando acababa de salir un tren como una plaza a mi nombre, nos dice la señorita que no hay más plazas en el de las 17.00; que tenemos que coger uno a las 13.15 que, para más inri, no es directo sino con escala en Göteborg. Maldije al universo.
- EN LOS MOSTRADORES DE ESTOCOLMO, MOMENTOS DESPUÉS DE RECIBIR LA NEFASTA NOTICIA -
Maldición. La estación de Göteborg está en un barrio poco recomendable. Fuimos andando hasta el puerto, donde había un par de veleros bonitos, un edificio futurista y la ópera; pero no había ni un alma, sólo de cuando en cuando una figura embozada y siniestra.
Nuestro tren a Copenhague salió a las 19.40. Después de Malmö cruzamos el puente y, por fin, a medianoche, llegamos a la querida capital danesa. Blanca, que vive allí, se marchó. Josema, María (recuerden que la pobre ha estado coja todo el viaje, empapándose de la tele sueca, que por lo menos está en inglés) y yo cogimos el tren hacia Trekroner a las 0.07.
Llegamos a Korallen, despertamos a Fer (que había llegado varias horas antes) y nos fuimos a nuestras habitaciones. Yo ni siquiera deshice mi maleta. Lo dejé para otro momento: la ropa sucia, los mapas, la arena del fondo de la mina, un par de señales sustraídas del tren; todo podía esperar. Lo más importante, los recuerdos, no necesitan que se les ordene.
sábado, 10 de enero de 2009
Viaje a la Laponia (parte 4 de 5)
En mala hora me había tomado el café. Incapaz de conciliar el sueño, salí a darme un paseo por los alrededores de Kiruna, a una zona que se llama Lombolo. El amanecer era precioso, y a mi alrededor todo eran árboles secos emergiendo de un mar blanco.
No era un capricho cualquiera. Es que el viaje de ida lo habíamos hecho con un tiket de interraíl en el que tú pones la fecha en que viajas y el revisor no lo había mirado; por lo que teníamos un día extra de transporte por Suecia; y nos habían dicho que el camino a Abisko era precioso. Por desgracia, no vimos nada en absoluto porque lo hicimos enterito de noche. En Abisko teníamos cincuenta minutos para coger el tren de vuelta a Kiruna. Nos dimos un paseo por la nieve, e incluso nos perdimos un poco (o, como alguien me comentó, más correcto sería decir que nos desorientamos). Cuando decidimos volver, nos percatamos de que aquél sería el punto más al norte en que estaríamos en mucho tiempo, si no en nuestra vida. Nos echamos algunas fotos (debajo, Fer, Blanca y yo) y volvimos a la estación.
Llegamos a Kiruna a las 17.30, y merendoalmorzamos en una pizzería. El resto de la tarde lo pasamos durmiendo y jugando a las cartas. Aprovecho este lapso de tiempo para contar cosillas curiosas. Por ejemplo, era usual ver motonieves aparcadas en los jardines de las casas. Casi todo el mundo tiene perros de nieve muy bonitos. Respecto al idioma, tienen muchas ä, ö y å; pero no ø ni æ. Se parece bastante al danés, pero es más fácil porque las palabras se dicen tal y como se escriben, por lo que es fácil reconocerlas. Los suecos parecen más simpáticos que los daneses, y tienen la punta de la nariz hacia arriba. En los pasos de cebra paran con cincuenta metros de antelación, y en los aparcamientos hay chismes en los que se enchufa el coche con un cable, no sé para qué. Lo tienen todo muy adornado de navidad, y hay un adorno típico que es unas bombillas dispuestas en forma triangular que se pone en todas las ventanas.
Después de cenar tuvo lugar la batalla de nieve definitiva, Francia contra España. Fue brutal. Fer, agazapado tras un montículo de nieve; yo buscando caminos alternativos para atacar a los franceses por la espalda. Luego las niñas empezaron a tirar hielo en vez de nieve, y la batalla se convirtió en niños contra niñas. Cuando ya estábamos muy cansados, nos tomamos un chocolate caliente y nos dormimos. Esta vez yo le cedí mi cama a Marianne, y dormí en el suelo.
- CHOCOLATITO EN LA HABITACIÓN -
miércoles, 7 de enero de 2009
Viaje a la Laponia (parte 3 de 5)
Después de desayunar, un equipo de expedicionarios fuimos a dar un paseo por los alrededores del monte Luossavaara, donde hay algunos senderocs en un bosque muy nevado. Nos habíamos llevado un trineo y nos jugamos nuestra integridad física tirándonos cuesta abajo. Una máquina había compactado la nieve del sendero, pero en cuanto te salías un poco te hundías hasta la rodilla.
