Aunque no tenga conexión alguna con esto, empiezo por el martes. Amaneció despejado y sin una brizna de viento. Comí en la cantina y fui a Copenhague a darme un paseo. Fui a un barrio que se llama Vanløse. Hay un lago muy bonito, que todavía estaba helado, y un senderillo que lo bordea entero. Cuando lo terminé de rodear, y ciertamente reconfortado tras la marcha, fui al centro a mirar el aspecto del hotel que voy a reservar para abril. Luego estuve en Christiania con algunos amiguillos tomando un chocolate caliente y jugando al futbolín. Caminamos por el lago y por las casas de los cristianitas, y luego volvimos a Korallen, donde jugamos una partida de póker que estuve a punto de ganar. Este día cogí nueve trenes.
El día de ayer transcurrió de manera soporífera. Por la noche saldríamos en Copenhague, ya que era la última de Carlos y Kepa. Yo no tenía demasiadas ganas, la verdad. Me eché una siesta y, sobre las siete, me despertó alguien llamando a la puerta. Era Dalia. Estuvimos charlando un ratito en el pasillo, y Eva me llamó desde su cuarto para que le arreglara algo en el ordenador. Entré, y había mucha gente. Me acerqué a ayudarla, y entonces, encontrándome desprevenido, me tiraron a la cama con la intención de hacerme un bollo. Lo del bollo es algo que está a la orden del día en Korallen, como lo de reventar habitaciones. Consiste en tirar a alguien a la cama y tirarse todo el mundo encima, formando una montaña humana sobre el desdichado. El caso es que me tiraron a la cama, donde había un revoltijo de sábanas. En pleno bollo ese revoltijo cobró vida, y es que había alguien dentro: Michele.
La alegría fue inmensa. Le hicimos la broma del bollo a dos o tres más que tampoco sabían que Michele estaba aquí. La tarde había dado un vuelco. Me entraron unas ganas enormes de ir a Copenhague.
Salimos, pues. Yo perdí dos trenes porque Pasquale, alma triste, no se decidió hasta el último momento. Fuimos todo el viaje discutiendo sobre quienes eran más bárbaros, los romanos o los bárbaros.
La noche fue como todos los miércoles en Copenhague: se pasa frío en la puerta del Studenterhuset (un bar asfixiante lleno de erasmus) y luego, sin ni siquiera entrar, nos vamos al Moose, que es un poco más acogedor. Me lo pasé increíblemente bien. Volví a Trekroner en el tren de las 5.53. Me comí una pizza con Fer y, ya amaneciendo, me fui a dormir.
Ahora hay una comida todos juntos. Las emociones son dulces y a la vez amargas. Voy a preparar oootra tarta de limón.