Reconfortados, fuimos al centro, donde habíamos quedado con los demás para comer en una pizzería a un precio económico (ensalada, agua y pizza grande por 60 coronas suecas, oséase, 6 euros).
Compramos cosas para preparar una cena de fin de año (en el supermercado hay estantes para coger chucherías, que por supuesto puedes “probar” antes para ver si te gustan o no...). Luego fuimos al Yellow House y nos metimos en la sauna.
La sauna es un cuartillo de madera con un aparato que se pone al rojo vivo. Fuera hay una ducha. El rito de la sauna venía explicado, y era así: primero te das una ducha caliente. Luego te metes en la sauna. El calor es asfixiante. Luego te sales y te das una ducha de agua fría. Brrrr. Luego vuelta a la sauna. Sobre la pieza metálica hay que echar agua de vez en cuando, que inmediatamente se evapora y caldea el ambiente (llega a unos 70 grados). Se suda como un pollo. El rito termina con otra ducha de agua caliente, y te quedas como nuevo. Mi aportación personal a este ritual fue ir desde la sauna hasta el cuarto con sólo la toalla, pasando por el exterior.
- VIANNEY, JOSEMA, FER Y YO -
Mientras nos preparábamos para la cena, de repente, Noémie entró corriendo y dijo que había visto un poco de luz en el cielo. En efecto, fuera había gentecilla mirando al horizonte. Lo dejamos todo, nos montamos los diez en la furgoneta y fuimos al borde del lago. Allí estaba, una ola de luz verde sobre el cielo negro: la aurora boreal.Fue un momento muy emocionante. Era como un garabato de luz, muy difuso, que variaba de intensidad y a veces lanzaba destellos hacia arriba, como si fuera un foco moviéndose. Duró al menos cuarenta minutos, y luego se desdibujó poco a poco.
Tremendamente contentos, volvimos al albergue, donde el recepcionista nos echó una bronca por dejarlo todo por medio en la cocina común. Tuvimos también problemas con el horno, porque no funcionaba. El caso es que primero nos comimos las uvas (en mi caso, bolitas de chocolate blanco), brindamos con champán y vimos los fuegos artificiales que salían de todos los jardines de Kiruna; y luego, a la una, nos comimos el pollo asado y la lasaña vegetariana. Todo muy rico.
La fiestecilla no estuvo mal. Fue en la cocina común, con unas niñas holandesas que estaban alojadas en el hotel. Luego, en el patio, conocimos a Glenn, un kirunés borracho de más de sesenta años, que había nacido en Estocolmo y era cocinero.
Horas después de despedir a Glenn, alguien llamó a la puerta de la cocina, y era Glenn, que quería otra copa. Le acompañé amistosamente hasta cerca de su casa, porque el pobre hombre estaba como una cuba y a algunas niñas les daba un poco de miedo; y volví a la fiesta. Me despedí de todos y subí a acostarme. Josema, caballerosamente, le cedió su cama a Marianne; y él durmió en el suelo.
p.d. Conexión con Korallen. Estos días está haciendo un frío que pela, ha nevado y se ha congelado el lago grande. Ha habido incluso quien ha andado sobre las aguas. Poco a poco va llegando la gente. Ya están aquí casi tdos los italianos y los españoles. Hoy, paseíto con la bici a Roskilde, y esta noche a lo mejor vamos al aeropuerto a recibir a unas niñas malagueñas que vuelven a korral.
martes, 6 de enero de 2009
Viaje a la Laponia (parte 2 de 5)
Al día siguiente (30 de diciembre, por si os habéis perdido) empezó a clarear sobre las 9 de la mañana. El termómetro seguía marcando cero grados. Bajamos al centro a desayunar a una cafetería, donde me reencontré con mis queridas galletas veganas. A María le dolía mucho la pierna, así que decidimos acompañarla al hospital. De paso vimos la catedral, que nos pillaba de camino.
La entrada al hospital, cubierta de hielo, era peligrosísima. Entramos por la puerta de atrás, e inmediatamente atendieron a María. Durante las tres horas que estuvo dentro, los otros tuvimos tiempo de hacer muchas cosas. Dormir en la sala de espera, jugar con los juguetes, salir al patio del hospital a ver un cielo espectacular, darse un paseo para comprar patatas fritas, encontrarme cuarenta coronas en el suelo, y hacer carreras muy divertidas sobre un metro de nieve.
María tenía un problema en el menisco. Le vendaron la rodilla y le aconsejaron reposo absoluto duarnte varias semanas. Por suerte, el plan del día era tranquilito. Dimos la bienvenida a Kiruna a dos niñas de Trekroner, Marianne y Paule, que acababan de llegar y dormirían clandestinamente en nuestro albergue. Comimos en una hamburguesería en el centro, y a las 15.00 (cuando ya era casi noche cerrada) tomamos un autobús de la compañía LKAB que nos condujo al interior de la mina. Dejadme que haga una diserción geológico-geográfica de Kiruna y alrededores. Muchas de estas cosas las aprendí de la guía, una chica sueca con un acento inglés muy entrañable (el acento y la chica).
Las dos montañas que rodean Kiruna se llaman Kiirunavaara (también llamada “Titanic” por su iluminación nocturna) y Luossavaara, y en ambas hay filones de magnetita. Hace cien años empezaron a explotarlos, y fue entonces cuando se fundó la ciudad. La compañía encargada de la explotación es la LKAB (Luossavaara-Kiirunavaara, S. A.). La magnetita de Luossavaara se acabó; pero aún queda mineral en Kiirunavaara para al menos cien años más. Es una de las minas más grandes del mundo. Toda la montaña está atravesada por autenticas autopistas subterráneas. De hecho, el autobús nos llevó hasta una profundidad de 500 metros, donde está la zona de recepción de visitantes. Fue muy interesante. Nos pusimos los cascos de seguridad, vimos una peli, entramos en máquinas minadoras auténticas donde podíamos tocar todos los botones (estaban desactivadas, por desgracia. Visitad http://www.360cities.net/image/luossavaara-kiirunavaara-mine-kiruna), y pantallas que mostraban en tiempo real el avance de las máquinas trabajando más abajo (lo más profundo en la actualidad es 1200 metros). Trabajan continuamente, manejando las máquinas desde la superficie por control remoto. Por una ventanita se veía un pozo, y vimos subir, como una exhalación, un contenedor lleno de rocas. Nos contaron que, por culpa de la mina, el terreno donde está Kiruna está cediendo, y que en un plazo de veinte o treinta años tendrán que desecar el lago Luossajärvi y desplazar la ciudad allí.
- FER ACABANDO BRUTALMENTE CON LA VIDA DE JOSEMA -
Fer y yo nos entretuvimos en las máquinas, y cuando nos dimos cuenta nos habíamos perdido en la mina. Fue algo temporal, gracias a dios. Nos reencontramos con el grupo y subimos a la superficie.
Ya en la Yellow House, tuvimos una sesión de sauna (lo cual conlleva todo un ritual), y, purificados y arrugados, cenamos un plato vegetariano que preparó Vianney.
El día terminó con un temblor de tierra. En la mina nos habían dicho que cada noche, entre las 1.15 y las 1.30, hacían detonaciones subterráneas. Vianney, Fer, Josema y yo fuimos en la furgoneta lo más cerca posible de la entrada de la mina, y esperamos. Sobre las 1.20 notamos un temblorcillo y un sonido como muy profundo. Satisfechos, volvimos al Yellow House y nos dormimos.
lunes, 5 de enero de 2009
Viaje a la Laponia (parte 1 de 5)
Hugo, Fer y yo salimos de Korallen el 28 de diciembre a las 7 de la mañana. A las 8.31 cogimos en Copenhague el tren directo a Estocolmo. El viaje duró unas seis horas y fue muy tranquilo. Al principio había mucha niebla, y luego apareció la nieve. A ambos lados se extendían kilómetros y kilómetros de bosques y muchos lagos helados.
Dimos un paseo por Estocolmo, donde volvimos a visitar nuestro hotelito y la tienda de chocolates del Gamla Stan. Compré cuatro bombones que metí en un bolsillo de la mochila y que al término del día se habían derretido, malditsa sea.
En la estación de Estocolmo nos encontramos con Blanca, María y Josema, que habían venido en autobús. Ellos no tenían aún el billete hacia Kiruna. Gracias a una vendedora muy apañada pudieron comprar los últimos billetes que quedaban en nuestro tren, eso sí, en el vagón de los perros. De otra manera, los pobres se habrían comido las uvas en Estocolmo (que, oye, tampoco hubiera estado tan mal).
El tren para Kiruna salía a las 18.12 pero se retrasó dos horas. Matamos el tiempo jugando a las cartas y comiendo unas tostasnackas. En el andén hacía un frío que te rilas. A las 20.30, emocionadísimos, emprendimos el camino hacia Kiruna.
Hicimos casi todo el viaje en la más absoluta oscuridad. A veces saltaban chispas de la catenaria, y se podían ver, como iluminados por un relámpago, árboles altísimos y mucha nieve. Al principio había bastantes pueblos, pero conforme subíamos el paisaje se iba desertizando más y más. Yo no podía conciliar el sueño porque el asiento era incomodísimo, y vi las estaciones, nevadas y silenciosas, de pueblos con nombres tan extraños como Gävle, Bollnäs, Järvsjö, Ånge, Bräke, Vännäs, Jörn, Älvsbyn. Luego el cielo empezó a clarear y apareció el paisaje blanquísimo y los bosques interminables. En Boden me bajé del tren para tomar el fresco, y presencié cómo cambiaban de sitio unos vagones.
La primera vista era una montaña con las estrambóticas construcciones que hay fuera de una mina. Al lado hay un lago helado y un monte nevado, y en medio de todo esto el pueblo de Kiruna, cubierto por una espesa capa de nieve e iluminado por una luz de amanecer que duró horas y horas.
Curiosamente, hacía más calor en Kiruna que en Estocolmo: -1º (en Estocolmo hacía -5).
En la estación nos encontramos con una pareja de franceses coralineros muy simpáticos, Vianney y Noémie, que habían ido hasta allí en furgoneta (habiéndose recorrido primero toda Finlandia). Ellos llevaron al hotel las mochilas en la furgoneta, y nosotros subimos andando.
En el hotel, el Yellow House, aún no estaban disponibles las llaves de nuestras habitaciones, así que bajamos al centro de la ciudad a la oficina de información.
- FER, BLANCA Y YO -
Las casas de Kiruna son de colores; hay casas bajas y también bloques de pisos. Las calles son muy anchas, y esto es así para dejar espacio a la nieve que apartan las máquinas quitanieves. Así, la calle tiene una anchura normal, solo que a cada lado se extienden montículos de nieve de hasta metro y medio de altos. Por supuesto, no se veía nada de acera ni pavimento, pues todo está cubierto por una peligrosa combinación de hielo y nieve. Que se lo digan a María.Gradualmente, la luz violeta del amanecer se tornó en luz roja de atardecer. Fuimos con la furgoneta hasta la orilla del lago (que se llama Luossajärvi). Allí echamos cientos de fotos al cielo, nos metimos hasta la cintura en nieve y echamos una batalla brutal y agotadora.
Cayó finalmente la noche y volvimos al Yellow House; y yo salí a pasear por Kiruna. Vi la catedral, muy bonita, de madera roja. Estaba asustado porque está en medio de un parque oscuro y temía que me saliera un lobo o algo así. En un par de ocasiones estuve a punto de romperme la crisma por culpa del hielo. La gente que ví se desplazaba en unos trineos que eran como patinetes sin ruedas. En busca de un buen sitio para ver la aurora boreal subí hasta uno de los puntos más altos, donde había un colegio. El cielo estaba muy claro (en diez minutos vi dos o tres estrellas fugaces), y se veía Kiruna extenderse a tus pies.
Llegué al hotel justo para la cena en la cocina común (espaguetis). Después nos abrigamos y cogimos la furgoneta para ir al borde del lago, donde no hay nada de iluminación y podríamos quizás ver alguna aurora boreal. Saliendo del hotel, María se resbaló y se hizo daño en la rodilla, lo cual traería, como veréis más adelante, consecuencias.
Estuvimos a orillas del Luossajärvi un par de horas, pero ni rastro de Aurora en el cielo. Llegamos incluso a convocarla en voz alta, y se habló de sacrificar a Fer a los dioses; pero nada. Hacía un frío mortal. Se dieron clases básicas de astronomía y electromagnetismo. Para entrar en calor entablamos una encarnizada batalla de nieve Francia vs España; y luego nos fuimos al hotel a dormir.
p.d. Como veréis, aún os quedan cuatro posts sobre el viaje a la Laponia sueca. Posts largos y de lectura tediosa. Perdonadme. De vuelta al Korralen, hay poco que contar. La gente va llegando, pero esto sigue estando mu vacío... hace mucho frío (¡-8º!), todo está helado. Lo dicho, espero que no os pueda el aburrimiento y que lleguéis hasta el final en estos cinco posts kiruneses.